Opinión

Ángel Calvo Cortés

Con el clero hemos topado

29 de octubre de 2025

Generalizar obliga a no olvidar las excepciones. La importancia de los obispos y curas en el funcionamiento de la Iglesia es indudable y de ahí la necesidad de que su capacitación humana e intelectual sea la adecuada para un evangelizador actual. Conocimiento experiencial del evangelio de Jesús y de la realidad social de hoy son imprescindibles para el desempeño de su tarea. A juicio de muchos, nuestros seminarios no cumplen con su finalidad y, a juzgar por los resultados, se centran en formar para presidir los ritos y ceremonias de siempre. Así tenemos un clero, más autoritario que ilustrado, frente a un laicado algo  mejor formado e informado.  El problema viene de lejos y mucho tiene que ver con la eliminación generalizada de los teólogos y formadores más actualizados y competentes. Francisco rehabilitó a los expedientados, pero el daño ya estaba hecho y las consecuencias siguen.

El importante teólogo, Gónzalez Faus, en su libro “Herejías del catolicismo actual (2013), remite a un escrito suyo en la revista Sal Terrae (1994) titulado ¿Hacia un clero analfabeto?  El jesuita denunciaba la escasez de pensamiento crítico y de profundización teológica de un clero, inconsciente de su propia ignorancia bíblica y doctrinal.

En L’Ósservatore Romano (2017), periódico vaticano nada sospechoso de anticlericalismo, el profesor Julio Cirignano señala en su artículo ABITUDINE NON È FEDELTÀ, que el mayor obstáculo para la conversión que el Papa Francisco busca para la Iglesia es, en cierta medida, la actitud cerrada e incluso hostil,  de buena parte del clero, tanto alto como bajo. En nuestro país es un hecho palpable la ausencia de los sacerdotes en el trabajo por la Sinodalidad.  Esto es desconcertante. Este clero está arrastrando consigo a comunidades que, en cambio, deberían recibir apoyo en este momento extraordinario.

¿La causa? Probablemente, en primer lugar deberíamos colocar el modesto nivel cultural de parte del clero (alto y bajo) que mantiene a sus fieles dentro de un horizonte viejo, de prácticas habituales, lenguaje anticuado, pensamiento repetitivo y sin vida. Pese a sus títulos académicos, en muchos sacerdotes, la cultura teológica es pobre, y aún menor, la preparación bíblica. Por ello, ni sus palabras ni sus acciones son adecuadas para el cambio que se necesita. En opinión de Cirignano, los seminaristas han de ser personas que “no han abandonado el deseo de pensar” ni el de “practicar un mínimo de sentido crítico”.

Pero tal vez no sea el principal problema la calidad de las enseñanzas teológicas impartidas, sino, sobre todo, el perfil doctrinal  y el consiguiente adoctrinamiento conservador recibido de los encargados de su formación humana y espiritual que puede anular  lo escuchado en la clase de teología. Esto cambia los oídos y los ojos. Ven el mundo con las gafas que les ponen. Francisco recomendó a los seminaristas que leyesen novelas. Parece que algunos de sus formadores ignoran qué es una novela y, por tanto, no lo ven necesario. Stendhal decía que la novela era un espejo puesto sobre la vida  y, por eso, ayuda a conocer a las personas y al mundo en el que viven. En estas estamos. Mucho clero joven opuesto a la necesaria reforma de la Iglesia promovida también por el Papa León XIV.

Hemos de esforzarnos para ayudar a nuestros obispos y curas, presentes y futuros. Hay que introducir ya cambios de fondo en nuestros seminarios.

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