El problema del mal

Dime si, en alguna ocasión, no has escuchado esta pregunta: “Pero, ¿y qué dice Dios cuando alguien está pasando un momento de dolor? ¿Dónde estuvo durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Dónde está Dios hoy, cuando un niño sufre?”. Cualquier persona que ha defendido la existencia de Dios, el amor eterno que profesa por cada uno de nosotros y el bien que representa para nuestras vidas el seguimiento de Jesús… ha escuchado alguna vez, en mayor o menor plan de conversación de bar, el planteamiento del problema del mal o el argumento global del dolor.

Esa es la razón de que, acercándonos al momento en que Jesús va a ser alzado en el Santo Madero, te escriba estas líneas relacionadas con la relación entre la Bondad infinita y el sufrimiento humano, y tituladas de este modo: “¿Dónde está Dios cuando un niño sufre?”. Escogemos al niño como figura de la inocencia aunque, teniendo en cuenta las circunstancias de nuestros días, casi se parece a admitir pulpo como animal de compañía.

Si apartamos a un lado los desastres naturales y demás derivadas de la ley natural y del curso ordinario de la física establecida, nos queda el amor de Dios por la libertad de la mujer y del hombre. Así como la acción del Tentador. El otro día hablaba con el encantador matrimonio de escritores que constituyen Alfonso Basallo y Teresa Díez-Antoñanzas (Pijama para dos, Planeta) y me dejaron claro que “mente superior tienta a mente inferior. El Tentador, mente superior, puede con la mente de la mujer; y la mujer, mente superior, puede con la mente del varón”. Y hasta hoy. Bueno, en realidad, hasta hace dos mil años.

Verás. Más allá de la broma, todo esto es lo que viene a resolver Nuestro Señor en la Cruz los próximos días. ¡Él se ha despojado de su dignidad divina y se ha dejado clavar por nosotros! Por nosotros, esa tabla de madera que le era tan familiar como carpintero que era se ha convertido en su instrumento de tortura y de Salvación. De este modo, “el Dios trino se torna con nosotros y por nosotros en un Dios sufriente” (El Dios Uno y Trino, Greshake).

Esto que ya te adelanto tiene que ver con la respuesta definitiva al problema que enfrentaron personalidades como nuestro querido Ernesto Brotóns (director del CRETA, 2011-2022), hoy obispo de Plasencia, o San Juan Pablo II: la aparente incompatibilidad de la existencia del mal y el sufrimiento con la de un Dios omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente.

Pintura: Raúl Berzosa


3 en 1: Solución anti manchas

La delicada solución a este aparente conflicto es trinitaria. Dios mismo se ha dejado atravesar por la lanza de la libertad del hombre y lo va a hacer los próximos días para dar su vida por ti y por mí. El grito que profiere Jesús de Nazaret cuando… Bueno, “profiere” no lo dice nadie ya. Me corrijo: el pedazo de grito que va a soltar Jesucristo cuando su muerte se consume va a desatar al Espíritu Santo. No en vano, dice Juan que es entonces cuando nos regala, cuando “entregó el Espíritu” (Jn 19, 30).

Y, ¿por qué digo que se trata de una solución trinitaria, 3 en 1? Resulta que Dios es Uno. Sólo uno. Pero consta de Tres Personas. Te lo sabes ya de memoria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahora bien, esto, ¿cómo se mastica? San Patricio, antes de ser famoso por el tema de la cerveza, lo fue por explicar la Trinidad Santísima como si se tratara de un trébol, tres hojicas en una sola. El -icas ya lo pongo yo, que en Irlanda no se llevaba ni se lleva. Me gusta más la explicación que aporta Jungel, en relación al Padre-Amante, el Hijo-Amado y el Espíritu-Amor. El Espíritu es, precisamente, un vínculo de Amor tan fuerte que se extiende hasta nosotros.

Desde esta perspectiva se empieza a comprender la trascendencia que tiene la Cruz pro nobis, por nosotros. La entrega del Hijo al Padre en la Cruz, mediante su último aliento, es tan potente que -como decía Moltmann en una afirmación más que arriesgada- merece ser llamada Espíritu. Es, entonces, el Espíritu quien “orienta el sacrificio del Hijo hacia el Padre al introducirlo en la realidad divina de la comunión trinitaria” (Dominum et vivificantem, II, 41). Y es que este Espíritu Santo ha venido acompañando a Jesús desde el principio de su sufrimiento en el monte de los olivos: “El Espíritu mismo se halla implicado en la compasión de Cristo” (El Espíritu de la vida, Moltmann).

Y el Padre, ¿no se ha dicho siempre que es “el Dios impasible”? Así es, y esta categoría nos habla de su necesaria trascendencia. Además, no conviene olvidarlo (cfr. El Misterio de Dios trinitario, Cordovilla). Pero Orígenes ya había dicho que Dios Padre también es transido por una “pasión de caridad”. Y San Bernardo lo aclara señalando que “Dios no es pasible, pero sí compadeciente”. Así que, cuando veas a Jesús Crucificado, no olvides que ahí está la Solución anti manchas de cualquier pecado y dolor; toda la Trinidad, sufriendo por ti, por el niño que sufre, por cada uno de nosotros. ¡Y no olvides tampoco que va a resucitar! Porque la muerte no es el final.