Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Desperdicios a toneladas y toneladas

20 de noviembre de 2019

En el mundo se desperdician al año más de 4.000 millones de toneladas de alimentos. Frente a este escalofriante dato, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) ha lanzado recientemente la campaña #StopDesperdicio.

Por otra parte, la Fundación ‘Banco de Alimentos’ organiza una gran recogida de alimentos los próximos días 22, 23 de noviembre, y también el domingo 24.

Son dos noticias que recogen una situación paradójica en nuestro mundo: el despilfarro por una parte y la donación de alimentos. Quizás los mismos que desperdiciamos somos los que aportamos en esta campaña concreta de unos días. De tal manera que esa donación nos sirva para tranquilizar nuestra conciencia por lo que desperdiciamos cada día.

No seré yo quien invite a no participar en esa campaña. Ni se me ocurriría. Todo lo que se haga contra la pobreza y el hambre, es bienvenido. Y pone en acción a muchos voluntarios. Mi aportación intenta detenerse en los 4.000 millones de toneladas de alimentos que desperdiciamos y reflexionar un poco, aunque sea torpemente. Porque, de esos alimentos desperdiciados, una pequeña parte es la tuya y la mía.

Los objetivos de la gran política y de las grandes organizaciones, aunque nunca se cumplan cabalmente, son necesarios. Pero igualmente es necesaria la conciencia de cada uno de nosotros para no desperdiciar tanto alimento en un mundo habitado por millones de hambrientos. Porque el desperdicio de alimentos es “un fenómeno que interpela cada día más nuestras conciencias”, dice el Papa Francisco en su mensaje del pasado 18 de noviembre dirigido al presidente del PMA. En este mensaje, Francisco nos compromete a todos los bautizados: «La Iglesia Católica desea colaborar con el Programa Mundial de Alimentos, reafirmando que todo ser humano tiene derecho a una alimentación saludable y sostenible«

Vivimos totalmente inmersos en lo que san Juan Pablo II, recuerda Francisco, llamó “la paradoja de la abundancia” en la que muchos “no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente”, mientras que otros “malgastan y derrochan sin control”. Estamos llamados a no participar de esa paradoja de la abundancia con una alimentación responsable sin desperdicios y con una solidaridad con los que rebuscan y rebuscan en muchos basureros del mundo y en contenedores de nuestras ciudades.

Vivimos entre nosotros -con pobres también a nuestro lado- en la cultura del derroche que lleva consigo el desperdicio no solo de alimentos, sino también de ropa, de luz, de agua… que se materializa en la actitud tan extendida de ‘usar y tirar’, incluidas las mismas personas. Todos estamos convocados urgentemente a tomar conciencia de esta realidad y actuar consecuentemente en nuestra propia vida.

Caminar en esta dirección nos compete a todos personalmente, antes incluso que a los Organismos Internacionales y a los Gobiernos. Estos necesitan de la presión pacífica, constante y masiva de los ciudadanos en el a pie de calle de cada día y en acciones especiales con la finalidad de acabar con el hambre en el mundo. Nadie estamos excluidos. Cuando el Papa, en su mensaje, dice todos, se refiere también a la familia, la escuela y los medios de comunicación, pues “nadie” puede quedar al margen de la lucha contra esta cultura que va matando a tantas personas, “especialmente a los pobres y vulnerables de la sociedad”.

Esta triste realidad pone de relieve que el derroche de alimentos hiere gravemente la vida de muchas personas y vuelve inviable el progreso de los pueblos. Asegura el Papa en su mensaje que, si queremos construir un futuro en el que nadie quede excluido, “tenemos que plantear un presente que evite radicalmente el despilfarro de comida”.

Estamos convocados a tomar conciencia personalmente de lo que hacemos cada uno de nosotros y nuestras familias con los alimentos para cambiar nuestro estilo de consumo. Hacerlo, sin duda alguna que sirve “a quienes en nuestros días sufren las consecuencias de la pobreza”. Quizás para justificarnos, pensemos que no sirve para nada. Sin embargo, ayuda a comprender, entre otras cosas, que, “cuando la persona ocupa el centro de las decisiones políticas y económicas, se afirma la estabilidad y la paz entre las naciones y crece por todas partes el entendimiento mutuo, cimiento del auténtico progreso humano”.

Nuestro compromiso y dedicación a una vida de consumo razonable y austero en el uso de los alimentos y de todo lo que necesitamos, irá avivando “en todos los hombres de buena voluntad el deseo de construir un mundo nuevo y mejor, bajo la bandera de la fraternidad, la justicia y la paz. Que Dios bendiga a los que transiten por este camino”.

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