A continuación, reproducimos la entrevista publicada este viernes, 12 de marzo, por el semanario «El Cruzado Aragonés». Es la primera que el prelado ofrece a un medio escrito tras el retorno de los 111 bienes de las parroquias aragonesas.
El retorno de los 111 bienes ha coincidido con su sexto aniversario como obispo de Barbastro-Monzón. ¿Ha sido el mejor regalo?
En el decálogo de sueños de este aprendiz de pastor que escribí con motivo de la fiesta de San Ramón en 2016, el tema de los bienes no ocupaba el primer lugar del ranking. Pero era una reivindicación justa que se la debíamos a las parroquias damnificadas y, por analogía, al pueblo de Aragón. La providencia ha querido regalarnos esta ‘caricia’ para que sigamos trabajando pastoralmente con ilusión y empeño renovado en la evangelización de cada uno de los hijos del Aragón oriental.
Fue el primer obispo en recurrir a los tribunales civiles. ¿Le ha supuesto mucho desgaste este proceso?
Más allá de los intereses o motivaciones que otros esgriman, que respeto aunque no comparta, yo solo buscaba que resplandeciera la verdad y se hi-ciera justicia, es decir, que se ejecutara lo dictado por la Iglesia. Esto ni me ha quitado el sueño (solo una noche me tuvo desvelado una decisión delicada que tomé), ni me ha impedido dedicar mis mejores energías a la acción evangelizadora y de gestión organizativa de la Diócesis. Ofrezco todos mis desvelos en esta gestión a don Alfonso, que tanto me apoyó. También al equipo jurídico, al equipo técnico de la delegación de patri-monio y al de medios de comunicación.
Ha estado siempre muy cerca del pueblo, recorriendo todos los rinco-nes de la Diócesis…
Fue lo primero que hice. Con humildad y sencillez, aprender con mi pueblo a ser el pastor cercano, cariñoso, humilde, sencillo, servicial… que la gente reclamaba y que el Papa Francisco nos urge a todos los obispos. He procurado, no siempre con el mismo acierto, querer a cada uno como es (no todos se dejan) y servirles en todo hasta donde mis fuerzas físicas alcanzan. He visitado cada uno de los pueblos habitados. He tratado de ser sensible a sus intereses y necesidades. De ellos he recibido las mejores lecciones de mi vida.
¿Cómo definiría la Diócesis de Barbastro-Monzón?
Esta Diócesis la definiría como pionera en la renovación misionera (en nuestro caso también martirial) que el Papa propugna. Ha bastado ofrecer un proyecto pastoral ilusionante y aprender a trabajar en equipo (lo que más nos está costando) para que, entre unos y otros, vayan surgiendo sinergias inesperadas. Este apasionante reto evangelizador, misionero y martirial sólo podrá cristalizar con gran altura de miras (con las luces largas encendidas) y haciendo converger al común todas las cualidades y gracias que Dios ha regalado a los hijos del Alto Aragón (corresponsabilidad y fraternidad).
Durante este tiempo ha puesto en clave de «sol-misión» a esta porción del Alto Aragón.
Ese ha sido el gran desafío: que cada persona encontrara y respondiera al plan que Dios ha soñado para ella. Se ha simplificado el número de arciprestazgos a cuatro, ha cobrado mayor protagonismo la figura del arcipreste, coordinando y animando la tarea pastoral de todos los agentes de pastoral de su zona. Y se han determinado las unidades pastorales en cada arciprestazgo y los equipos de evangelización (sacerdote, consagrados, laicos animadores de la comunidad, delegados, grupos apostólicos, movimientos, cofradías, etc.).
¿Cómo afronta el bajo número de sacerdotes?
Dada la escasez y el envejecimiento del clero de nuestra Diócesis (73 años de edad de media), esta ha sido mi principal prioridad: asegurar su atención en la casa sacerdotal (cubrir la baja de las misioneras del Pilar con la llegada de la Congregación de Marta y María); la creación de la Fundación San Ramón para la pastoral juvenil-vocacional. También la colaboración misionera (convenio bilateral entre las diócesis) de 20 sacerdotes que prestan una ayuda pastoral en nuestras comunidades cristianas durante tres o seis años.
Ha hecho frente al mismo tiempo a los desafíos de la vida religiosa…
La atención y cuidado de las 12 comunidades religiosas que trabajan en nuestra Diócesis está siempre en lugar destacado. Durante estos seis años se han marchado las hermanas de Belén, y las hijas de la Caridad han reducido una comunidad (la de la Casa Amparo). Pero se han integrado las hermanas de Marta y María a la casa sacerdotal. En paralelo, ha sido de gran ayuda la integración de los seglares en la estructura organizativa y pastoral de la Diócesis (oficiales de la curia, delegados, animadores de la co-munidad y voluntarios, entre otros).
Vive muy cerca de la gente. ¿Cómo hace para llegar a todos?
No termino la jornada sin corresponder como se merece cada uno de los mensajes que recibo. A veces me quedo dormido y con la luz encendida contestándolos. A pesar de que soy un ‘cenutrio informático’, he aprendido de los más jóvenes porque he descubierto que WhatsApp y otras herramientas me permiten, junto a los encuentros presenciales, tener abierta la ventana del alma con muchas personas. Y crear un lazo afectivo de pertenencia eclesial con nuestra Diócesis.
¿Cómo ve el futuro, una vez despejado el asunto de los bienes?
Lo más importante es consolidar (cristalizar) la estructura diocesana para que cuando me muera o me jubile todos los proyectos que están brotando no se diluyan. Ese será el verdadero termómetro de mi humilde servicio pastoral entre vosotros.