Con la décima entrega de la serie Para comprender, nuestro ecónomo diocesano, José Huerva, cierra por este curso estas reflexiones sobre el sostenimiento de la Iglesia.

En el llamado “código de la santidad”, cp 17 del libro del Levítico, se instruye a los fieles israelitas a pensar en el necesitados: a no recoger las espigas de la mies caídas en el suelo y a no rebuscar las uvas que se han quedado en la viña, de modo que la viuda y el emigrante puedan recogerlas para satisfacer su necesidad; recuerdo que en nuestros pueblos, de economía rural en la postguerra se hacia lo mismo, incluso con las manzanas de invierno, aquellas que permanecían en el árbol sin caerse, se dejaba un resto para que si alguien pasaba por allí y sentía hambre pudiera saciarse.

En nuestras familias cristianas, a pesar de la escasez de recursos, estaba muy claro que había que pensar en las necesidades de los que lo pasaban peor que nosotros. Era la cultura de la Misericordia, y para ello siempre había un resto que compartir. ¡Cuantas veces en mi infancia y adolescencia he escuchado esta frase!: “Si miras hacia atrás, siempre tendrás un motivo para dar gracias a Dios y ayudar al que lo necesita”.

Recuerdo en nuestro pueblo, que nadie que llamase a nuestras puertas se iba con las manos vacías: así los mendigos, que eran numerosos en aquellos tiempos, recibían un trozo de pan y un poco de tocino; a las religiosas de los asilos y orfanatos se le daba patatas y legumbres; a los ancianos que vivían solos y sin medios, se les ofrecía alimentos y leña para calentarse en invierno; a las familias de inmigrantes que llegaban del sur, sin que lo pidieran, se les llevaba mantas, ropa y alimentos. La única campaña organizada en aquellos tiempos era la de las misiones, y aunque el dinero era escaso, se contribuía tanto como se podía. La Misericordia siempre ha formado parte nuclear de la vida cristiana.

Nuestra Diócesis, al iniciar el camino por “una parroquia sostenible y solidaria”, ha querido recoger esta cultura de la Misericordia, para actualizarla a lo nuevos tiempos y hacerla visible en comunión con toda la Iglesia Universal que está haciendo mucho por los menos favorecidos. Nuestra Diócesis, según las cuantas consolidadas de 2020 ha dedicado el 37% de sus recursos para estos fines: Caritas, Manos Unidas; Misiones y
Tierra Santa.

Una parroquia solidaria es la que piensa en los que más necesitan y para ello, intenta que todos sus miembros conozcan las verdaderas carencias de muchos de nuestros hermanos, a lo largo y ancho de nuestro mundo, y así responder con un corazón generoso: “Misericordia quiero y no sacrificios…” (Os 6,6, citado por Mt 9,10); la conciencia agradecida de que todo lo que tenemos, lo hemos recibido del Señor y a él le retornamos parte, según muestras posibilidades: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y acudisteis (Mt 25,35-36).

De momento, cerramos este ciclo: “Para comprender”, con la esperanza de que os haya servido de ayuda para relacionar economía y Evangelio. ¡Hasta otra ocasión!