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Domingo 4º de adviento: 19 de diciembre de 2021

Raúl Romero López
13 de diciembre de 2021

INTRODUCCIÓN

Hemos ido recorriendo el camino de la espera mesiánica de la mano de los antiguos profetas como Isaías y Miqueas. Y hemos evocado los caminos preparados por el anuncio vigoroso del Bautista, que preparaba los caminos para que llegara la Esperanza.

          El cuarto domingo de Adviento ofrece a nuestra contemplación el tercero de los iconos: el de María de Nazaret, la madre de Jesús. Con toda la razón, la antigua liturgia hispana celebraba con solemnidad su fiesta principal el día 18 de diciembre.

          Las antífonas mayores que acompañan desde ese día el canto del Magníficat comienzan con un “Oh” de asombro inexplicable ante el Esperado que se acerca. Y la doncella de la esperanza pasó a ser reconocida por el pueblo como la “Virgen de la O”.

          El título popular no responde precisamente a la redondez de su vientre enfrutecido, sino a la admiración cósmica y humana que en sí recoge ante el misterio de la vida que lleva dentro. Como escribía San Agustín: «Dios se hizo vida en su vientre, porque antes se había hecho en su mente”.  (José Román Flecha).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª lectura: Miq. 5,1-4ª.      2ª lectura: Heb.10,5-10.

EVANGELIO

San Lucas 1, 39-45:

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

REFLEXIÓN

Ante la proximidad de la Navidad, ningún personaje nos puede ayudar tanto a prepararnos como la figura de María. Hoy vamos a detenernos en este bello texto de la Visitación a su prima Isabel. Nos llenaremos de gratas sorpresas.

1.- “En aquellos mismos días” No dice “en aquel día” o “al día siguiente” sino que ha habido unos pocos días en que María ha quedado rumiando, saboreando el misterio. La escena de la Anunciación terminaba así: “Y el Ángel la dejó”. La dejó en paz, la dejó en su mundo. Cuando alguien tiene una experiencia tan grande de Dios como María, hasta los mismos ángeles, estorban.  Nazaret ha sido el lugar privilegiado donde se ha concentrado todo el rumiar de la Palabra a través de los siglos. En el corazón de María se instaló el primer “Monasterio de vida contemplativa”. Pero es esta misma experiencia la que le empuja a ponerse en actitud de servicio.  María se levantó y se puso en camino. El servicio es lo suyo. Sabe que el Verbo se ha encarnado en ella. Es la madre del Hijo de Dios pero no se le han subido los humos a la cabeza. Es la de siempre, la servidora, y por eso va a visitar a su prima que la necesita. Y va con gozo, con prontitud, con garbo…Alguien ha descrito este viaje como “la primera procesión eucarística”. Podemos imaginar a María sumergida en una oración cósmica. Como el primer “Laudato si” de la historia. Como la mejor preparación antes de entonar el Magníficat. Canta con el sol, con la luna, con las estrellas, y también con los pájaros, con los montes, “con la acequia llena de agua, con los pastos del páramo, con las praderas cubiertas de rebaños, con los valles vestidos de mieses” (Sal. 64,13-14). Ella misma salta “con los montes que brincan como carneros y las colinas como corderos” (Sal 113,6). 

2.- Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. ¡Qué abrazo aquel! Son dos mujeres preñadas de historia que simbolizan dos alianzas, dos testamentos, dos pueblos: el antiguo y el nuevo. Y los dos se abrazan en un abrazo íntimo y estrecho.  El A.T. llevaba a Cristo en sus entrañas. Isabel agradece a María el servicio material de ayudarle a fregar unos platos o limpiar la casa, pero ante todo el servicio de la fe. “Dichosa tú, la creyente” la que me da el Espíritu, la que me habla de Dios. Todo servicio que hacemos a nuestros hermanos se quedará a mitad del camino si no le damos también el servicio de la fe.

3.– Los dos saltos de júbilo: el del niño Juan y el de su padre Zacarías.  El salto del niño Juan en el seno de su madre es como el salto de gozo de todo un pueblo que ha vivido con la esperanza puesta en el Mesías. Las mujeres del A.T. tenían una visión profética. Todas querían casarse y tener hijos para tener la posibilidad de que, de su descendencia, vendría el Mesías. Los patriarcas y los profetas desearon ver este día y no lo vieron. Y es ahora este niño el que recogerá las voces, los anhelos, las nostalgias de todo el pueblo y apuntará con su dedo: “Ese es el Cordero de Dios, el Mesías, el que quita el pecado del mundo” Así, con un salto de júbilo, con una cabriola de alegría, recibe Israel al Mesías. ¿Y el salto de Zacarías? No olvidemos que en esa casa de Isabel hay un sacerdote que no puede hablar. Se ha quedado mudo por no haber creído al Ángel. Es una especie de “castigo saludable”. En cambio, María entona el Magníficat como premio a su fe. Pero va a ocurrir algo sorprendente: el mudo, el incrédulo, va a recuperar el habla y lo va a hacer “saltando de gozo” entonando el Benedictus, un cántico paralelo al Magníficat. Nos preguntamos: ¿Quién ha hecho capaz a Zacarías de pasar de un increencia a una fe firme y entusiasta?   Por esa casa ha pasado María, la mejor catequista de todos los tiempos. Ella ha hecho posible que Zacarías diera el gran salto: del increencia a la fe. María no enseña con bonitos catecismos llenos de dibujos. María está llena de Dios y contagia a Dios por todos los poros de su ser. Algo tendrá que decirnos María en este nuestro tiempo de eclipse de Dios, de increencia, de pasotismo religioso.  

PREGUNTAS

1.- ¿Sé guardar el equilibrio de María al unir “contemplación y servicio”; “amor a Dios y a los hermanos”; “inmanencia y trascendencia”?

2.- ¿Caigo en la cuenta de que el verdadero servicio al hermano incluye necesariamente el servicio de la fe?

3.- ¿Estoy convencido de que la “mamá-catequista” es insustituible?

Este evangelio, en verso, suena así:

Dios, a los ojos humanos,

presenta cosas extrañas:

Convierte en madre a una “Virgen”

y a una marginada “anciana”.

Movida por el amor,

La “Virgen” va a la montaña.

Allí se encuentra a la “anciana”

tranquila , en su propia casa.

Son María e Isabel.

Más que primas, son “hermanas”.

Quieren compartir el gozo

de sentirse “embarazadas”.

La visita de María

llena la casa de gracia.

Isabel siente que el niño

salta alegre en sus entrañas.

Las “dos madres” se estremecen

en un canto de alabanza.

Dan gracias al Dios que mira

la humildad de “dos esclavas”.

Dios se acerca a nuestra puerta

y repica con la aldaba.

Sólo los pobres y humildes

responden a su llamada.

Pronto será Navidad.

Jesús buscará “posada”.

¡Ven, Señor! Ven a nacer

en nuestra humilde morada

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

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