Recogemos el editorial que El Cruzado Aragonés publicó la semana pasada acerca de la reestructuración diocesana.

“La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados.” La afirmación del papa Francisco en Evangelii Gaudium resume bien el trabajo emprendido en esta diócesis, intensificado en el último sexenio –pandemia de por medio-, y en marcha hacia la deseada consolidación. El objetivo está claro: que a ninguno de los ciento y pico mil hijos del Alto Aragón oriental les pueda faltar nunca el pan de la palabra, ni el pan de la eucaristía, ni el pan del perdón, ni el pan de la cercanía, ni el pan de la ternura de Dios.

Así lo expresaba el obispo de Barbastro-Monzón, Ángel Pérez, en una carta pastoral allá por 2019, ahondando en una de sus más repetidas metáforas desde que llegó a este episcopado: todos –sacerdotes, consagrados o laicos- formamos parte de una misma orquesta, la de los hijos de Dios. Y a todos compete, pues, ese objetivo general de interpretar con armonía una sola partitura. A cada uno, claro está, desde su vocación. Pero juntos y sabiendo que “cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones”, insiste el Santo Padre.

De ahí que los nombramientos diocesanos que entrarán en vigor en septiembre respondan a una apuesta clara por la corresponsabilidad de cada bautizado en una Iglesia que responde a los desafíos más actuales en el lugar y en el momento que le ha tocado. Y ese lugar y ese momento es aquí, en el Bajo Cinca, el Cinca Medio, La Litera, el Sobrabe, la Ribagorza y el Somontano, y ahora. Un ahora en el que los números hablan de 254 comunidades cristianas con poco más de cuarenta sacerdotes diocesanos activos pero también de los pequeños milagros que suponen aquellos presbíteros venidos de fuera o los laicos comprometidos como, por ejemplo, los animadores de la comunidad.

Con estos mimbres, los de un gran territorio poco y desigualmente poblado con escasez de efectivos pero con una decidida apuesta porque “nadie se pierda”, se ha de tejer esa red geográfica de cuatro arciprestazgos y siete unidades pastorales que conformen el mapa de acción para esta Iglesia en salida. Y sobre el mapa, en lo grande como en lo pequeño, se articulará la labor de las tres grandes áreas pastorales – anuncio, celebración y caridad, centradas en la coordinación de unas delegaciones y movimientos diocesanos llamados a seguir caminando juntos.