El obispo de Huesca preside la celebración del Jubileo de los enfermos

Miguel Barluenga
11 de octubre de 2025

El padre Pedro Aguado Cuesta, obispo de Huesca, presidió este sábado 11 de octubre la celebración del Jubileo de los enfermos, personal sanitario y mayores en la diócesis. En el marco del Año Jubilar, la celebración tuvo lugar en la basílica de san Lorenzo y se convirtió en una acción de gracias por la labor de aquellos que curan, acompañan y consuelan a personas necesitadas. Signo visible del amor de Dios para que juntos podamos ser testigos de la esperanza que no defrauda.

Nos congregamos -como recordó el obispo Pedro Aguado Cuesta- “personas que tenemos algunas dificultades de salud, o bastantes años, y tantas personas e instituciones que nos cuidan, que nos acompañan, que cuidan de nosotros, que nos escuchan, que atienden nuestra salud de alma y cuerpo”.

En este encuentro de generaciones y vocaciones, el obispo quiso subrayar el valor profundo de la esperanza, “que es mucho más grande y mucho más importante que algo tan simple y sencillo como el optimismo”. La esperanza -explicó- no depende de que las cosas vayan bien o mal, ni de que tengamos salud o enfermedad, sino de “creer firmemente que Dios me ama. Esta es la clave de la esperanza”.

En su homilía, el padre Pedro dirigió unas primeras palabras “a los que estáis con problemas de salud o con una edad alta que necesitéis que os ayuden”. Recordó que la enfermedad, si se vive con fe, puede ser maestra de vida: “Nos ayuda a buscar y entender lo esencial. Hay cosas que dejan de ser importantes, y la enfermedad y la ancianidad nos pueden ayudar a meternos dentro de nosotros mismos y buscar lo esencial”.

Ese “esencial” del que habló el obispo no es otro que la certeza de la presencia de Dios: “Vivir desde la convicción de que Dios nos acompaña y desde la esperanza de que, cuando Él lo decida, nos recibirá”.

En un tono profundamente humano, el pastor de la diócesis compartió una confidencia: “Hace poco visité a un sacerdote muy amigo mío, que está muy grave. Y me dijo: Pedro, yo ahora tengo que predicarme a mí lo que he predicado a todos. Y te aseguro que lo estoy haciendo. Tengo que predicarme a mí lo que he predicado a todos: que Dios también me ama a mí y me espera”.

“Esa lección -añadió el obispo- no la voy a olvidar nunca. Tengo que predicarme a mí lo que he predicado a tantos: que Dios me ama, me bendice, me espera y, cuando sea su voluntad, me recibirá”.

Su segunda palabra se dirigió “a tantas personas que os dedicáis a cuidar a los demás”: religiosas, sanitarios, voluntarios, trabajadores de residencias, familiares, y tantos otros que hacen de la atención al prójimo una vocación silenciosa. “Cuidar a los demás -afirmó el obispo- nos hace mejores. Tal vez muchos enfermos dais las gracias a quienes os cuidan, y está bien, pero ellas os tienen que dar las gracias, porque les hacéis que salga de ellas lo mejor que tienen: su capacidad de amar y de servir”.

En esa reciprocidad se revela la grandeza del amor cristiano: el cuidado no es solo un servicio, sino un intercambio de gracia: “Cuidar a los demás nos hace crecer y nos hace ser mejores. Gracias por hacerlo y por amar a quienes más necesitan ser amados”.

Por último, el obispo se dirigió a todos los presentes para hablar de la fe, “porque estamos celebrando el Jubileo de la Esperanza en una Asamblea Eucarística centrada en la fe en Jesucristo nuestro Señor”.

Y quiso aclarar: “La fe no es un analgésico ni sirve para quitarnos el dolor de muelas, de brazo o del pie. No, la fe no es un analgésico. La fe es una fuerza interior que te hace vivir de manera más convencida y mejor las dificultades de la vida. Que te hace confiar en Dios, que te hace amar, que te hace sonreír aunque tengas dolores y dificultades”.

El obispo recordó que la fe no elimina el dolor, pero da sentido para vivirlo, porque “Jesús compartió todo nuestro dolor y descendió a lo más bajo de la vida humana, al mayor sufrimiento, a la mayor soledad, a la mayor tortura, por amor”. Por eso -dijo- “Él nos entiende y nos espera”. En referencia al Evangelio de los discípulos de Emaús, don Pedro recordó que Cristo, con su resurrección, “nos restauró, nos dio nueva vida y nos dijo: Confiad en mí, porque yo voy por delante de vosotros, os espero y os recibo”.

Con esa confianza concluyó el obispo su homilía, invitando a todos a vivir este Jubileo como una renovación interior: “Esta Eucaristía vamos a dedicarla a rezar por todos nosotros, especialmente por quienes más necesitáis de la oración y por quienes os cuidan y os aman cotidianamente. Que esta sea hoy nuestra esperanza y nuestro jubileo de esperanza y de confianza en Dios”.

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