Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXIII Domingo del t. o. – C – (07/09/2025)
Jesús seguía avanzando hacia Jerusalén y se le unía mucha gente y, tal como nos ha informado el Evangelio de este domingo (Lc 14, 25-33), pensó que había llegado el momento de dejar las cosas claras, pues las palabras que afloraron en sus labios hablaban de dejarlo todo para seguirle y podían sonar a una exigencia demasiado fuerte…
– Me parece que hoy has vuelto a ahuyentar a tus pasibles seguidores más que a animarlos -le he dicho una vez que nos hemos saludado-. Quien oiga por primera vez la advertencia que hiciste a la gente que te acompañaba por el camino hacia Jerusalén podría asustarse y tentarse la ropa antes de seguir contigo.
– Justamente eso es lo que pretendo: que os tentéis la ropa -ha respondido acercándome una taza de café y, preparando la suya, ha continuado- Observa que yo subía a Jerusalén donde, después de ser aclamado, sería traicionado y arrastrado hasta el tribunal del Procurador romano pidiéndole que me condenase a muerte. No iba a ser una situación agradable para mí y tampoco para los que llegaran conmigo. Debía advertirlo a mis acompañantes, aunque me quedase solo…
– … como de hecho te quedaste -he replicado sin darle tiempo a concluir la frase-.
– Entonces, ¿cómo explicas el que tú y yo estemos hoy aquí reviviendo lo que hice y comentando lo que dije? -me ha atajado-. Han pasado muchos años y nunca ha faltado gente dispuesta a seguir conmigo e imitarme, incluso en los momentos de persecución. ¿Piensas que esa nube de seguidores y testigos no sabían en qué aventura se embarcaban cuando decidieron seguir conmigo?
He guardado silencio durante unos segundos después de tomar un sorbo de café, pensando qué podía decirle; al fin he exclamado:
– ¡Es sorprendente! Pides que, en nuestras prioridades, pongamos detrás de ti incluso a nuestra propia familia y, por supuesto, nuestros bienes y, sin embargo, en todo tiempo has encontrado hombres y mujeres, ancianos y jóvenes dispuestos a hacerlo.
– ¡Así es! -ha reconocido con una sonrisa-. El Espíritu, que os prometí que el Padre enviaría en mi nombre, es quien os proporciona el don del discernimiento para valorar qué es lo verdaderamente valioso en la vida y la valentía necesaria para llevarlo a la práctica. Esto es lo que quise decir entonces a la gente que me acompañaba con las parábolas del que pretende construir una torre y del que va a entablar una batalla: que discernieran si podrían culminar su camino junto a mí…
– Y, si no se sentían capaces, que pidieran audacia (“parresía” decían los cristianos de los primeros tiempos) al Espíritu que no desoye nuestras súplicas -he concluido intuyendo las intenciones de Jesús-.
– Dos advertencias que nunca están de más -ha añadido con un gesto de complicidad-. Una, que aprendáis a mirar vuestra vida personal y la historia con esa mirada de largo alcance que permite ver la resurrección y la vida eterna en el horizonte; sólo así es posible posponer los afectos propios, incluso los más legítimos para aceptarme y seguirme; la otra, que pidáis el don del discernimiento para vosotros y para la Iglesia: el proceso sinodal os va a exigir ser lúcidos en el discernimiento.
Y, repensando sus últimas palabras, he decidido pagar y abandonar la cafetería.