Resulta curioso observar las redes sociales y advertir los numerosos mensajes que circulan sobre los abusos que los pobres, los excluidos, los olvidados (salvo en estas ocasiones) hacen de las ayudas sociales y de los servicios públicos en general.
Me resulta sorprendente y casi insultante, cómo se comparten, replican e incluso jalean mensajes de este tipo sin contraste ninguno. Sus argumentos, a poco que conozcas la realidad de estas familias, evidencian su mala intencionalidad, a ras de ideas desencarnadas, es decir, sin intención de encontrarse frente a frente con la persona, de mirar a sus ojos y tratar de comprender lo que siente, piensa o sueña.
Y digo insultante, porque conozco personalmente a numerosas personas y familias que sufren situaciones de pobreza y de exclusión. Conozco de su sufrimiento y de su incapacidad para salir de esas situaciones. Conozco también cómo en muchas ocasiones esas mismas personas han sufrido explotación, han sufrido discriminación, incomprensión y cuando no indiferencia.
Resulta evidente, cuando lees esos mensajes que circulan por las redes e incluso por algún medio de comunicación que es altavoz del pensamiento de una parte de la población y del establishment de determinadas corrientes ideológicas, cómo se han despersonalizado totalmente las realidades que hay detrás de los mismos y han alzado como verdad una ideología que en pocas ocasiones tiene reflejo en la realidad.
Y es que ciertamente nos encontramos con casos de picaresca que abusan de las ayudas sociales que en ningún caso pueden generalizarse. No niego que puede haber familias y personas que hagan abusos de las mismas a conciencia. Pero también debemos tener en cuenta que buena parte de ellas son fruto de la misma situación de exclusión en la que viven. Hay ocasiones en que esa picaresca es un mecanismo de defensa. La mentira, el ocultamiento, la falta de motivación, la inconstancia deberían advertirse como consecuencia de la situación de la exclusión social que sufren y no como causa que motiva la picaresca. Es que son mentirosos, ladinos o getas, se dice.
Usan la mentira porque es lo único que han conocido en la vida, se muestran con desprecio porque desde niños se han sentido despreciados y abusan de la sociedad porque muchas veces sólo han conocido el abuso.
Por otro lado, sería interesante poder conocer lo que supone económicamente el volumen de estas picarescas en comparación con las facturas que todos hemos pagado sin IVA, o los fraudes en la declaración de Hacienda. Seguro que, simplemente teniendo en cuenta el volumen poblacional, éstas últimas superan con creces las anteriores.
Y por supuesto, la supuesta práctica abusiva de los pobres queda a la altura de los zapatos comparada con los casos de alta corrupción de la clase política o empresarial que, desde hace años, vienen acompañándonos en los telediarios y en las portadas de los periódicos.
En mi ánimo no está justificar unas situaciones con otras, nada más lejos de mi intención. Pero sí que me gustaría poner en evidencia el sin sentido de juzgar con tanta saña y sin un análisis serio a unos y prácticamente no cuestionar a otros o normalizar otras situaciones porque “como todos lo hacen…”
Y es que por lo general, lamentablemente, estamos acostumbrados a ver antes la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Al igual que todavía nos cuesta descubrir en el pobre a un hermano, ver tras sus malos modales, tras sus mentiras o su rostro marcado por el sol y la intemperie, la dignidad de un hijo amado por Dios; amado con mayor ternura precisamente por su abandono, rechazo e incomprensión. No podemos olvidar que los pobres son los predilectos del Padre.
Así lo reconoce el Papa Francisco en su última Exhortación Apostólica: «La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte«. (Gaudete et exultate 101)