¡Un Dios tremendo y fascinante!

Raúl Romero López
28 de enero de 2019

 

Salmo 5

(Descarga aquí en pdf el comentario completo)

2Señor, escucha mis palabras,

atiende a mis gemidos,

3 haz caso de mis gritos de socorro,

Rey mío y Dios mío.

A ti te suplico, Señor,

4 por la mañana escucharás mi voz,

por la mañana te expongo mi causa

y me quedo aguardando.

5 Tú no eres un Dios que ame la maldad,

ni el malvado es tu huésped,

6 ni el arrogante se mantiene en tu presencia.

Detestas a los malhechores,

7 destruyes a los mentirosos;

al hombre sanguinario y traicionero

lo aborrece el Señor.

8 Pero yo, por tu gran bondad,

entraré en tu casa,

me postraré ante tu templo santo,

con toda reverencia.

9 Señor, guíame con tu justicia,

porque tengo enemigos,

alláname tu camino.

10 En su boca no hay sinceridad,

su corazón es perverso;

su garganta es un sepulcro abierto,

mientras halagan con la lengua.

11 Castígalos, oh Dios,

que fracasen sus planes;

expúlsalos por sus muchos crímenes,

porque se rebelan contra ti.

12 Que se alegren los que se acogen a ti,

con júbilo eterno;

protégelos, para que se llenen

de gozo

los que aman tu nombre:

13 Porque tú, Señor, bendices al

justo,

y como un escudo lo cubre tu

favor.

 

INTRODUCCION

 El salmo 5 presenta la oración de un fiel de Yavé que, zaherido y calumniado, viene por la mañana a buscar consuelo en presencia de Dios. Es una plegaria ardiente. El salmo tiene una buena dosis cultural. El desgranar de sus sentimientos lo hace el salmista ante el Arca, en el Templo. Para nosotros, tal vez lo importante sea que este salmo va a definir el verdadero sentido de Dios. Es Inmanente y Trascendente. Está muy cerca de nosotros y nos invita a entrar en su Casa. Pero debemos hacerlo “con toda reverencia”. Él es siempre el Otro, el Distinto, el que siempre puede decirnos: “Cuanto se eleva el cielo sobre la tierra… así superan mis planes a vuestros planes” (Is. 55,9).

EXPLICACIÓN-REFLEXIÓN SOBRE EL MENSAJE PRINCIPAL DEL SALMO

 “Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos”

 “Escucha mis palabras” El salmista está pidiendo una cosa muy sencilla, pero bastante difícil para los humanos: el saber escuchar. Hay mucha gente que habla, pero poca gente que escucha. Y, sin embargo, necesitamos que nos escuchen, que se interesen por nosotros, que nos dediquen un tiempo. El salmista parece decirle a Dios: Tú, Señor, no tengas prisa, no me digas que estás ocupado y que no tienes tiempo. Dios escucha con los oídos del corazón. “Este es el oír de Dios: oír no con los oídos carnales, sino con su presencia” (S. Agustín).

 

“Atiende a mis gemidos”. Para muchos autores, el clamor que lanzan los orantes en los salmos se debe a la ingenua idea de que un fuerte grito salva la gran distancia que existe entre el hombre y Dios. Calvino nos da otra interpretación: “David no clamó a Dios como si éste fuera sordo, sino que el fervor de su dolor y la ansiedad interior irrumpió en un clamor”.

 

“Rey mío y Dios mío”.

El salmista subraya al mismo tiempo la majestad de Dios y su intimidad. Por una parte el salmista sabe medir la distancia infinita que le separa de Dios, pero, por otra parte, entra en una relación personal que implica una confesión de fe: “Eres mi Dios. No tengo otros dioses. Me encanta poder mantener contigo relaciones personales”. “Qué gracia tan extraordinaria, resultado de la Alianza, el poder decir ‘Mi Dios’ y ‘Mi rey’ al Dios del Universo” (A. Deissler).

