Carta del Arzobispo de Zaragoza: Fiesta de la Inmaculada Concepción de María

Carlos Escribano Subías
5 de diciembre de 2025

El Adviento de 2025 nos avoca al final del Año Jubilar de la Esperanza.  En este contexto de expectación y renovación, la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María resplandece con una luz particular, ofreciendo un modelo inigualable de la esperanza que estamos llamados a vivir.

La esperanza cristiana no es un deseo vano, sino la certeza de la presencia de Dios que viene a nuestro encuentro. En este sentido, la Inmaculada es la encarnación perfecta y el signo tangible de esta esperanza inquebrantable. Aunque la fiesta de la Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María, preservada de toda mancha de pecado original en previsión de los méritos de Cristo, su celebración el 8 de diciembre se integra armoniosamente en la espiritualidad del Adviento. En efecto, Santa María se nos presenta como la «Estrella de la Mañana» que precede la salida del sol, que es Cristo. María, desde el momento de su concepción, ya era la criatura perfectamente preparada para recibir al Hijo de Dios. En María, vemos lo que la gracia de Dios puede lograr en la vida de los hombres: es un signo de esperanza de que la humanidad, a pesar del pecado, está destinada a la plenitud de la santidad. Su «fiat» al anuncio del ángel, es la respuesta de fe y esperanza más radical a Dios, un modelo para todo cristiano que se prepara para acoger a Jesús en Navidad.

En este final de un año Jubilar centrado en la esperanza, María Inmaculada nos enseña cómo ser auténticos «peregrinos». Ella vivió en constante vigilancia, con un corazón totalmente abierto y dispuesto a la voluntad de Dios. En Adviento, se nos invita a «enderezar nuestras sendas» y quitar los obstáculos para la venida del Señor, un camino de conversión que María ya había recorrido de manera impecable. La Inmaculada Concepción es el anuncio de la alegría inminente de la Navidad; nos recuerda que la preparación para acoger al Niño Dios debe estar marcada no por el temor, sino por la alegría ante la certeza de la venida del Señor, la esperanza que no defrauda, dando cumplimiento a la promesa misma de Dios. Ella es la primera redimida y, por lo tanto, el rostro que la Iglesia está llamada a alcanzar, la meta de nuestra peregrinación de esperanza.

Al celebrar la Inmaculada Concepción en este Adviento, los peregrinos de la esperanza estamos invitados a mirar a María y pedir la gracia de una profunda conversión que nos limpie de toda mancha, para que Jesús pueda nacer en un pesebre digno en nuestro corazón. También a aceptar con fe incondicional los planes de Dios, como María, especialmente en tiempos de incertidumbre, confiando en que el Señor cumple sus promesas. Y en último término a vivir la caridad como signo de esperanza. No hay que olvidarlo, el Jubileo llama a la caridad. La esperanza que la Inmaculada nos inspira debe traducirse en obras concretas que lleven consuelo y paz a un mundo necesitado, siguiendo el ejemplo de María que acudió presurosa a servir a su prima Isabel.

Que Santa María en su Inmaculada Concepción, guíe nuestros pasos como «Peregrinos de Esperanza» en este Adviento, preparando nuestros corazones para la llegada de Cristo, nuestro Salvador y nuestra esperanza.

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