Resulta un misterio cómo asoma una idea en la cabeza y cómo termina por convertirse en una reflexión más o menos organizada como la que ahora pretendo. No he visto recientemente la película “El Rey león”, ni siquiera un documental de animales de esos que se emiten a menudo en televisión. Sin embargo, tres leones han inspirado estas líneas que comparto ahora con todos vosotros.

El primero es el aludido de la famosa película animada de Disney. En el film, el cachorro de león protagonista ha sufrido una tragedia que lo llena de culpa. Cuando conoce a Timón y Pumba, un suricato y un jabalí, estos le enseñan la filosofía de hakuna matata que básicamente consiste en disfrutar del presente sin preocuparse de cómo hay que vivir o de lo que opinen los demás. Este es el camino único para alcanzar la felicidad. En definitiva, se trata de vivir como te plazca sin rayarte la cabeza y sin intervenir en la vida de los demás a quienes, a su vez, debes dejarles vivir como les venga en gana. Esencialmente es una réplica de célebres locuciones o sentencias como “Carpe Diem” o “Don´t worry, be happy”.

El segundo de los leones es el protagonista de uno de los escritos de San Victorino de Pettau. En él se compara al Mesías con un león vencedor que se hizo cordero para sufrir. Lo que anuncia este padre de la Iglesia y mártir es que Cristo, siendo Dios todopoderoso capaz de vencer a cualquier fuerza humana, se hizo cordero y regaló su sangre para la salvación de la humanidad.

El tercer león lo cita San Pedro en la primera de sus cartas: «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.» (1Pe 5,8).

De los tres leones de esta historia, sin duda el más popular es el simpático cachorro sabiamente adoctrinado por sus divertidos amigos Timón y Pumba. Pese a ser el más reciente de los tres, su filosofía es sin duda la que más seguidores atesora. Al segundo de los leones casi nadie lo entiende porque carece de toda lógica que el denominado “Rey de la Selva”, el mayor depredador dentro de la cadena alimenticia cuyo porte imponente y su rugido generan temor, acepte voluntariamente convertirse en un vulnerable cordero destinado a ser sacrificado porque apenas puede ofrecer resistencia ante quien desee atacarle. Por último, respecto del león al que se refiere San Pedro nadie lo toma en consideración puesto que lo consideran inexistente por tratarse de una especie de metáfora del mal, algo simbólico y difuso que nos ayuda a explicar el misterio de la iniquidad en el mundo.

Todo hombre que ha habitado este mundo se ha posicionado de una u otra forma ante estos tres leones. Y de esta postura existencial se han seguido una serie de acciones y comportamientos que le han acompañado en su devenir.

Cristo, el cordero degollado, y su esposa la Iglesia nos recuerdan este adviento que la sentencia vive y deja vivir es una falacia. Jesús no se encarnó para dejar vivir a los hombres sino que rasgó los cielos y bajó precisamente porque contemplaba que la vida de los hombres no era vida, que su fiesta no era fiesta, porque el pecado y la muerte les sumían en la esclavitud. Y por eso lo crucificaron y siguen crucificando a su Iglesia: porque interviene en la vida de los hombres.

Cristo representa un desafío para la gente mundana, para los que se sienten cómodos y seguros en este mundo y para los que cualquier alteración en su status quo les hace rechinar los dientes como a aquellos que lapidaron a San Esteban. Los líderes religiosos y los gobernantes como Pilato nada hubieran hecho a Cristo si hubiera vivido y dejado vivir. Pero Cristo no vino al mundo para dejar vivir sino para ser testigo de la verdad, anunciarla a todos los pueblos y denunciar todo comportamiento que alejara del camino del Padre independientemente de quien lo hubiera protagonizado.

La Iglesia es y será perseguida siempre. Porque «amenaza» nuestra tranquilidad que, por cierto, no es tal sino que es más bien una anestesia general que aceptamos voluntariamente para atravesar este mundo adormecidos y así poder sobrellevar las penalidades sobre las que no tenemos respuesta. Precisamente el himno de adviento nos invita a levantar nuestra alma entorpecida para que así deje de arrastrarse por el suelo.

La Iglesia es el cuerpo de Cristo y nunca dejará que las gentes se enreden peligrosamente en las cosas de este mundo porque sabe que estamos destinados a cumbres mucho más altas y gozosas. Ella es también nuestra madre, conoce a cada uno de sus hijos y sabe mejor que nadie aquello que necesitan. Ella es, finalmente, custodia del depósito de la fe y en su sabiduría nos anima a rechazar los artificios del cachorro de león, a combatir contra el león rugiente ávido por condenar al mayor número de almas y a seguir las huellas de aquel león que se hizo cordero para que nosotros con Él nos convirtamos en león, en el Rey León.