Compasión que «contamine»

                Es verano. Vacaciones para unos. Y se habla de ello en todos los noticiarios. “Ya teníamos ganas después de dos años. Pero todo ha subido y la vida está cara”. Hay que reducir gastos y recortar tiempo o buscar destinos más baratos.

Es verano. Tiempo ordinario para otros, para muchos. Sin vacaciones, sin descanso, sin trabajo.

Este es un aspecto de la realidad mundial. Es verano. Mientras tanto, las guerras olvidadas -muchas- y la invasión salvaje de Ucrania -prototipo por su cercanía y consecuencias mundiales-, las muertes de inmigrantes, la triste violencia de cada día en la calle, en la casa, en la familia, los abusos de todo tipo en cualquier ambiente… siguen vivos. No lo escribo por amargar el verano a nadie. Ni por masoquismo inútil.

Recordar esto es justamente por todo lo contrario. Así me ha surgido sencilla y espontáneamente. Porque, en esta circunstancia, he observado que muchas personas practican o piden la “compasión” y artículos de prensa diaria o en revistas la reivindican. Desde planteamientos religiosos y-o humanistas. Y he experimentado una esperanza y gozo para compartir y extender sin el aparato de citas y citas. Para ‘contaminar’.

También en la Iglesia. Mucho hablamos y muchos practican, en bastantes ambientes eclesiales, la llamada ‘pastoral del cuidado’, de la ternura, de la compasión[1].

El verdadero significado de la compasión es la clave de la calidad humana de una persona. La compasión está atestiguada en todos los pueblos y culturas. Ser compasivo significa situarse en el lugar del otro, compartir su dolor,sufrir con el otro, sintonizar con él, escucharle, acompañarle y luego colaborar en su superación o alivio.Es siempre urgente vivir la compasión con los que sufren, como nuestro lado más humano, sensible y solidario.

Entendemos la compasión como una sensibilidad hacia el sufrimiento y como motivación y compromiso por aliviarlo. No es solo sentir pena por alguien, es identificarse con el otro. No es lástima, no es debilidad, ni egoísmo, ni superficial indulgencia…

La compasión tiene un largo alcance, un amplio campo. A veces pensamos en la compasión como un sentimiento activo con el que sufre un dolor físico o psíquico, con el que atraviesa una situación penosa y difícil. La compasión también se refiere, y no en último lugar, a la reacción activa del corazón ante las situaciones injustas de los descartados, de los pobres, de los sin techo, tierra o trabajo.

Santo Tomás de Aquino señala que la compasión es la más elevada de todas las virtudes, pues no solamente abre la persona a otra persona, sino que la abre hacia la más débil y necesitada de ayuda. En este sentido, concluye, es una característica esencial de Dios.

Pero no es siempre este concepto de compasión el que se tiene en muchos ambientes e ideologías. Se entiende como lástima. Lástima que no solamente es inútil, sino que puede llegar a ofender al que sufre. La compasión no es sentimentalismo, simpatía llorona. Ni un tema de sentimientos refinados. Esta concepción le quita toda su profundidad y su fuerza de cambio. Y, por desgracia, así la conciben muchas personas, incluidas creyentes y cristianas.

La compasión, nos dice Pablo Guerrero, es la capacidad de nuestro corazón mediante la cual nos afecta la debilidad, el sufrimiento y la vulnerabilidad de otras personas, y nos lleva a actuar. Porque la compasión es, también, o va precedida por la com-moción: sentimiento de pena profunda que ‘conmueve las entrañas’ de una persona hasta despertarle la compasón. Cuando alguien se siente verdaderamente afectado, conmovido, por el dolor de los demás, por lo general, transciende el sentimentalismo y busca la justicia.

A veces pensamos que compasión es, simplemente, ‘padecer con’. La compasión tiene un segundo momento, y es el de luchar para terminar con las causas del dolor, de la injusticia, de la pobreza impuesta. Si no, no es compasión cristiana. La compasión cristiana es padecer con el que sufre y trabajar para que, el que sufre, ya no sufra más. La compasión evoca no solo ternura, sino también la voluntad de enderezar lo torcido y de trabajar por la justicia.

La falsa compasión deja al que sufre en la situación de impotencia e indefensión en que está sumido. O dolorido u ofendido ante palabras y actitudes sentimentalistas y vacías de compromiso del ‘compasivo equivocado’.

Los que sufren, casi siempre sin decirlo, piden y necesitan personas que trabajen con ellas codo con codo para conseguir justicia, que es la necesidad más profunda de todas las víctimas. O quieren sentir el abrazo caluroso, sentido, silencioso, de quien le acompaña en su dolor y le fortalece para hacerle frente. En unos casos, la compasión nos lleva a acompañar las heridas; en otros, a trabajar por crear relaciones justas, respetuosas y humanas entre las personas, los pueblos…. sean cuales sean su sexo, su raza, su religión…


[1] Una sencilla muestra. Pablo Guerrero. UNA IGLESIA QUE CUIDA ‘FIJOS LOS OJOS EN ÉL’. La pastoral como cuidado. Selecciones de Teología. N° 241. Vol. 61. Enero-marzo 2022, 44-50. Original en la revista Sal Terrae (2021)