El pasado lunes, el tercero del año, ha sido bautizado como el Blue Monday, el día más triste del año. El psicólogo creador de tan absurda proclama publicitaria concluye que el frío, el viento, la vuelta a la rutina, la cuesta de enero y, sobre todo, contemplar que aún quedan muchas semanas para el primer puente festivo, son los factores que, combinados, inducen a semejante conclusión.

¿Cómo superar este trance que supone la vuelta al trabajo o a los estudios después de un tiempo vacacional tan prolongado? ¿Cabe tan solo la resignación ante lo inevitable? ¿Cómo abrazar con alegría y entusiasmo este tiempo ordinario que ahora comienza?

En primer lugar, deberemos responder con franqueza la siguiente pregunta: ¿qué es para nosotros la fiesta? ¿Es algo externo a nuestra persona o la fiesta viene con nosotros? ¿Somos hombres que vivimos en fiesta o que solo vivimos en las fiestas?

Me refiero a que en España y en el resto de las llamadas sociedades del bienestar nos encontramos con una mayoría de personas que solo viven en las fiestas. El resto de su tiempo deambulan como espectros; arrastran con desánimo sus cuerpos mortecinos después de largas jornadas de trabajo o de estudio sin ningún otro estímulo que descontar las horas que restan hasta alcanzar el fin de semana o la fiesta siguiente. Son hombres abatidos que anhelan la fiesta para recuperar la alegría que, supuestamente el trabajo o el estudio les habrían arrebatado durante la semana.

¿No es un poco trágico que si esta es nuestra suerte, la mayor parte de nuestra vida sea una vida de muerte? Porque mis hijos tienen todos ellos tres meses de vacaciones de verano, además de la Navidad y alguna que otra festividad local, pero la inmensa mayoría de la gente trabajadora disponemos de poco más de veinte días a repartir durante todo el año. Negro panorama se nos presenta si solo durante ese puñado de días conseguimos ser hombres y mujeres en fiesta.

¿No es dramático considerar que nuestra alegría provenga del día de la semana en el que nos encontremos o de cualquier otro tipo de circunstancias incontrolables y externas a nosotros mismos?

Ciertamente, no resulta grato madrugar por las mañanas para acudir diariamente a nuestros centros de trabajo; no es placentero lidiar con las dificultades inherentes a nuestras responsabilidades laborales pero, como sentenció en cierta ocasión el Papa Benedicto XVI, “Los caminos del Señor no son cómodos. Pero no hemos sido creados para la comodidad, sino para para grandes cosas, para el bien.”

Buscar esta grandeza según los talentos recibidos por Dios resulta un potente estímulo para levantarse cada día. Dar lo mejor de nosotros mismos y dejarnos utilizarnos por Dios y así hacer maravillas puede convertir un día ordinario en una experiencia extraordinaria, un Blue Monday en un Yellow Monday.