El obispo de Barbastro-Monzón, Ángel Pérez, presidió la clausura del 350 aniversario de la llegada de las Capuchinas a Barbastro, en la víspera de la fiesta de la Presentación del Señor, cuando celebramos la Jornada de la Vida Consagrada. Acompañado por el capellán de esta comunidad religiosa, José María Ferrer, y del superior de los Misioneros Claretianos de Barbastro, Carlos Latorre, el obispo reiteró el agradecimiento por la presencia y labor de las doce congregaciones religiosas de vida activa y contemplativa con presencia en la Diócesis, y de las representante de la Orden de las Vírgenes Consagradas y del instituto secular Vita et Pax.
“Gracias, Señor, porque con su vida fraterna, con su servicio a los más desheredados y con su comunión con Dios son un anticipo del Cielo”, afirmó el prelado. En su homilía, mons. Ángel Pérez comparó la vida consagrada con un bosque o un jardín “que embellece y oxigena. Nos sentimos bendecidos y agraciados por estas comunidades que nos sirven, que están entre nosotros y en cuyo significado solo reparamos, a veces, cuando desaparecen”. A continuación, Marta Calavera recordó cómo se gestó y desarrolló la llegada de las Capuchinas a Barbastro, en 1670, así cómo el apoyo popular ayudó en la construcción del convento e iglesia actual.
Vida consagrada
La pandemia impidió una celebración conjunta de la renovación de la consagración de todos los religiosos diocesanos, que realizaron privadamente en cada congregación, y que en la ceremonia simbolizaron tres de ellos: la superiora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, sor Begoña Bermejo, la superiora de la Compañía de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl, sor Rosario Marín, y el superior de los Claretianos.
La abadesa de las Capuchinas, Florence Stoumba, y José María Ferrer repartieron entre los asistentes las candelas previamente bendecidas, “la luz de Cristo”, junto a una estampa de san José.