Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo del Tiempo Ordinario

Hoy hemos escuchado el evangelio de la boda de Caná (Jn 2, 1-11); allí, Jesús sorprendió a sus primeros discípulos, después de la encantadora escena de Juan el Bautista transfiriendo a Jesús a dos de sus discípulos. Aquellos discípulos aún no sabían a quién estaban siguiendo…

– Además de tomar café conmigo cada domingo, tampoco hiciste ascos a participar en aquella boda -he dicho después de saludarnos-.

– ¿Y por qué no iba a asistir? -me ha respondido-. Tú eres mi amigo y aquellos novios también eran amigos míos y de mi madre; fuimos invitados y llevé a mis primeros discípulos. Si ahora tomo café contigo, bien pude entonces acompañar a aquella buena gente en su boda.

– Tienes razón; a veces olvido que en todo eres igual a nosotros, menos en el pecado…

Jesús ha hecho caso omiso a mis últimas palabras y ha continuado:

– Y recuerda que, desde el profeta Oseas, la imagen matrimonial ha descrito las relaciones del Padre con su pueblo; conmigo estaban a punto de comenzar unas nuevas relaciones.

Mientras hablábamos, nos habíamos hecho con sendos cafés y comenzábamos a degustarlos.

– Menos mal que estaba allí tu madre y te hizo caer en la cuenta de que se iban a quedar sin vino; no quería que los novios pasaran por aquel bochorno, que pondría punto final a la euforia y jolgorio de su boda -he añadido de buena gana-. Pero reconocerás que tu respuesta fue bastante ruda: no la llamaste “madre”, sino “mujer”, como quien pone distancias, y tu explicación de la negativa no acortó la distancia; ¿sabía tu madre cuál era tu «hora»?

– Pues, porque no terminaba de entender la diferencia entre mi «hora», que depende sólo de la voluntad del Padre, y la vuestra, tuve que ponerme un poco serio. Claro que ella, como buena madre que es, entendió que mi «hora» ya estaba comenzando y recondujo la situación. Fue ella quien dijo a los criados que siguieran mis instrucciones; me conocía más de lo que daba a entender -ha dicho tomando un largo sorbo de café-.

– Y llenaron seis tinajas de unos cien litros cada una, ¡casi seiscientos litros! No hacía falta tanto para sacar del apuro a unos novios…

– Ya veo que sigues a ras de tierra -ha reaccionado inmediatamente-. Si mi «hora» empezaba a sonar, era preciso que el “signo” fuera lo más expresivo posible. La cantidad de vino era señal de la abundancia de felicidad del Reino que yo venía a anunciar; la calidad del vino, mejor que el primero, subrayó la esplendidez del banquete del Reino, que ya habían anunciado los profetas; la sorpresa del mayordomo preguntando al novio de dónde había sacado este vino, insinuó la índole divina del Reino que yo venía a inaugurar; y las palabras de mi madre: «no les queda vino», puso de manifiesto la situación del judaísmo y de la humanidad entera, si les faltaba el Reino de Dios…

– El evangelista termina diciendo que con la sorpresa de este “signo” creció la fe de tus discípulos -he añadido para redondear la conversación-.

– Sólo eran los comienzos; hasta que se cumpliese mi «hora» tendrían que sufrir el impacto de las contradicciones y del “signo” definitivo: mi muerte, injusta y cruel, y mi resurrección gloriosa. El camino iba a ser duro, pero así lo había dispuesto el Padre en su amor a vosotros.

– Bueno, no adelantemos acontecimientos y celebremos hoy la alegría de estas bodas. Jefe, ¿cuánto se debe?