Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de la Sagrada Familia – B –

En este domingo dentro de la octava de Navidad, la Iglesia recuerda a la familia de Jesús. Hace tres años, hablé con él del evangelio de hoy (Lc 2, 22-40), que narra lo que pasó el día en que María y José presentaron a Jesús en el templo «de acuerdo con lo prescrito en la ley del Señor». Para no repetirnos, he pensado comentar hoy con Jesús las recomendaciones del apóstol Pablo a los cristianos de la comunidad de Colosas (Col 3, 12-21), que se han leído en la segunda lectura y son muy apropiadas para el día de la Sagrada Familia…

– Has pensado bien -me ha dicho Jesús-. Cuando Pablo escribió esa carta, él estaba en prisión, pero le pesaban menos sus cadenas que la situación de la comunidad de Colosas. Ésta era un grupo numeroso de cristianos convertidos del paganismo y un buen número de judíos que se habían hecho cristianos. Epafras, convertido por Pablo, lo visitó en la cárcel y le hizo saber que algunos enseñaban errores peligrosos para la fe y la vida cristiana de los colosenses.

– O sea, que aquellos primeros cristianos tampoco eran tan perfectos como pensamos -he exclamado y he tomado un sorbo de café para disimular mi sorpresa-.

– Pues más o menos como vosotros: había santos y pecadores. Muchos fueron mártires y otros se dejaron esclavizar por la fornicación, las pasiones y la codicia, de la que Pablo dijo que es una especie de idolatría, porque lleva a rendir culto al dios-dinero -me ha recordado-.

– ¿Y qué tiene que ver todo esto con la fiesta de tu Sagrada Familia? ¿Por qué se ha leído hoy un fragmento de esa carta a los colosenses? -he reaccionado-.

– Porque en esa carta también habla de otros vicios que deterioran la vida social y no digamos la concordia familiar: la cólera, la ira, las palabras groseras, la mentira… -ha replicado-.

– Es verdad. ¡Cuántas veces se hace pedazos la vida de una familia por esos y otros defectos parecidos! -he suspirado con pesar-.

– Por eso os puede aprovechar lo que Pablo escribió a los de Colosas -me ha dicho mirándome a la cara mientras daba cuenta de su café-. Escúchalo de nuevo: «Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo».

– La verdad es que son palabras muy hermosas; las escuchas y sientes una sensación de paz en el alma; pero no son fáciles de practicar y, además, siempre habrá alguien que se aprovechará de nuestra bondad; una cosa es ser buenos y otra ser tontos -he replicado-.

– Y os escudáis detrás de esa sospecha. Así hacéis imposible la “cultura del encuentro” que Francisco, mi Vicario, os ha propuesto con el hermoso saludo “Fratelli tutti” del otro Francisco, el de Asís. Recuerda otra de las recomendaciones que hizo Pablo en su carta: «Por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo». No lo olvides: por el Bautismo sois criaturas nuevas y las viejas tensiones de pueblo, raza, religión y otras parecidas deben desaparecer. Proclamar con vuestra vida la unidad de todos los seres humanos forma parte de la tarea propia del ser cristianos en vuestros días.

– ¡Qué fuerte me resulta esta fiesta de tu Sagrada Familia! -he concluido-.

– Tan fuerte que me costó la vida -me ha recordado con un guiño de complicidad-.

– ¡Gracias, Jesús, por decirme palabras que dan vida en lugar del manido “feliz año nuevo”!