Dios actúa, pero no interviene

                Todas las guerras, sí. Sin olvidar ninguna. Tampoco las ya olvidadas, porque siguen macabramente vivas. “Porque vosotros sabéis que en el primer momento todos nos esforzamos por acoger, pero luego la costumbre nos enfría un poco el corazón y nos olvidamos”. (Francisco. Ángelus 20 marzo 22). Todas son un fracaso de la humanidad. Todas, contra el proyecto, el plan, el designio de paz de Dios. Todas matando, destruyendo, injustas, innecesarias, destructivas…

                La invasión de Ucrania (porque la tenemos cerca de nosotros, por la reacción de impresionante solidaridad, por la destrucción y sufrimientos indecibles que contemplamos atónitos en la televisión, ¿porque corre riesgo nuestro nivel, incluso personal, de consumo y de bienestar?) es ahora mismo signo de todas las guerras del mundo. Y con no poco dolor de corazón y con tristeza infinita, hemos de aceptar el derecho de Ucrania a hacer frente, a defenderse de un enemigo muy superior, y a ser ayudada para terminar con esta salvaje invasión, en la que los muertos son responsabilidad del invasor y no del que le resiste y enfrenta.

“Brutalidad, atrocidad, inhumanidad, barbarie… no bastarían los diccionarios para describir lo que, impotentes y atónitos, angustiados, estamos viendo estos días en las llanuras y en las ciudades de Ucrania, en el corazón de la civilizada Europa. ¿Cómo hemos podido –sí, en primera persona del plural– llegar hasta aquí en los años 20 del siglo XXI… en la Europa de las ciencias y de la razón, la Europa de las libertades y de los derechos humanos, la Europa cristiana garante de la dignidad, de los valores humanos, de la fe en la humanidad? ¿Será todo pura mentira? Me embarga la tristeza”.[1]

                Y un sueño: “Sería más ético y valeroso que todas las plazas rusas se inundaran de protestas activas y pacíficas contra su cruel gobierno, que todas las carreteras de Ucrania se llenaran de columnas de resistentes con brazos en alto frente a los tanques rusos.”[2]. Este sueño se está haciendo presente en miles de personas rusas que se juegan incluso la vida protestando pacíficamente contra la invasión, aceptando que pueden ser condenados a la cárcel o a la pérdida del trabajo. Y, si lo hacen ucranianos en su país, pueden ser atacados por soldados rusos. Gestos proféticamente presentes entre tanta destrucción, dolor y sangre.

“Violenta agresiónmasacre insensataestragos y atrocidadesguerra repugnanterefugiados ucranios que deben huir dejando atrás todo… ¡Todo esto es inhumano! Aún más, ¡es también sacrílego, porque va contra la sacralidad de la vida humana, sobre todo contra la vida humana indefensa, que ha de ser respetada y protegida, no eliminada, y que está por encima de cualquier estrategia! No lo olvidemos: ¡es una crueldad inhumana y sacrílega! Oremos en silencio por todos los que sufren”[3].

                Acercamiento, un día más, a la tragedia inhumana de Ucrania, con palabras prestadas, fuertes y contundentes -que copio porque son mucho más claras y valientes de las que yo podría decir- para terminar… ¿en la oración?

                Pues, sí. Porque intento acercarme a la realidad con ojos cristianos. Porque ya expuse hace 15 días que orar es ayudar a Dios, con nuestra conversión, en su proyecto de paz, amor y solidaridad y no es dejar cómodamente nuestra responsabilidad en sus manos.

                Y en este camino de profundizar en el tema ‘la oración y Dios’, me encuentro con una afirmación que es un indicativo necesario, y por tanto iluminador, para ‘entender’ de modo creyente cristiano esta relación. Una afirmación que no es nueva, pero que sí pone en cuestión imágenes de Dios, presentes todavía en el pensar y actuar de muchos cristianos de todas las vocaciones eclesiales, desde obispos a cristianos de a pie. Una afirmación radical y totalmente teológica, creyente y comprometedora.

Una afirmación que me ha recordado inmediatamente un libro: MATAR A NUESTROS DIOSES[4], en su segundo capítulo: Del Dios intervencionista al Dios intencionista. Palabras que suenan, de repente, un poco raras o no habituales. Pero que indican un aspecto central de la imagen cristiana de Dios.

Una afirmación hecha por Francisco: “¡Cuántas veces le atribuimos nuestras desgracias y las desventuras del mundo a Él que, en cambio, nos deja siempre libres y, por tanto, no interviene nunca imponiéndose, tan solo proponiéndose; a Él, que nunca usa la violencia, sino que, por el contrario, ¡sufre por nosotros y con nosotros! De hecho, Jesús rechaza y contesta con fuerza la idea de imputar a Dios nuestros males”[5]. Dios nos deja libres, no interviene imponiéndose (no es ‘intervencionista’), sino proponiendo (‘intencionista’) en Jesús su voluntad, su proyecto, su plan, su Reino. El ‘actuar’ radical de Dios es Jesús en el que nos ‘propone’, no ‘impone’, el modo de vivir que Él quiere para sus hijos, para la humanidad.

                Y para esta propuesta, para esta intención, el Padre, sigue afirmando Francisco, “no nos aleja de su amor, no se desanima, no se cansa de darnos confianza con ternura. Hermanos y hermanas, ¡Dios cree en nosotros! Dios se fía de nosotros y nos acompaña con paciencia, la paciencia de Dios con nosotros. No se desanima, sino que pone siempre esperanza en nosotros…  Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía; Él está cerca con misericordia y ternura. Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno.”.

                Y, ahora sí, la oración tiene sentido: acoger y hacer nuestro el plan de Dios, confiar en Él, ayudarle con nuestra vida convertida a su propuesta, a su ‘intención’. Conversión, fruto de la oración, en la que el Padre “no se desanima, no se cansa de darnos confianza con ternura… ¡Dios cree en nosotros! Dios se fía de nosotros y nos acompaña con paciencia, la paciencia de Dios con nosotros. No se desanima, sino que pone siempre esperanza en nosotros…  Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía… Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno… Convirtámonos del mal, renunciemos a aquel pecado que nos seduce, abrámonos a la lógica del Evangelio: ¡porque donde reinan el amor y la fraternidad, el mal ya no tiene poder!”. Ese es el sentido de la oración: acoger al Padre y su proyecto y encarnarlo en nuestra vida, siempre confiados en Él.

Con el tema inacabado… punto final por hoy.


[1] José Arregui. Religión Digital. DETENER LA INVASIÓN, PROMOVER LA POLÍTICA. 10 marzo 22.

[2] Ibidem.

[3] Francisco. Ángelus 20 marzo 2022

[4] José María Mardones. MATAR A NUESTROS DIOSES. Un Dios para un creyente adulto. Madrid 2006.

[5] Palabras antes del Ángelus. 20 marzo 2022.