Deja que Dios te transforme por dentro. Carta del obispo de Barbastro-Monzón. 14 de diciembre de 2025

Ángel Pérez Pueyo
13 de diciembre de 2025

Adviento es el tiempo en el que la vida nos invita a detenernos y escuchar aquel susurro antiguo y siempre nuevo: si quieres que cambie el mundo, comienza por dejarte cambiar tú. Es la misma intuición del viejo Bayazid, que descubrió al final de su vida que la verdadera renovación no comienza en las estructuras ni en los demás, sino en el corazón que se abre a una transformación humilde y paciente.

A menudo nos desespera el rumbo de la historia, la crispación social, los conflictos que se enconan, la sensación de impotencia ante lo que no controlamos. Esperamos que sean los demás quienes den el primer paso: que mejore el clima familiar, que la política sea más sensata, que los ambientes laborales cambien. El Adviento nos recuerda, sin embargo, que la luz comienza por dentro, que una pequeña decisión puede alterar la atmósfera que nos rodea: un perdón, una sonrisa, una caricia, un beso, un abrazo, un saludo, una palabra que une, una renuncia a la queja constante, un gesto silencioso de bondad. Es realmente en lo pequeño donde germina siempre lo decisivo.

Juan XXIII nos propuso un estilo tan sereno como revolucionario: vivir “solo por hoy”. Solo por hoy cuidaré mis palabras; solo por hoy aceptaré las circunstancias sin resignarme; solo por hoy confiaré en que la vida no es un azar ciego; solo por hoy haré un bien que solo Dios conozca. Vivir así no es reducir la vida al instante, sino descubrir que el presente es el lugar donde se forja lo que de verdad permanece.

El Adviento nos enseña a mirar la realidad con otros ojos, con esperanza y alegría. Descubrir que siempre hay semillas de vida brotando, incluso donde parece que nada puede florecer. Hay hospitales donde la fragilidad convive con la ternura; hay familias que, pese a sus dificultades, se sosteniéndose con paciencia; hay personas que, en silencio, alivian la soledad de un vecino, acompañan a un amigo decepcionado o siembran la paz en medio de conversaciones tensas. Esa es la alegría profunda: reconocer que lo pequeño transforma, que la esperanza no es ingenuidad, que la vida se abre camino incluso cuando avanzamos entre dudas.

Todos atravesamos momentos en los que nos identificamos con quienes buscan luz en su “prisión interior”: incertidumbre, cansancio, expectativas que no se cumplen, miedo al futuro. Y, sin embargo, algo nos sostiene. A veces es una palabra que levanta, un signo discreto de justicia, una mano que cura sin hacer ruido, un gesto de comprensión que devuelve el aliento. Son las caricias que Dios te da para hacerte notar cómo hay una presencia que actúa en lo escondido, que no se impone por la fuerza, que no se muestra con espectacularidad, pero que transforma la realidad desde dentro.

El Adviento no es un tiempo de espera pasiva, sino de esperanza activa. Es confiar como el labrador que sabe que la lluvia llegará; es creer que las raíces crecen antes de que aparezcan los brotes. Es aprender a reconciliarnos con la realidad sin caer en el conformismo, a descubrir belleza en lo cotidiano, a agradecer lo sencillo, a dejar de anticipar desgracias. La serenidad no es evasión, sino una manera valiente de habitar la vida.

Si cada uno asumiera, sin ruido y sin prisa, el deseo humilde de cambiar por dentro —aunque sea un poco, aunque sea solo por hoy—, nuestras familias, comunidades y entornos serían lugares más habitables. El mundo necesita menos discursos y más vidas transparentes; menos dureza y más ternura; menos desconfianza y más gestos que siembren paz.

Adviento ocurre cada vez que alguien decide abrir espacio en su interior para la luz. Cada vez que alguien elige la paciencia, la bondad o la reconciliación. Cada vez que descubrimos que no estamos solos, que todavía hay motivos para creer en la vida, que siempre es posible comenzar de nuevo. Que este tiempo nos regale la valentía de pedir: “Señor, cámbiame por dentro.”

Quien se deja transformar se convierte, sin pretenderlo, en regalo para los demás, en una pequeña lámpara que ilumina su entorno y anuncia un mundo más libre, humano, solidario y fraterno.

 

Con mi afecto y mi bendición.

Ángel Javier Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

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