En esta ocasión, me ha parecido interesante acercar un ejemplo positivo que nos sirva de reflexión y de guía para abrir ventanas a la esperanza. Se trata del movimiento global B Corp que aúna a más de 2.000 empresas en 50 países y 130 sectores en todo el mundo.
B Corp ( http://bcorporation.eu/spain ) promueve entre sus empresas asociadas ir más allá de las meras ganancias económicas y generar impactos positivos en los empleados, en las comunidades a las que sirven y en el medio ambiente. Por ello su planteamiento no es ser las mejores empresas, sino las mejores empresas para el mundo.
Esta perspectiva modifica notablemente la manera de ser y de estar en el mundo. Las empresas que se vinculan a B Corp son empresas que realmente llevan en su ADN estos valores. No se trata de una operación cosmética para alcanzar mayores beneficios económicos. La metodología utilizada para evaluar y auditar sus procesos, pone en evidencia cuál es el fin último de las empresas que desean obtener el certificado “B Corporation”.
Si persiguiésemos este fin: ser las mejores personas para el mundo, desde cualquier circunstancia o papel que nos tocase desempeñar en la vida, ser los mejores consumidores para el mundo, ser los mejores trabajadores para el mundo, ser los mejores padres para el mundo, ser los mejores esposos para el mundo o ser los mejores vecinos para el mundo, nuestras acciones y, sobre todo, nuestras actitudes cambiarían profundamente.
Como decía, situarnos ante la vida, desde esta perspectiva, cambia nuestra manera de ser y de estar en el mundo. Normalmente no nos cuesta tanto asimilar ser los mejores consumidores para el mundo. Todos, más o menos, podemos mirar las etiquetas de los productos que compramos y optar por elegir productos ecológicos, productos de kilómetro cero o productos que respetan los derechos de los trabajadores, etc.
Sin embargo, situémonos en el papel de padres. Lo habitual es que queramos ser los mejores padres del mundo, es decir los mejores padres para nuestros hijos, sólo para nuestros hijos. ¿Este planteamiento no podría ser una trampa, igual que lo es para las empresas, querer ser la mejor empresa del mundo?
Y digo que puede ser una trampa porque habitualmente acabamos lanzando mensajes como: «tienes que ser el mejor médico o cuando menos un buen médico, el mejor fontanero o una buena abogada». Y cuando pensamos en lo mejor para nuestras familias, lo más habitual es que pensemos en bienes materiales y en bienes intangibles que favorezcan el prestigio y la buena posición, de la misma manera que las mejores empresas del mundo sólo miran sus balances económicos y su posicionamiento en el ranking empresarial. Y es que ser un buen médico no garantiza ser un buen médico para el mundo.
¿No sería más enriquecedor, más educativo y más coherente con el Evangelio ser los mejores padres para el mundo, e integrar nuestra paternidad en la familia universal constituida por Dios Padre a través de su Hijo Jesús de Nazaret?
Quizá ser médico, fontanera o cualquier otra profesión para el mundo requiere un enfoque más acorde con la voluntad de Dios, un enfoque atento a las tentaciones del tener material, del prestigio y del poder. Ser cualquier cosa para el mundo requiere renunciar a la perspectiva de mi propio yo, de mi propia familia y pensar desde la perspectiva del bien común (principio de la Doctrina Social de la Iglesia).
En definitiva se trataría de promover una predisposición de cambio que nos proyecte como las mejores personas para el mundo, cultivando una actitud de ojos abiertos ante cualquier circunstancia que nos toque vivir para fomentar los valores del Evangelio. Ser ojos, manos y voz del Resucitado para nuestros hermanos y para el entorno en el que nos toca vivir, a través de los gestos cotidianos más sencillos como una sonrisa, el saludo, el reciclado diario de materiales, etc.; pero también a través de gestos de mayor calado como el apoyo a determinadas causas y asociaciones, la educación a largo plazo de nuestros hijos, la transformación del modelo económico a través de nuestro consumo, la denuncia de injusticias o la inversión de nuestro dinero a través de fondos éticos, etc.
No se trata sólo del qué, sino sobre todo del cómo. Y preguntarnos al servicio de quién ponemos nuestra vida y todos sus frutos. ¿Nuestra vida, trabajo, consumo, la educación de los hijos, cuentas bancarias… está puesta al servicio de Dios o del dinero?