El misionero aragonés, Eduardo Roca, lleva 25 años en una de las zonas más pobres y violentas del continente africano, en la ciudad de Pemba, en el norte de Mozambique. A la avalancha de refugiados que huyen del terror yihadista, se han sumado las catástrofes naturales, como el ciclón Kenneth, que dejó en 2019 decenas de muertos y 250.000 damnificados, y la crisis climática, que golpea especialmente a estas regiones y a quienes las habitan en forma de sequías o inundaciones que conllevan a su vez la escasez de alimentos y la propagación de enfermedades. En esta dura realidad, trabaja este cura zaragozano que hoy, 22 de octubre, puede consagrar la iglesia que tanto esfuerzo ha costado levantar. “Comenzamos con una comunidad cristiana de apenas un centenar de personas. Hoy atendemos a más de 2000 niños en nuestra escuela comunitaria, la mayoría de ellos musulmanes». De hecho, este pequeño templo dedicado a San Carlos Lwanga, convive junto a siete mezquitas en una población donde el islam es la religión mayoritaria.
El camino hasta aquí no ha sido fácil, nos cuenta el padre Eduardo, quien ha pensado muchas veces en tirar la toalla. Sin embargo, han sido los propios pobres con los que convive quienes le han dado la mayor lección de resiliencia. «Se crecen ante los problemas. Viven de lleno las bienaventuranzas». Además, «la comunidad cristiana se ha convertido en mi familia, haciendo realidad el evangelio de San Mateo, 19», asegura el misionero, quien agradece también la ayuda recibida por parte de la Conferencia Episcopal Española, la diócesis de Zaragoza y la de tantas familias y amigos que han contribuido para que esta pequeña iglesia en Mozambique sea desde hoy una parroquia. «Lo hemos conseguido gracias a no desistir», dice haciendo gala de la tenacidad aragonesa que corre por sus venas.
