Félix San Lavilla cursó los estudios en la Universidad Pontificia de Comillas, obteniendo el Grado de Doctor en  Filosofía y Teología con las máximas calificaciones. Recién ordenado, permaneció, durante dos años, en la Diócesis de Jaca, en donde desempeñó los cargos de prefecto de disciplina y profesor de Filosofía. El 27 de diciembre de 1921 fue nombrado, previa oposición, canónigo de la S.I. Catedral de Barbastro. Fue profesor, tanto de Filosofía como de Teología y Sociología, en el Seminario. Al quedar vacante la diócesis, en agosto de 1935, por traslado a la de Tarazona del Ilmo. P. Mutiloa, se hizo cargo del gobierno de la Diócesis como Vicario Capitular, y al tomar posesión de esta diócesis el Ilmo. Dr. D. Florentino Asensio, fue nombrado Vicario General, cargo que desempeñaba a su muerte.

 Al presentar al nuevo Obispo, se despedía de su cargo con unas palabras que indican el clima social de la ciudad: “Cuando el apoyo y los resortes oficiales se inhiben, tiene que suplirse este vacío por el entusiasmo y la iniciativa privada. Por eso, hermanos míos, en ninguna ocasión como en esta estáis vosotros obligados y el Vicario debe exigir con más derecho a que contribuyáis con vuestra presencia y con vuestros entusiasmos a esta entrada de nuestro venerado y preclaro Prelado y a llenar el vacío que pudiera dejar de apoyo oficial”.

Al producirse la detención del primer sacerdote, el Vicario General, don Félix Sanz, en su condición de abogado en ejercicio, fue a protestar ante el comité en nombre del obispo, por el atropello que aquella detención significaba contra el sacerdocio. Mucha entereza, en verdad, era aquella a tales horas: lo vieron entrar en el Ayuntamiento con sotana y manteo, descubierta la cabeza, abriéndose paso por entre la multitud que llenaba la plaza, sereno, valiente, con aquella prestancia de gran señor. A la vuelta a casa, él mismo también fue detenido.

Sobre su estancia en la Cárcel-Convento de las Capuchinas, resulta muy interesante lo que escribe Tomás Pujadas:

“Cuando los dos condenados a muerte fueron devueltos a las capuchinas, les metieron en la celda en que estaban los canónigos don Félix Sanz y don Mariano Sesé.

-Nos han condenado a muerte –murmuró el padre Torrecilla.

-También nosotros debemos estar ya condenados.

Don Félix Sanz contó lo que le había pasado aquella mañana:

-“Me han llevado ante el tribunal: éste que funciona aquí; y me han preguntado si quería vivir. Yo les he contestado sencillamente que la vida es un don de Dios que no podemos despreciar. Entonces ellos me han ofrecido la libertad.

-“Te es muy sencillo quedar libre y poder vivir tranquilamente.

“Yo, que ya suponía a dónde iban, me he encomendado al Señor para que me diera fuerzas para realizar un propósito que había ya tomado hace unos días. Ellos han proseguido:

-“Te va a ser muy fácil, basta que escribas una blasfemia. Comprende que no es suficiente que la pronuncies: a lo mejor el comité no lo creería y nada habríamos adelantado. Es preciso que la escribas y firmes.

-Sí. Ya he oído que a otros sacerdotes les habéis pedido lo mismo. Previéndolo, yo me he adelantado a vuestra invitación. Aquí, sobre mi pecho, llevo el papel en que he escrito esa… “blasfemia”. Como no tenía tinta, la he escrito con mi sangre.

“Y les he entregado un papel. Ellos lo han cogido ávidamente y han leído:

“¡Viva Cristo Rey! Félix Sanz, sacerdote católico, canónigo de Barbastro. Perdónales, Señor, que no saben lo que hacen”.

“Se han puesto furiosos y, a golpes y empujones, los milicianos me han metido en esta celda. He supuesto que es la celda de los que van a morir. Y… aquí estoy esperando la hora en que el Señor me llame. No puede tardar mucho”.

En la madrugada del jueves 6 de agosto, debieron ir a buscar primero con el camión a los detenidos en la cárcel municipal. Después recogieron a los detenidos de las Capuchinas. Se dirigieron en dirección a Huesca, y a unos dos kilómetros, debieron de parar el camión y hacer bajar a la mayor parte de los detenidos. Ahí los asesinaron. Después siguieron el recorrido en dirección a Fornillos. En una de las revueltas asesinaron a don Félix Sanz, vicario general y a don Marcelino Capalvo, canónigo y director de El Cruzado Aragonés. Es posible que quisieran martirizarlos de manera especial.

Mariano Fierro, a quien obligaron a conducir el camión, testificó que presenció cómo iban cantando el himno a Cristo Rey por la carretera hasta llegar al lugar del fusilamiento. Allí, cuando iban a dispararlos, todos a una gritaron: “¡Viva Cristo Rey!”.

Félix Sanz  Lavilla,  fue un persona inteligente y valerosa; pero, sobre todo, un “mártir” de Cristo tan destacado que bien merece encabezar el grupo de los “mártires de la Diócesis de Barbastro-Monzón».

Antonio Plaza Boya