Con el domingo de Pascua comenzamos el tiempo pascual, cincuenta días hasta Pentecostés en los que celebramos la Resurrección del Señor. El júbilo de la Pascua se prolonga durante la cincuentena, como si de un solo día se tratara. Al ser mi primera carta de este tiempo pascual, quiero felicitaros a todos y desear que, a pesar de todas las dificultades, sepamos vivir y mantener la alegría de estos días.
El segundo Domingo de Pascua también es llamado Domingo de la Divina Misericordia, según la disposición de san Juan Pablo II durante su pontificado tras la canonización de su compatriota Faustina Kowalska. Al unir esta fiesta de la Divina Misericordia al tiempo pascual, comprendemos que la Resurrección del Señor es la manifestación máxima del amor de Dios hacia nosotros, de su misericordia que se derrama con abundancia sobre toda la humanidad. Misericordia que quiere llegar especialmente a aquellos que sufren o viven sin ilusión.
En esta fiesta se nos invita a pedir su misericordia, a ser misericordiosos y a confiar plenamente en Cristo resucitado. El papa Francisco nos invita a vivir en esta dinámica de Dios: «La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. […] Dios nunca se cansa de perdonarnos. El problema es que nosotros nos cansamos de pedirle perdón. ¡No nos cansemos nunca! Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene misericordia con todos nosotros».
En un mundo dividido por la violencia y las guerras, herido por la crisis económica y social, debemos recurrir a esta Misericordia divina. Como decía el papa Francisco el año pasado en esta fiesta: “Debemos ser misericordiados”, así lograremos ser misericordiosos: “… misericordiados, los discípulos se volvieron misericordiosos. Lo vemos en la primera Lectura. Los Hechos de los Apóstoles relatan que «nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común» (4,32)”.
Es la gran transformación que se da en los primeros discípulos, después de la Resurrección del Señor. El Papa se preguntaba: “¿Cómo cambiaron tanto?”; y nos da una respuesta: “Vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas. Descubrieron que tenían en común la misión, que tenían en común el perdón y el Cuerpo de Jesús; compartir los bienes terrenos resultó una consecuencia natural. El texto dice después que «no había ningún necesitado entre ellos» (v. 34). Sus temores se habían desvanecido tocando las llagas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las llagas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús. Porque allí está Jesús, en las llagas de los necesitados”.
Queridos hermanos y amigos, ojalá sepamos en esta Pascua acercarnos todos hasta esta Misericordia del Señor que nos da gozo, alegría y esperanza. Pidámoslo en el tiempo de Pascua, para que como deseaba Francisco: “Dejémonos resucitar por la paz, el perdón y las llagas de Jesús misericordioso. Y pidamos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia”.