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Lectio Divina: 9 de enero de 2021

Raúl Romero López
4 de enero de 2021

«¡Animo!, que soy yo, no temáis».

1.- Oración preparatoria.

Cómo me gustan, Señor, esas palabras tuyas a los discípulos, en medio de la noche: ¡Que soy yo, no temáis! Soy yo, el amigo de siempre, el que nunca os abandona, el que siempre os anima, el que siempre os lleva hasta el mismo corazón del Padre. No estáis huérfanos, tenéis un Padre maravilloso; no estáis abandonados, tenéis una casa acogedora; no debéis de sentiros solos, aquí estoy yo como vuestro mejor amigo. Haz, Señor, que sintamos tu cariño, tu cercanía, tu presencia, tu persona amiga y llena de ternura. Gracias porque cada día susurras a nuestros oídos: ¡Que soy Yo, no temáis!

2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 6, 45-52

En aquel tiempo, después de la multiplicación de los panes, Jesús apremió a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra. Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Animo!, que soy yo, no temáis». Subió entonces con ellos a la barca, y el viento se calmó, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido el milagro de los panes, y su mente estaba embotada.


Meditación-Reflexión

Me llaman poderosamente la atención estas palabras del evangelio: “Jesús apremió a sus discípulos a subir a la barca”. ¿Por qué? No olvidemos que, después del éxito extraordinario de la multiplicación de los panes, aquellos judíos que habían visto el milagro, quisieron hacer rey a Jesús. (Jn. 6,13-15). Los discípulos estaban encantados y sintonizaban con aquellos judíos. Pero Jesús se retira al monte, a orar al Padre para no desviarse de su voluntad y ser Mesías como el Padre quería y no como hubieran querido los judíos, también sus discípulos. Con un Mesías que caminaba hacia la Cruz, ningún discípulo estaba de acuerdo. Con un Mesías triunfalista, todos. Por eso “les apremia, les empuja, para subir a la barca” y alejarles de ese ambiente, y sobre todo, de esa manera de pensar.  Y es que cargar con el misterio de la Cruz, nos asusta a todos. A los discípulos de entonces, y a los de ahora. Aquellos primeros discípulos caminaban en la oscuridad, estaban en la noche. Y seguimos estando en la noche todos los que queremos un “cristianismo barato, un cristianismo de rebajas, un cristianismo sin cruz”. Y no es que Jesús quiera vernos sufrir, ni mucho menos amargarnos la vida. Lo que quiere es que no “huyamos de la vida”, que la aceptemos tal y como es: limitada, susceptible de sufrimiento, y de muerte. Jesús no quiere engañar a sus discípulos, los quiere elevar a un mundo superior, al mundo donde Él está, al mundo de su Padre Dios. Por eso les dice: “Que soy Yo, no tengáis miedo”. Los cristianos no somos de una condición humana distinta: tenemos los mismos problemas, pasamos por las mismas limitaciones, incluso vamos a morir lo mismo que los demás. Lo que nos distingue es “esa voz dulce que nos invita a estar con Él y perder todos los miedos”. No tengáis miedo, ni siquiera el miedo a la muerte. “Voy por delante a prepararos sitio”. (Jn. 14,1-2). Con estas consoladoras palabras de Jesús, ¿todavía seguimos teniendo miedo?

Palabra del Papa

“Uno de los motivos que endurecen el corazón es el cierre en sí mismo: Hacer un mundo en sí mismo, cerrado. En sí mismo, en su comunidad o en su parroquia, pero siempre cerrado. Y el cierre puede tener que ver con muchas cosas: pero pensemos en el orgullo, en la suficiencia, pensar que soy mejor que los demás, incluso en la vanidad, ¿no? Existen el hombre y la mujer-espejo, que se cierran en sí mismos para mirarse a sí mismos constantemente. Pero, tienen el corazón duro, porque están cerrados, no están abiertos. Y tratan de defenderse con estos muros que hacen a su alrededor. […] “El corazón, cuando se endurece, no es libre y si no es libre es porque no ama: así terminaba el apóstol Juan en la primera lectura. El perfecto amor echa fuera el temor: en el amor no hay temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no es perfecto en el amor. No es libre. Siempre tiene el temor de que suceda algo doloroso, triste, que me haga ir mal en la vida o arriesgar la salvación eterna… Pero tantas imaginaciones, porque no ama. Quien no ama no es libre. Y sus corazones se endurecieron, porque todavía no habían aprendido a amar. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de enero de 2015, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio ya reflexionado. (Silencio)

5.- Propósito: Ante un problema, una dificultad que yo pueda tener en este día, pensaré: Jesús me ama y está conmigo.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Dios mío, no tengo derecho a protestar de nada, a quejarme de nada, a tener miedo a nada. Tú estás siempre conmigo, como está el sol en nuestra tierra. Es verdad que, a veces, está nublo y no se ve, pero no por eso deja de existir. Pasan los nubarrones y vuelve a brillar con toda su belleza y esplendor. Haz que siempre me deje iluminar por Ti.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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