Este domingo, 15 de noviembre, celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. El vicario del área de Caridad de Barbastro-Monzón, Nacho Cardona, reflexiona sobre su significado y nos anima a reaccionar frente a la cultura del descarte y el derroche, para responder ante los pobres y las pobrezas de nuestro entorno.

La pobreza, los pobres y la opresión que contra éstos se ha vivido y se vive, han estado presentes en toda la historia de la humanidad. En este sentido la religión hebrea marca una diferencia con las religiones contemporáneas suyas, al preocuparse de los más empobrecidos de su pueblo, por eso se les indica que estén atentos a paliar las necesidades de estas personas; así lo prescribe el libro del Deuteronomio: “Pues no faltarán pobres en esta tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra.» Dt. 15,11. Este sentido del otro, y sobre todo del carente de todo o de lo más básico para vivir, atraviesa toda la Sagrada Escritura, unas veces vivido y realizado por el pueblo de Israel, otras veces como lo denuncian los profetas olvidado, como lo hace notar Amós: «Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen…”. La invitación a ser solidarios con los empobrecidos también aparecerá en los libros sapiensales y a lo largo de toda la historia del pueblo de la Alianza.

Este mandato de Dios, revelado al pueblo de Israel, sigue presente en el Nuevo Testamento, San Pedro en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos
presenta la vida de Jesús, como Aquel a quien : “Dios…. ungió con el Espíritu
Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él» ; pasó haciendo el bien, a todos, sin distinción, sanando, animando, enseñando, dando de comer, dignificando a los excluidos y marginados por su situación de pobreza, de enfermedad o situación social. Él mismo nos lo dijo: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis” (Jn. 12,8), recalcando el valor de ayudar a los hermanos que carecen no solo de lo material sino también muchas veces de lo espiritual.

Después que Jesús murió y resucitó, los apóstoles y otros seguidores suyos
siguieron interesándose por los más necesitados. Así es como Pablo se reunió con Santiago, Pedro y Juan para hablar de la misión que él había recibido del Señor Jesucristo de predicar el Evangelio. Concordaron en que Pablo y Bernabé se encargarían de ir a los gentiles. Sin embargo, Santiago y sus compañeros los instaron a tener “presentes a los pobres”. Y eso fue lo que Pablo se esforzó “solícitamente por hacer” (Gálatas 2, 7-10).

Desde esta perspectiva, de la realidad de la pobreza, pero sobre todo de las
personas que la viven de múltiples maneras, el Papa Francisco, como un eje
programático de su pontificado, nos ha invitado a realizar la Jornada Mundial de los Pobres, como lo dijo él en el Mensaje para la primera jornada en el año 2017: “Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados….. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro” (I JMP Nº6, 2017).

Es este el sentido que tendríamos que darle a este día especial, pero que
vivimos no solo un domingo al año, sino cada día de nuestra vida, sentir al otro y a los otros, especialmente los más empobrecidos, como los hermanos que necesitan nuestro apoyo, cariño y ayuda solidaria. Es la invitación a que seamos Jesús que pasa por el mundo haciendo el bien. Ya nos lo dice Jesús mismo en el evangelio de san Mateo: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt.25,40).

Hoy más que nunca, cuando la pandemia del covid-19 ha dejado a tantos sin empleo, sin condiciones óptimas de vida digna, que ha cerrado fronteras y corazones, se nos invita a abrir nuestros horizontes, a dejarnos permeabilizar por la misericordia, como dice Jesús: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.» (Lc. 6,36). Por ello, el Papa en el primer mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres nos pide:“Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.” (I JMP Nº9, 2017).

Este año 2020, se nos invita, en la IV Jornada Mundial de los Pobres a tender
nuestra mano al pobre: “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32), es el lema que nos iluminará durante la misma y en nuestro cotidiano vivir. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino” (VI JMP Nº8, 2020).

Que esta jornada nos ayude a reflexionar y a hacer concreta nuestra respuesta frente a las pobrezas y pobres de nuestro mundo y entorno, por eso, deberíamos preguntarnos: ¿Qué pobrezas hay en mi entorno? ¿Me motivo a orar por y con los pobres? ¿Se suscitan en mi y en mi entorno respuestas solidarias frente a la pobreza? ¿Vivimos en la sencillez, sin despilfarro, para poder ayudar? ¿Soy misericordioso como nuestro Padre Dios?¿En medio de la pandemia, me siento más fraterno, más hermano, especialmente de los más empobrecidos de nuestra sociedad?¿Me conformo con mis prácticas religiosas, y eso acalla mi conciencia frente a la situación de nuestro mundo hoy?¿Es el amor lo que motiva mi vida y mi sentido del otro?