 

“Por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando”

La mañana con su frescura original, con su estreno de la luz, con la belleza de todo lo que nace, es hora propicia para la oración. En la mañana Yavé escuchó a su pueblo y provocó desorden en el campamento del faraón (Ex 14, 24). Para los cristianos, la mañana evoca en nosotros el acontecimiento máximo de nuestra fe: la Resurrección de Cristo. Y así lo expresa la liturgia:

 

“¡Puro milagro de la aurora;

tiempo de gozo y de eficacia:

Dios con el hombre todo gracia

bajo la luz madrugadora!”

 

“Te expongo mi causa… y me quedo aguardando”.

 El salmista tiene una confianza ciega en Dios. Es la oración de simplicidad, propia de personas que  aman  mucho a Dios  y no necesitan pedirle nada. Les basta con exponer. Él sabrá después lo que tiene que hacer. Así oró María, la hermana de Lázaro: “Señor, el que Tú amas, está enfermo” (Jn 11, 3). Así oró María, la madre de Jesús en las bodas de Caná: “No tienen vino” (Jn 2, 3). A María no le interesa saber si ha llegado o no ha llegado todavía su hora. Se fía plenamente del Hijo y dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. (Jn. 2, 5). Y las tinajas se llenaron de un vino excelente. (Jn. 2,10).

 

“Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, me postraré ante tu Templo Santo con toda reverencia”

 En este pequeño versículo se condensa toda nuestra auténtica vida religiosa. Por una parte es cercanía. Y Dios quiere que nos acerquemos a Él como hijos y le descubramos como Padre lleno de ternura. Pero, al mismo tiempo, es trascendencia. Está más allá de nosotros. “A Dios nadie lo ha visto”. (Jn.1,18)  La bondad y cercanía de Dios no nos permiten hacernos un Dios “a nuestra imagen y semejanza”. Un Dios “manejable y manipulable”. El salmo nos invita a acercarnos y entrar en su casa, pero “con toda reverencia”.

 

”Que se alegren los que se acogen a Ti con júbilo eterno…, que se llenen de gozo los que aman tu Nombre” 

El salmo nos invita a la alegría y a la fiesta. El servicio a Dios debe rezumar gozo y felicidad. El gozo es uno de los frutos del Espíritu.

La puerta para la entrada al Santuario es el amor. “El amor del Nombre único es el principio supremo del servicio al Santuario” (Rabí Meir Gabllai). “Sobre las ruinas de la muerte triunfa el júbilo del amor” (A. Chouraqui).

“El alma llena de amor es atada por los lazos del amor en el juego y en la jovialidad de su corazón. El que ama no sirve a su Maestro por obligación. Es el amor abrasador el que le impulsa a servir a Dios con alegría. Y se regocija de cumplir la voluntad del Creador… No sirve para provecho personal… Cuando el alma está abismada en las profundidades del temor, una chispa de amor en su corazón se convierte en llama y su gozo interior aumenta. Los actos y las palabras no sirven sino de introducción a la devoción del corazón”.

(Rabí Eliezer de Worms)

 

“Porque Tú, Señor, bendices al justo y como un escudo lo rodea tu favor”

El salmo acaba con una exclamación litúrgica de tono sapiencial. Dios es el que cobija, el que protege y el que bendice. Esto es lo que ha experimentado el salmista. Y esta experiencia maravillosa ha de pasar a todo el pueblo.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA 

La costumbre de Jesús era en orar por la mañana. “De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se marchó a un lugar apartado a orar”. (Mc. 1,35). Lo primero que hacía Jesús, en una jornada normal,  era rezar. Se llenaba de la bondad y la ternura del Padre. Y ésa es la clave para entender su vida de entrega y servicio desinteresada a los demás. Pero, ¿cómo oraba Jesús? “Dios lo escuchó en atención a su actitud reverente”. (Hebreos 5, 7).

