Hace unas semanas hablaba de la ausencia de amor en la película de Andrei Zvyagintsev, “Loveless”. Aquella reflexión me hizo cuestionarme la forma en la que el cine actual refleja las relaciones sentimentales, de forma general, y el amor, de manera más concreta.

Esa inquietud me llevó a alguna que otra discusión con un compañero a propósito de una de las grandes películas del año pasado, “La La Land (La ciudad de las estrellas)”, del brillante y joven realizador Damien Chazelle.

La película de Chazelle refleja una inquietante realidad que parece haberse convertido en un tópico del discurso audiovisual: la imposibilidad de compatibilizar la autorrealización personal con la entrega amorosa al otro. En definitiva, plantear un dilema entre el éxito individual o un proyecto en común.

En “La La Land”, y en otros productos audiovisuales recientes (muchos de ellos en televisión y dirigidos al público más joven), esa duda no se desarrolla como pregunta abierta, sino que acaba con una conclusión ciertamente desalentadora: no hay posibilidad de compatibilizar el éxito y la pasión personal con un proyecto amoroso. Y, por supuesto, esa conclusión lleva a la desilusión y al desencanto, muchas veces enmascarada con una supuesta nostalgia hacia un pasado mejor o al menos diferente.

Es ciertamente desalentadora esta idea, ya que refuerza dos mensajes erróneos. En primer lugar, la desacertada definición de éxito y autorrealización personal. En el fondo surge la pregunta más importante: ¿qué es el éxito? Y aquí la visión material de la vida y del mundo parece haber triunfado sin dejar respiro a una visión que tenga al hombre como centro y motor vital. El éxito es un resultado, supuestamente, y no el camino. Esto solo puede llevar a la frustración porque, ¿cómo no entender la vida sin la idea de camino, de proyecto en construcción y de entrega desinteresada?

Por otro lado, los productos audiovisuales recientes están ofreciendo una visión equivocada del amor. El desengaño amoroso se produce por una supuesta incompatibilidad de intereses. Somos incompatibles porque no nos entendemos, porque tenemos necesidades que superan nuestros acuerdos y, además, entorpecen el camino hacia al éxito. Pero, ¿cómo no comprender el amor como proyecto común? El amor es entrega, comprensión, caridad y, ante todo, construcción de una nueva realidad que te acaba completando.

Los contenidos audiovisuales tienen una función decisiva a la hora de reflejar nuestra sociedad, nuestras ideas y valores, pero también de consolidar ideas preconcebidas o bien generar nuevos estereotipos. Observar que la visión del amor se reduce a un ámbito material y a un camino sin brújula ni sentido debería preocuparnos.

¿Qué sociedad queremos para nuestros hijos?

¿Podremos quitarnos nuestra careta y entregarnos desinteresadamente al otro?

El cine tiene que contestar con honestidad a estas dos preguntas.