Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del domingo I de Adviento – A

Comenzamos de nuevo el año litúrgico y el párroco nos ha advertido del riesgo de quedarnos paralizados por la rutina. Frente a ella, dejemos que el Señor «venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia», como recomienda el papa Francisco con su peculiar forma de decir las cosas. Jesús, en el evangelio (Mt 24, 37-44), dice que su segunda venida, todavía pendiente, puede llegarnos en cualquier momento, y…

– Me parece que hoy has sembrado más inquietud que serenidad en nosotros -he dicho a Jesús en cuanto hemos podido hablar con las tazas de café sobre la mesa-.

– ¿Por qué lo dices? -me ha respondido rápidamente-, ¿por lo de Noé y el ladrón nocturno?  

– Pues, sí -le he replicado-. Es muy incómodo vivir en una espera, cuya fecha final se desconoce. Te hace estar permanentemente inquieto.

– Eso sólo les ocurre a los que temen mi segunda venida -ha dicho pausadamente después de tomar un sorbo de café-. ¿Ves este café? Mientras lo tomamos no estamos inquietos pensando se va a acabar, sino que disfrutamos de su sabor. Lo mismo ocurre con el regalo de la vida: tenéis que aprender a disfrutar de él sin angustiaros y sin estropearlo.

– Pero tú dejaste en la mayor incertidumbre el día de tu segunda venida y, además, con las dos comparaciones que utilizaste, creaste una atmósfera de inquietud -he respondido mientras disolvía el azucarillo en la taza de café-.

– Supongo que te refieres a la de los vecinos de Noé, que no tomaron en serio el anuncio del diluvio que él les hizo, y a ese ladrón nocturno, que sorprende al descuidado dueño de la casa, ¿no es así? -me ha vuelto a decir con calma-. No olvides un detalle de la mayor importancia en este asunto: la “modorra” y la “inercia”, a las que se ha referido Francisco, mi Vicario. ¿No te parece que os dejáis invadir por ellas con demasiada frecuencia y os tomáis la vida como un jolgorio permanente? Por eso, necesitáis que os dé “un sacudón”…

– Y esas advertencias inquietantes son el “sacudón” que nos das, ¿no es así? -he concluido con una sonrisa-. Pues no te sorprendas, si algunos se sienten amenazados por tus palabras y no las ven como una “buena noticia”.

– Será porque no entienden o no quieren entender -me ha respondido sin inmutarse-. Mis palabras tienen mucho más de esperanza que de amenaza. Recuerda: en la primera lectura, el profeta que anunció mi primera venida a este mundo puso como señal para reconocerme que, en mis días, «de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas». ¿Hay algo más esperanzador que esto cuando sufrís la amenaza de una guerra que nadie sabe cómo terminará? En la segunda lectura, el apóstol Pablo os recuerda que andéis con dignidad: «nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias…». ¿No necesitáis recomponer la compostura para evitar tanto dolor e incluso muertes inútiles en vuestra diaria convivencia? Esas palabras no son amenazas, sino un aviso de amigo…

– Sí, pero nadie sabe cuándo vendrás, cuándo todo eso será una realidad palpable y cuándo viviremos en paz -he añadido tratando de justificarme-.

– No digas esto o te diré que no estás atento en la Eucaristía. Una de las oraciones que se rezan en este tiempo de Adviento dice: «El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe». ¿No será que necesitáis ese “sacudón” para abandonar la inercia? -ha dicho acercándose a la barra para pagar los cafés-.