Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XIII del tiempo ordinario.

Los últimos domingos han estado copados por las celebraciones de Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Christi. Volvemos, pues, al “tiempo ordinario”, que nos facilitará el escuchar la predicación de Jesús por Galilea y Judea y sus encuentros con la gente. El párroco nos ha dicho que estos encuentros nos servirán para conocer mejor a Jesús. Hoy, el evangelista Lucas nos dice que Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén. Ésta sería su “subida” definitiva a la Ciudad Santa, que culminaría con su muerte y resurrección; por el camino ocurrieron los episodios que se narran en el evangelio de este domingo (Lc 9, 51-62)…

– A Santiago y Juan se les atragantó la negativa de los samaritanos a recibirte -he dicho al acomodarnos-. Pedían que bajara fuego del cielo para acabar con ellos. Cuando los elegiste, acertaste al ponerles el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno…

-Acerté sólo en el apodo. En esta ocasión, tuve que reprenderles. Si cada vez que uno de vosotros me desprecia, me hace el vacío o me rechaza, lo fulminara con un rayo, ¿quién se atrevería a tratar conmigo? -ha observado con calma después de dar cuenta del café-. Ellos aún no habían asimilado el «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas», que dije a la gente agobiada y que vale también para vosotros.

– Pero era de libro que aquel rechazo de los samaritanos era absurdo: no te recibieron porque ibas a Jerusalén y ellos estaban enemistados con los judíos… ¡si tú eras galileo!

– No te empeñes en crear problemas en lugar de tender puentes -me ha respondido-. Lo hacéis con frecuencia y así os va. Yo vine a liberar a la gente fatigada y agobiada, pero el ramalazo de la venganza, que tantas veces se agazapa en vuestros corazones, no produce paz, sino un poso de sabor amargo. ¿Alguna vez aprenderéis a soportar el sufrimiento en vez de causarlo? Sólo cuando está en juego la defensa de «uno de estos hermanos míos más pequeños» hay que ser inflexibles, aunque no vengativos.

– Crudo me lo pones -he dicho cabizbajo-. No es cómodo ir contigo y ser tu compañero.

– Nunca dije que lo fuera -me ha atajado con una sonrisa y dando otro sorbo al café-. El evangelio de este domingo recoge mis palabras a aquel que me alcanzó por el camino y quería seguirme.

– Sí: que «las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» -he recitado con un gesto adusto-. Así es como resulta tan difícil que tengas discípulos, sobre todo ahora, con lo comodones que nos hemos vuelto.

– Pero no he venido a engañar a nadie -ha vuelto a decirme con calma-. A los otros dos que querían seguirme, les urgí a hacerlo de inmediato, porque es necesario que Dios reine cuanto antes en este mundo. Tenéis que evitar las excusas, que tantas veces os salen al paso, para retrasar el momento de seguirme. Lo dije con palabras que te parecerán duras, pero son eficaces para desenmascarar la tentación de dejar para mañana lo que podéis hacer hoy. ¿Cómo no voy a querer que un hijo entierre a su padre o que se despida de su familia? Ese lenguaje era la manera de hablar de mis vecinos, y me entendieron perfectamente.  

– Ya veo que tu última subida a Jerusalén estuvo desde el principio marcada por la contradicción -he dicho poniéndome en pie-.

– Y por la honda satisfacción de echar a andar hacia donde el Padre me esperaba. Haced lo mismo vosotros y os sentiréis felices -ha dicho mirando al camarero y despidiéndose hasta el domingo que vine, si el Padre quiere…-