Lectio Divina: 4 de enero de 2020

Raúl Romero López
30 de diciembre de 2019
«¿Qué buscáis?»…  «Venid y lo veréis…

1.-Oración introductoria.

Señor, yo quiero acercarme hoy al evangelio “con ojos de enamorado”. Sólo así se puede leer este evangelio escrito por el discípulo a “quien Tú, tanto querías”. Sólo así quiero iniciar con Juan “un bonito camino de amor” y así podré llegar a entenderlo. Este evangelio no está escrito para personas superficiales. Dame la gracia, Señor, de contemplarlo en profundidad.

2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que quiere decir, «Maestro»- ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que quiere decir ´el ungido´). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él su mirada, le dijo: «Tu eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás (que significa Pedro, es decir, «roca»)

3.- Qué dice el texto.   

Meditación-Reflexión.

Los primeros discípulos conocen a Jesús “estando con Él”. En el desierto Jesús no podía ofrecerles nada. “El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.  Pero les ofrece algo mejor: “su persona”. Notemos que Juan y Jesús, los dos están en el desierto. Pero el desierto de Juan es muy distinto del de Jesús. Juan vive en el desierto de la soledad, de la austeridad buscada, de la violencia, de las duras palabras y del mensaje amenazante:” “Raza de víboras! Ya el hecha está puesta a la raíz de los árboles” (Mt. 3,7-10). El desierto de Jesús rompe la soledad para vivir en fraternidad. Las palabras son dulces, comprensivas, llenas de cariño. Por eso les impactó tanto que “se quedaron con Él”. Juan, que escribe su evangelio siendo ya anciano, no ha olvidado esa hora, la más bonita de tantas horas vividas en casi cien años: “las cuatro de la tarde”. El discípulo amado no ha olvidado nunca el encanto de su mirada, la dulzura de su voz, la presión de su mano, el latido de su corazón y el estremecimiento de su ser al pronunciar su nombre.   Lo que verdaderamente cambia a una persona, la transforma, la enriquece y le hace crecer es otra persona. ¿Qué diremos del encuentro de una persona con la persona de Jesús? Algo inefable, misterioso, fascinante debió ocurrirles a estos discípulos que, estando en el puro desierto, a medida que el sol se ocultaba por las montañas de Judea, más difícil les resultaba arrancarse de Jesús.  “Y se quedaron con Él”. Se quedaron fascinados, embobados, entusiasmados durante toda la vida.  Y, llenos de ese entusiasmo, fueron a contar a otros lo que les había sucedido. Eso es la auténtica manera de evangelizar.

Palabra del Papa.

La palabra «Cristo» (Mesías) significa «el Ungido». La humanidad de Jesús está insertada, mediante la unidad del Hijo con el Padre, en la comunión con el Espíritu Santo y, así, es «ungida» de una manera única, y penetrada por el Espíritu Santo. Lo que había sucedido en los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento de modo simbólico en la unción con aceite, con la que se les establecía en su ministerio, sucede en Jesús en toda su realidad: su humanidad es penetrada por la fuerza del Espíritu Santo. Cuanto más nos unimos a Cristo, más somos colmados por su Espíritu, por el Espíritu Santo. Nos llamamos «cristianos», «ungidos», personas que pertenecen a Cristo y por eso participan en su unción, son tocadas por su Espíritu. No quiero sólo llamarme cristiano, sino que quiero serlo, decía san Ignacio de Antioquía. Y pidamos al Señor para que no sólo nos llamemos cristianos, sino que lo seamos verdaderamente cada vez más. (Benedicto XVI, 21 de abril de 2011).

4.- Qué me dice a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.-Propósito. Si yo he experimentado el amor de Dios en mi encuentro con Jesús, hoy voy a intentar contagiar esta experiencia a otras personas.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias por permitirme encontrarte en esta oración. Como te encontró Juan, el discípulo amado. Ahora, Señor, una vez que he sido seducido por ti, no permitas que vuelva la vista atrás. No dejes que me encandile con las tentaciones del mundo. Realmente quiero responder a tu llamada y vivir feliz y contento contigo. Hoy hay mucha gente que busca y no encuentra; que llama y nadie le abre la puerta.  Permite que mi testimonio de vida sea un puente para que otros también te sepan encontrar, y una vez encontrados contigo, puedan ser felices del todo.

PDF:  4 DE ENERO

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