Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio en la fiesta de Santa María Madre de Dios – A –

El párroco nos ha puesto en guardia para que el comienzo de un nuevo año no haga invisible lo que celebramos en este día: la circuncisión e imposición del nombre al niño, cuyo nacimiento nos alegró la vida hace ocho días. El evangelio dice que «le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción» (Lc 2, 16-21). Voy a felicitar a Jesús por su santo y cumpleaños…

– Muchas gracias -ha respondido-. Pide unos churros o lo que quieras, que hoy invito yo.

– Por cierto, que en algún comentario he leído que el evangelista Lucas, al describir tu circuncisión, hizo la primera profesión de fe, acentuando tres rasgos de tu personalidad: ser el “Mesías” esperado por Israel, el “Señor” manifestado en tu resurrección y el “Salvador”, que era el título que en aquella época los romanos daban a sus emperadores y a sus dioses…

– Ya veo que te has informado -me ha dicho entre un churro y un sorbo de café-. Pero no te engañes: los de mi tierra tardaron en reconocerme como su Mesías y sólo me proclamaron Señor y Salvador después de mi resurrección y de una muerte cruel, como bien sabes…

– Sí -he interrumpido apenado-; y los que ahora deberíamos ver con claridad que tú eres el único que nos salva de las contradicciones y tristezas de la vida, incluida la muerte, somos reticentes para reconocerte como alternativa absoluta a tantos “dioses” que la humanidad se fabrica. Sólo tienes que recordar los estúpidos gritos de felicidad que anoche se produjeron en todos los rincones cuando sonaron las doce campanadas…

– Tienes razón -ha replicado-, pero has de atemperar tu malhumor al juzgar a la gente. Todos quieren ser felices y no saben cómo lograrlo. Se sienten deslumbrados por el brillo efímero de lo superficial, que no les deja dar con el tesoro escondido que es el Reino de mi Padre. ¿Para qué crees que me envió a este mundo, sino para libraros del apego a vosotros mismos? Y no siempre tuve éxito, como me ocurrió con aquel joven rico que me preguntó qué tenía que hacer para conseguir la vida eterna.

– ¿Cuál? ¿El que pretendía alcanzarla a precio de saldo?

– No te metas con él -ha reaccionado-. Encontrar el tesoro escondido o la perla preciosa con los que identifiqué el Reino de Dios lleva tiempo y requiere lucidez. ¿Recuerdas lo que escribió Aurelio Agustín (San Agustín, para que me entiendas) en sus “Confesiones”? Te lo recuerdo y espero que te ayude a ver el nuevo año con otros ojos. Aurelio Agustín era un joven que triunfaba en los estudios y en las diversiones. Llegó a ser un profesor afamado y un hombre disoluto. Él mismo confesó: «Yo ardía en deseo de hartarme de las más bajas cosas y llegué a envilecerme hasta con los más diversos y turbios amores; me ensucié y me embrutecí por satisfacer mis deseos». Pero no era feliz. Un día, charlando con un amigo suyo le dijo: «¿No te das cuenta de la vida que llevamos y de la vida que llevan los cristianos? ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir como ellos, sólo por la vergüenza de reconocer que nos hemos equivocado?» Su conversión llevó tiempo, pero, cuando la culminó, exclamó: «Tarde de amé, Belleza, tan antigua y tan nueva. Estabas dentro de mí y yo te buscaba por fuera…»

– Así que para este nuevo año me recomiendas paciencia…

– Paciencia…, y que te des cuenta de que se llega a ser feliz subiendo los ocho peldaños hacia la felicidad, que os propuse en el sermón del monte: «Bienaventurados los pobres…, bienaventurados los que buscan la paz…» ¡Ah! y no olvides que el papa Pablo VI quiso hacer de este día una jornada de oración por esa paz que tanta falta os hace. ¡Quieto! Ya te he dicho que hoy pago yo -me ha recordado al ver que sacaba mi monedero-.