Opinión

Nerea Vigo Iglesias

Efluvios de un alma sibilina

El sentido del sacrificio en el mundo contemporáneo: una reflexión a partir de “El Manantial” (1949)

15 de agosto de 2025

En una época marcada por la inmediatez, el consumo rápido de experiencias y la exaltación del éxito visible, el concepto de sacrificio resulta, como mínimo, incómodo. La Semana Santa, enarbolando una narrativa de entrega y renuncia hasta las últimas consecuencias, choca así con una cultura donde la gratificación instantánea se ha convertido en el valor dominante. Y, sin embargo, la historia que impregna esa magna semana (la de un hombre que, en esencia, da su vida por otros) sigue teniendo un eco profundo porque percute algo esencial en nuestro interior: la certeza de que hay causas, ideales y amores que merecen nuestra entrega (y defensa) total.

Curiosamente, esta idea resuena también en «El Manantial» (1949) de King Vidor, brillante adaptación cinematográfica de la novela de Ayn Rand de mismo nombre. Su protagonista, Howard Roark, encarna un tipo de renuncia que exige una enorme fortaleza interior: la de no ceder sus principios y su visión creativa ante la presión social. Roark, arquitecto innovador, rechaza comprometer su obra para complacer tanto a clientes como al gusto mayoritario de los individuos vacuos que constituyen el grueso de su Sociedad (sí, en mayúscula, porque en esta cinta ella se eleva a concepto). Su sacrificio, por ende, no es por otros, sino que sirve a la integridad de su propio ideal, incluso si eso le cuesta el reconocimiento, el sustento y la reputación. ¿Por qué? Porque para Roark, poco importa tender un brazo si el gesto mismo no es auténtico en el alma de quien lo lleva a cabo. En otras palabras, prima el obrar mismo sobre su fin. En el acto que despliego, por tanto, he de ser plenamente autoconsciente de todo cuanto «canta» mi interior; si hago oídos sordos, es como si jamás iniciara movimiento alguno.

Retomemos el hilo de esta breve opinión. El notorio contraste de la película entre la entrega cristiana y la fidelidad individualista de Roark plantea una pregunta fascinante para el mundo contemporáneo: ¿qué significa hoy sacrificarse? ¿Es renunciar a lo que somos por el bien de otros, o preservar lo que somos frente a la demanda de conformarnos?

En la Semana Santa, el sacrificio de Cristo se entiende como amor absoluto: implica aceptar la pérdida, el dolor y la muerte para que otros vivan, para que quien no podía sostenerse en pie logre ahora comenzar a caminar. Es un movimiento hacia fuera, un despojarse por el otro. En «El Manantial», el sacrificio de Roark es, en cambio, un movimiento hacia dentro: pretende proteger el núcleo de su identidad creadora. Ambos comparten, sin embargo, un elemento común que los conecta: la voluntad de pagar un precio alto por algo que consideran innegociable, aquello que ningún dinero puede comprar. Esto no es otra cosa que el Yo absoluto, es decir, el espiritual.

En el contexto actual, donde el sacrificio suele reducirse a una palabra asociada a privaciones económicas o laborales, conviene recuperar su sentido más profundo. Sacrificarse no siempre implica perder; puede significar elegir conscientemente aquello que merece más la pena que el beneficio inmediato. Puede significar, por ejemplo, dedicar tiempo a una causa que no reporta prestigio, cuidar de un familiar enfermo o negarse a participar en una dinámica que compromete la integridad personal.

Así, el sacrificio no es un residuo romántico de épocas pasadas, sino una forma de resistencia frente a la superficialidad. La Semana Santa nos recuerda que la entrega por Amor es posible; «El Manantial», que la fidelidad a uno mismo es el primer paso para lograr dicha apertura. Por eso el mundo contemporáneo necesita ambos ejemplos: la disposición a renunciar por y paraotros y la firmeza para no traicionar lo más auténtico de nosotros mismos, ya que, si no actuamos acorde a nuestra alma, siguiendo los acordes que ésta dicta a modo de principios, no lograremos brillar. En esa tensión se esconde un manantial de sentido, capaz de nutrir tanto la fe como la vida cotidiana; en suma, todas las dimensiones del ser.

Este artículo se ha leído 1085 veces.
Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas

Este artículo se ha leído 1085 veces.