La Navidad no es un mero evento histórico que conmemora un nacimiento ocurrido hace dos milenios; es un misterio vivo que resplandece como la fuente inagotable de la esperanza humana y cristiana. La reflexión sobre este misterio nos obliga a trascender los elementos meramente externos que pueden distraernos, para sumergirnos en la radicalidad del acto de Dios: hacerse pequeño para que podamos creer en una promesa insospechada.
La Nochebuena es el preludio. Es la noche más larga y oscura, elegida por Dios para manifestarse al mundo. Los textos del Evangelio nos sitúan en un contexto de censo imperial, de viaje forzoso, de rechazo en la posada y de la soledad de un establo. Esta oscuridad material y existencial simboliza las noches de la humanidad: la guerra, la enfermedad, la injusticia, la desesperanza personal. En medio de esta oscuridad, ocurre lo inesperado: la Virgen María da a luz. La luz que irrumpe en esa noche no es una luz natural, sino una Luz divina. Es la demostración de que la esperanza no es la ausencia de la oscuridad, sino una presencia que se enciende dentro de ella. Es la certeza de que, por más hondas que sean nuestras crisis, el plan de Dios no se detiene.
En la Nochebuena de 2024, abrimos la Puerta Santa en Roma para comenzar este Jubileo de la Esperanza. Doce meses después, la celebración de la Nochebuena de 2025 se vive como el punto culminante y la gran acción de gracias por el camino recorrido. La Luz que emanará del pesebre en la Misa de Gallo no es solo la luz que nace, sino la luz que ha guiado a millones de peregrinos a lo largo de todo el año. La Nochebuena nos recuerda que la esperanza no nace en la fortaleza de un palacio, sino en la vulnerabilidad de un bebé acostado en un pesebre. Esto nos enseña que la verdadera esperanza no está ligada al poder o al éxito mundano, sino a la humildad y a la confianza radical en que Dios actúa a través de lo más pequeño e insignificante. ¡Qué gran fruto de este año Jubilar!
La Nochebuena y la a Navidad muestran el cimiento de la esperanza que ha llenado el Jubileo de 2025. El hecho de que Dios se haya «encarnado» significa que Él ha tomado nuestra naturaleza, con todas sus limitaciones, dolores y alegrías. Ya no es un Dios distante: es el Emmanuel, «Dios con nosotros». Esta proximidad extrema es la mayor fuente de esperanza: si Dios está en mi carne, en mis luchas, entonces mi vida, por difícil que sea, tiene un valor infinito y está destinada a la gloria. La Navidad es el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento. Lo que se había prometido durante siglos se realiza en el tiempo. Esto otorga a nuestra fe una base sólida: si Dios fue fiel en cumplir Su promesa de salvación en Jesús, será fiel en cumplir Sus promesas para nuestro futuro. La esperanza se convierte en confianza en la fidelidad de Dios.
La Nochebuena y la Navidad son la gran catequesis de la esperanza: nos enseñan que el fracaso humano (no había sitio en la posada) no es el fracaso de Dios. Por el contrario, Dios utiliza nuestra carencia para manifestar Su poder salvador. El misterio de la Navidad nos invita a renacer en la confianza, sabiendo que, a pesar de las sombras del mundo, la Luz de Belén ya ha vencido. ¡Feliz Navidad Jubilar!