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¡Cuánto más vuestro Padre!

Pedro Escartín
26 de julio de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XVII Domingo del t. o. – C – (27/07/2025)

El domingo pasado vimos a María de Betania a los pies de Jesús, escuchándole con atención como los buenos discípulos. Al día siguiente o a los pocos días (el evangelista no lo precisa), Jesús siguió adelante con su misión y, de madrugada, hizo lo que hacía frecuentemente: hablar con el Padre. Los discípulos vieron cómo oraba y quedaron tan impresionados que alguno de ellos recordó que el Bautista había enseñado a orar a sus discípulos y pidió a Jesús que les enseñase a orar a ellos…

– Esto es lo que yo tendría que pedirte –he dicho a Jesús al recordar el Evangelio que se ha proclamado en la Misa dominical–: que me enseñes a rezar, porque muchas veces “se me va el santo al cielo”, pero no al Padre del cielo, precisamente, y me sorprendo pensando en mil cosas…

– Para que no se os fuera el santo al cielo os enseñé una oración sencilla, pues para hablar con el Padre no hace falta mucha palabrería, sino un corazón dispuesto a no encerrarse en sí mismo –me ha respondido–.

– Y por eso nos enseñaste una oración en la que primero nos preocupamos del Padre y luego de nuestras necesidades –he dicho sin dejarle terminar la frase y tomando una taza en mis manos–.

– Efectivamente. Veo que vas aprendiendo a orar –ha recalcado disponiéndose a tomar un sorbo de su café–. Lo primero que debéis desear es que el nombre de Dios sea santificado, pues los profetas anunciaron que Él es quien salva y es preciso que todos lo reconozcan; que su reino ya está entre vosotros, pues, aunque yo me he quedado en esta tierra hasta el final de los tiempos, aún hay que lograr que mi persona y mi reino, se manifiesten a toda la tierra; que estéis dispuestos a aceptar la voluntad del Padre, porque cuando acojáis lo que Él quiere estaréis ya en el cielo, aunque sigáis en la tierra.

– ¿Sabes cuántas veces repito esta oración que nos enseñaste? Pero muchas veces la rezo de carrerilla, sin caer en la cuenta de lo que digo –he reconocido implorando clemencia–.

– No pongas esa cara tan compungida –me ha dicho tratando de animarme–. Ya sé no es fácil que dejéis de pensar en vosotros mismos. Por eso, con la oración que os enseñé os animé también a pedir lo que vosotros necesitáis: el pan de cada día, el perdón de vuestros pecados, la fuerza para hacer frente a las tentaciones…

– Pero, al pedir el perdón, quisiste que pidiéramos que nos perdones «porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe», y no siempre perdono a los que me ofenden.

– Pues has de intentarlo una y mil veces. Recuerda la parábola del amigo importuno, que dije a continuación: Su amigo se resistía a desatrancar la puerta de la casa a medianoche para no despertar a sus hijos, pero terminó abriendo por la insistencia del otro: «¿Cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?». La oración ha de ser confiada y también incansable. Te repito lo que entonces dije: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez?».

– Reconozco que, en algunas ocasiones, me canso de pedir. No sé si es pereza o poca confianza en que Padre se comporta todavía mejor que nuestros padres.

– O quizá las dos cosas: ¡Háztelo mirar! –me ha dicho sacando unas monedas para pagar los cafés, pero un cliente de la mesa de al lado se ha adelantado diciendo: “Por la última vez que llamé y se me abrió la puerta”–.

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