Lectio Divina: 24 de julio de 2018

¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?

1.- Oración introductoria.

Señor, en este rato de oración, vengo a pedirte que me ensanches mi mente y, sobre todo mi corazón, para descubrir mi verdadera familia, mi familia en el espíritu, mi familia en la fe. Está por encima de los lazos de la carne y de la sangre. En esta familia yo descubro a Dios como Padre y a los demás como hermanos y hermanas. A esta gran familia pertenece especialmente María, la madre de Jesús, pero también nuestra madre.

2.- Lectura reposada del Evangelio: Mateo 12, 46 – 50

Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

3.- Qué dice el texto. 

Meditación-reflexión

A primera vista, nos parece que Jesús no tiene un comportamiento correcto con su madre. Todos hubieran deseado que, ante el anuncio de que su madre estaba ahí, hubiera cortado el discurso para saludar dar un abrazo a su madre. Pero Jesús, con este comportamiento, nos está diciendo que a su madre no la podemos encasillar en un esquema meramente “biológico”. Por eso tampoco acepta ese piropo tan natural de una mujer de pueblo: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te dieron de mamar”. Jesús no puede reducir a su madre a la categoría biológica de “pechos y vientre”. Ella es grande porque siempre ha sido “la oyente de la Palabra de Dios”, la que siempre ha cumplido la voluntad del Padre. María va a ser una persona muy especial, un miembro cualificado, en la gran familia de los seguidores de Jesús. Y es que Jesús nunca ha querido separar a su madre, del Pueblo de Dios. En esta maravillosa “caravana de la fe” Ella es la primera. “Dichosa tú, la creyente”. Le dijo su prima Isabel. Y dichosos de nosotros que nos podemos aprovechar de la “palabra” del Señor, vivida, rumiada, asimilada, en el corazón de María.

Palabra del Papa.

«Quien acoge a Cristo en la intimidad de su casa se sacia con las alegrías más grandes». El Señor Jesús fue su gran atractivo, el tema principal de su reflexión y de su predicación, y sobre todo el término de un amor vivo e íntimo. Sin duda, el amor a Jesús vale para todos los cristianos, pero adquiere un significado singular para el sacerdote célibe y para quien ha respondido a la vocación a la vida consagrada: sólo y siempre en Cristo se encuentra la fuente y el modelo para repetir a diario el «sí» a la voluntad de Dios. «¿Qué lazos tenía Cristo?», se preguntaba san Ambrosio, que con intensidad sorprendente predicó y cultivó la virginidad en la Iglesia, promoviendo también la dignidad de la mujer. A esa pregunta respondía: «No tiene lazos de cuerda, sino vínculos de amor y afecto del alma». Y, precisamente en un célebre sermón a las vírgenes, dijo: «Cristo es todo para nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él es médico; si estás ardiendo de fiebre, él es fuente refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es vigor; si temes la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es alimento». (Benedicto XVI, 2 de junio de 2012).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios ya meditada. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Hoy acudo a María para que me dé esa palabra de Dios que brota del silencio. Está hecha, pensada y medida para mí.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te agradezco tus enseñanzas en este rato de oración. Me has abierto mis ojos para descubrir el “misterio de María”. Ella nos ha concebido en la fe. Ella nos hace crecer y madurar en esa misma fe. No es Maestra de lecciones teóricas, de clases de teología, de cursillos de ascética. Pero sí nos da clases excelentes de fe auténtica, de fe probada, de fe hecha vivencia y experiencia.

 

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Autor: Raúl Romero