Desde el día 4 de junio vuelven a sonar los cantos en las iglesias aragonesas.
Sobre ese particular escribe el diácono Juan Gabriel Lorenzo, responsable del coro de monjes del Monasterio de El Pueyo de Barbastro.
San Agustín en sus Confesiones nos recuerda cómo se estableció en Milán el canto “para que el pueblo fiel no se consumiese de tedio y de tristeza” ante la grave situación de la persecución de su obispo San Ambrosio. Y dice santo Tomas de Aquino que la alabanza oral es necesaria para elevar los afectos del hombre hacia Dios y que, por lo tanto, como las melodías producen distintos sentimientos en el alma, “el canto en la alabanza divina es una práctica muy saludable para estimular más y más la devoción de los espíritus débiles”.
Así, con el canto los ánimos son llevados de lo sensible a lo eterno. ¿Es necesario notar alguna utilidad mayor? Nuestros ánimos muchas veces abatidos por el tedio de una larga jornada de trabajo, o por la tristeza de una situación difícil, ¿cuántas veces no se animan por una bella melodía o canción? ¡Cuánto más se alegra y anima el alma cuando “el arte es nuestra fe y Cristo nuestro canto”! (como dice San Paulino de Nola) Porque así, lo Bello se conjuga con lo Verdadero, y somos invitados a levantar los ojos “al Dios de todo consuelo” y elevarnos a lo eterno.
Hoy más que nunca es útil el canto. Hoy más que nunca es necesario el canto para fortalecer los ánimos decaídos, para levantar los espíritus abatidos, para estimular la devoción de una sociedad fría que ha olvidado a su Creador, para sostener al pueblo para que no sucumba ante el tedio y la tristeza de una situación tan difícil como la que vivimos. Hoy más que nunca no deberíamos callar sino “cantar a Dios un cántico nuevo y que resuene su alabanza en la asamblea de sus fieles” para que “se alegre Israel por su creador” para que “sus fieles se alegren por su gloria” (Sal 149 vv. 1-2 .5).
