Carta del Arzobispo de Zaragoza: Dolor y gratitud ante la muerte del Papa

Carlos Escribano Subías
2 de mayo de 2025

La mañana del 21 de abril, lunes de la octava de Pascua, celebrando la incontenible alegría por la Resurrección de Cristo, recibíamos con cierta sorpresa y mucho pesar la noticia de la muerte del papa Francisco.

Francisco llegó a Roma desde su Argentina natal, en un momento crucial y desconocido para la Iglesia, que no había vivido -en los tiempos actuales- la renuncia de un pontífice. El Papa que, en detalles muy simples, quiso enseñarnos a volver a lo esencial ya al salir al balcón y pedir con conmovedora humildad la oración de la Iglesia por su persona y por el ministerio que se le había encomendado.

El Papa que insistió en que nos encontramos en una emergencia evangelizadora y que hoy es preciso evangelizar desde el gozo, con alegría misionera, involucrándonos, “primereando”, festejando y saliendo al encuentro de todos con la certeza que llevamos un mensaje que nos llena de alegría y que tiene la capacidad de transformar el mundo y todas las realidades sociales. Nos pedía que fuésemos Iglesia en salida, en estado de misión permanente. Y que fuésemos una Iglesia pobre y para los pobres, poniendo en el centro a la persona redimida por Cristo y en especial a los migrantes y a los necesitados.

El Papa de la familia y de los jóvenes, que puso su mirada en las situaciones que viven las familias de todos los tiempos y llamó siempre a vivir la alegría del amor en el hogar. Insistió, tanto como pudo, en el amor agradecido por los mayores, en el cuidado y atención de los abuelos y en el respeto por la sabiduría que los años les han dado. Ha sido el Papa que ha dedicado un documento a los jóvenes, mostrándoles que Cristo siempre es joven y que Él es el centro de toda la vida, el que renueva nuestra juventud.

Francisco ha sido el Papa que ha hecho una llamada llena de ímpetu para el cuidado de la casa común, a ser responsables del cuidado de la tierra que Dios nos ha concedido, haciendo compromisos serios y acogiendo su propuesta de conversión ecológica para construir una ecología integral. 

Nos ha recordado que la santidad no está en cuestiones alejadas de la vida ordinaria, que hay santos incluso en “la puerta de al lado”, y que todos estamos llamados a vivir con emoción el sueño grandioso que Dios tiene con nuestras vidas.

Francisco nos ha recordado que la misericordia es un antídoto que puede calmar el mal que hay en el mundo, que la misericordia nos permite parecernos a Jesús, el rostro de la misericordia del Padre. Ha sido el Papa de la paz, con muchas acciones y emisarios que siempre estuvieron en los lugares destrozados por la locura de la guerra, el Papa cercano a los que sufrían en tantos sitios golpeados por la absurda violencia que envenena el alma.

Murió el Papa de la Sinodalidad, dejándonos un horizonte de reforma en las estructuras eclesiales que se convierte en un reto a seguir desarrollando. Murió dejándonos el gozo del año Jubilar, para que todos crezcamos como peregrinos de esperanza.

Despedimos al Papa Francisco. Nuestro sentimiento es doble, de dolor y gratitud. Dolor por la despedida de un gran hombre y un gran Papa, y gratitud por todo lo que he hecho este porteño venido de tierras lejanas, por la Iglesia y por el mundo. Descanse en paz.

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