Domingo 3º de Adviento: 13 de diciembre de 2020

INTRODUCCIÓN

La liturgia de este Domingo está marcada por la alegría. La alegría de saber que el Señor ya está cerca. «Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios» decía Isaías. «Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,” decía María. «Estad siempre alegres», decía Pablo. Dios está cerca en todos los sentidos. No sólo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres.

LECTURAS BÍBLICAS

1ª Lectura: Is.61,1-2ª.10-11.     2ª Lectura: 1Tes. 5, 16-24

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»  Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.»  «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.» Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»  Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.» Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.» Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra de Dios.

REFLEXIÓN

En este tercer Domingo de Adviento hay un personaje que destaca de una manera especial: JUAN BAUTISTA. El mayor elogio lo ha recibido de Jesús: “Entre los nacidos de mujer no ha nacido nadie mayor que él” (Mt. 11,11). ¿Qué podemos aprender de él para prepararnos en este tiempo a recibir al Mesías?

1.– Su humildad.  

Pensemos que cuando alguien pregunta por nosotros, le mostramos todos nuestros títulos: soy párroco, soy maestro, soy médico, soy licenciado…Y Juan contesta: Yo no soy. No soy el Mesías, no soy Elías, no soy profeta. Sólo soy la voz de Otro que viene detrás de mí. Ése es el importante. Juan Bautista descubrió que su vida tenía sentido señalando con el dedo: “He ahí el Cordero de Dios”. A Él debemos seguir todos: vosotros y yo. ¡Cómo nos cuesta dar paso a otro que viene detrás! Creemos que sólo nosotros podemos hacerlo bien y, por eso, nos creemos imprescindibles, insustituibles.

2.– Su testimonio.

Juan Bautista gozaba de gran prestigio y muchos acudían al desierto a escucharle. Incluso el mismo rey Herodes se interesaba por él. Pero era un hombre libre y cuando se entera que el rey ha abandonado a su legítima esposa y se ha casado con la esposa de su hermano Felipe, Juan le dice a Herodes: «No te es lícito tener la mujer de tu hermano”. (Mc. 8,18). Como sabemos, esto le costó la cárcel. Juan estaba en la cárcel, pero la Palabra de Dios no estaba encadenada. La cosa no quedó ahí. Cuando Salomé, hija de Herodías, agrada con su baile a Herodes, éste le hace un juramento de darle lo que pida. Y Salomé, aconsejada por su madre, le pide la cabeza de Juan Bautista.  Herodes le cortó la cabeza a Juan, pero no le pudo cortar su palabra. La cabeza de Juan sobre aquella fría bandeja tiene más verdad que muchos púlpitos. Más aún, toda su persona se convirtió en palabra viva, en testimonio permanente.  Hoy Juan nos sigue hablando, y su voz nos conmueve. 

3.– La aceptación de la novedad de Jesús

El mensaje que nos trae Jesús es muy distinto de Juan. Juan vive en el desierto y es un asceta. Jesús vive en medio del pueblo, conecta con la gente, y es un místico. Lo dice el propio Jesús:” Vino Juan que ni comía ni bebía…Vino el Hijo del hombre que come y bebe”. (Mt. 11,18).  Juan no predicaba una buena noticia, sino una estrategia para escapar del castigo inminente. La salvación sería para unos pocos; los que aceptasen su predicación y su bautismo. Jesús predica una buena noticia para todos. No enseña la manera de escapar de la ira de Dios, sino la manera de entrar en la dinámica de su amor. Juan vive solo, pero Jesús vive en comunidad. Lo primero que hace Jesús al salir a la vida pública es llamar a sus discípulos y hacer con ellos una Comunidad. Juan acepta que Jesús sea más que Él. “Conviene que Él crezca y yo disminuya”. (Jn. 3,20).  Y ve con buenos ojos que algunos de sus discípulos se pasen al grupo de Jesús. (Jn. 1,37).  No podemos aferrarnos al pasado. No podemos decir: esto hay que hacerlo porque siempre se ha hecho así. El pasado nunca puede servir para frenarnos o paralizarnos.  Debemos estar abiertos a las sorpresas de Dios. Y de todo esto Juan Bautista nos dio un bello ejemplo.

PREGUNTAS

1.- ¿Me creo el importante, el imprescindible?  Cuando llega la ocasión, ¿Sé dar paso a otro? 

2.- ¿Caigo en la cuenta de que la Palabra de Dios sólo la entiende aquel que la cumple?

3.- ¿Estoy abierto a la novedad de Jesús?  ¿Voy descubriendo que Dios, al darnos a Jesús, nos dio con Él toda novedad?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Un hombre llamado Juan

fue enviado desde el cielo

como heraldo de Jesús

para ser su “mensajero”.

Juan era solo una voz

que gritaba en el desierto:

“El Señor viene a nosotros

allanadle los senderos.

Yo soy un fiel “precursor”,

testigo de luz, su siervo.

Quien viene detrás de mí

es el Señor verdadero.

Recordamos sus palabras

En este tiempo de Adviento.

Hoy Jesús sigue viniendo.

Se acerca su Nacimiento.

Él es nuestro Salvador,

Ungido de Dios, Maestro,

Médico, Liberador,

Novio feliz, Jardinero.

¡Ven, Señor!, necesitamos

la caricia de tus dedos,

el gozo de tu Palabra,

el perfume de tus besos.

(Escribió estos versos José Javier Pérez Benedí)

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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