“Sólo le pido a Dios que me libre de Dios”. (Maestro Eckhart). Le pide al Dios grande, al Dios auténtico, al verdadero Dios, que le libre de ese pequeño dios de bolsillo que, a veces, nos fabricamos los hombres.

Se pregunta San Agustín: ¿Qué es esto que al mismo tiempo me “enardece” y me “estremece”?. Eres Tú, Dios mío. Me enardece eso que tienes tan semejante a mí: eres hombre como yo. Pero me “estremece” eso que eres tan distinto a mí ¡Eres Dios!.   

ACTUALIZACIÓN

En estos tiempos de tanta confusión, se puede pecar por defecto y por exceso con relación a la persona de Jesús. Pecan por exceso los que tanto afirman la divinidad de Jesús que prácticamente niegan su humanidad. Éstos deberían leer a Peguy cuando afirma: “Algunos se creen hijos de Dios porque no son hijos de los hombres”. Una de las frases más importantes del Nuevo Testamento es la de Juan en su Prólogo  “Y el Verbo se hizo carne”

Y no menos peligrosos son aquellos que en esta sociedad “globalizada” desdibujan la figura de Jesús, como si fuera un Maestro más en la gran gama de maestros religiosos, o incluso una “estrella más” en el mundo de las galaxias, que emite energía a los que se acercan a Él.  Hoy más que nunca urge la “experiencia religiosa” en un encuentro al vivo con Jesús, “verdadero Dios y verdadero Hombre”. 

¡Condúceme, dulce luz, a través de la oscuridad que me rodea, condúceme! La noche es oscura y estoy lejos del hogar, ¡Condúceme!. J. Newmann

 

                                      PREGUNTAS

  1. En la “historia de las religiones” se presenta a Dios como el Tremendo y el Fascinante. En el Evangelio también Jesús aparece como el amigo y el Kyrios, el Señor. ¿Sé hacer de mi vida cristiana una síntesis de esta bipolaridad? ¿Caigo en la cuenta que mi vida cristiana se empequeñece cuando me falta la adoración?
  2. Jesús dialogaba con todo el mundo. Y escuchaba con todo el corazón y con toda el alma. La gente salía contenta después de haber estado con Él. En nuestros grupos cristianos vivimos juntos… pero, ¿ya dialogamos? ¿Sabemos escucharnos con el corazón?
  3. En el salmo hay una invitación a vivir en la jovialidad de Dios. ¿Sé, como David, danzar ante su tienda? ¿Estoy contento(a) con mi Dios? ¿Sé contagiar a los demás la alegría que llevo dentro?

                           

                                               ORACIÓN

Señor, en este mundo nuestro en el que nos ha tocado vivir, hay mucha gente que habla, pero poca que escucha. Muchos quieren enseñar y pocos quieren aprender. Sobran palabras. Falta silencio. Yo quiero pedirte lo mismo que hace muchos años te pedía el rey Salomón: “Dame, Señor, un corazón que escuche”.

“Entraré en tu casa y me postraré”

Dame, Señor, ese perfecto equilibrio para poder conjugar las dos cosas: el estar cerca y saber guardar las distancias. Quiero gozar de tu abrasadora cercanía, pero también quiero disfrutar de la inaccesible lejanía de tu Misterio. Permíteme alabarte, bendecirte, adorarte.

“¡Que se alegren los que se acogen a Ti con júbilo eterno!”

Dame, Señor, la alegría no sólo de creer, sino también de poder celebrar mi fe. Quiero expresar con mis labios y mi corazón el gozo de ser cristiano. Que la norma de mi obrar sea la tuya, la que aparece en el Evangelio: “Yo hago siempre lo que al Padre le agrada”. Que por encima de lo mandado y lo prohibido, sepa caminar por la senda espaciosa de mi generosidad.

¡Cambia, Señor, mi oración en adoración; mi deber en ilusión; mi obligación en respuesta gozosa a tu Amor! ¡Que toda mi vida sea un anuncio vibrante de tu Resurrección y un adelanto feliz de la Jerusalén celestial.

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