Coincidiendo con el Jubileo de los Catequistas en Roma, el templo jubilar de San Salvador reunió el último domingo de septiembre a catequistas y profesores de religión con un doble objetivo: celebrar su jubileo en la diócesis y, al tiempo, recibir el envío de su obispo.
Mons. Ángel Pérez Pueyo, presentándose como «un hermano» y «uno más entre vosotros», subrayó que la vocación no es un llamamiento a los perfectos, sino a aquellos que, con sus «heridas» e historias concretas, han sido tocados por Cristo. A todos recordó el «compromiso de caminar juntos como Iglesia sinodal, corresponsable, que escucha y discierne, donde todos —niños, jóvenes, padres, docentes y catequistas— somos parte activa del anuncio del Evangelio. Ninguno sobra. Todos somos necesarios».
En su homilía, don Ángel definió el rol de los presentes como “testigos de un Encuentro y no «instructores de Doctrina». Por ello, les instó a ofrecer a los jóvenes «lo esencial: a Cristo, su mirada, su Palabra, su estilo de vivir».
En esa labor, subrayó, «os guía, os sostiene y os forma el Espíritu de Jesús que va delante. Nuestro testimonio será creíble solo si nace del amor. Solo si enseñamos con el corazón. Solo si acompañamos con paciencia. Solo si nuestros labios y nuestra vida dicen lo mismo».
En esa línea, el obispo recordó que los padres son «los primeros catequistas» y el deber de la Iglesia es ayudarlos a redescubrir su vocación como evangelizadores, con ternura.
Cerró su predicación con un Decálogo del Evangelizador, inspirado en el Magisterio pontificio: que ponga siempre a Cristo en el centro, parta del amor, con escucha, paciencia y alegría, contando con las familias, con belleza, en comunidad invocando al Espíritu Santo y confiando en la gracia de Dios. «La esperanza cristiana, concluyó, no defrauda».
Tras la eucaristía, los participantes compartieron mesa y mantel, muy bien acogidos y acompañados por el Ayuntamiento de Torrente de Cinca.
