Despedimos a Javi, el sacerdote que tantas veces nos hizo rezar cantando al amor más sincero. Sí, al amor que dio su vida por amor, al que Javi entregó su vida entera. No hemos hecho otra cosa que compartir nuestra sorpresa incrédula ante la noticia que fue corriendo de boca en boca, de mensaje en mensaje, mientras compartíamos la mala noticia no dando crédito, como si nuestra extrañeza herida y perpleja pudiera cambiar las cosas. Nuestra Iglesia diocesana, está triste y en nombre de todos queremos expresaros nuestras condolencias, querida familia. Es inútil darle vueltas, por más que nuestro dolor por una pérdida como la de Javier Sánchez, nuestro querido Javi, nos ha sumido en ese pliegue de preguntas que nos dejan pobres, de dudas que nos zarandean, de lágrimas como humilde expresión de lo que no sabemos decir abrumados por la noticia. Lo he visto en vuestros rostros, lo veo en el mío cuando me asomo al espejo de mi intimidad quedándome también yo sin palabras.

No ha sido el desenlace final tras una larga enfermedad que minaba a una persona y que poco a poco nos iba preparando para aceptar y asumir el golpe último que siempre nos impone una muerte, sino del sobresalto fiero de un hecho con el que nadie contaba: ni su familia que le quería y le quiere, ni las monjas Concepcionistas que se estaban preparando para celebrar la Resurrección del esposo, ni los compañeros sacerdotes que le lloramos con desazón, ni nuestros cofrades de la Humildad que en el epílogo de la semana Santa reciben la peor de las noticias, ni la feligresía y los vecinos de San Gregorio que no tuvieron la oportunidad de celebrar con él la fiesta del triunfo de la Vida, ni tantos amigos que han encontrado en su música y en sus canciones la caricia y el rostro de un Dios cercano. 

Cada mañana nos adentramos en las rutinas de una nueva jornada. Así, al dar comienzo un nuevo día miramos la agenda de nuestros quehaceres donde hemos anotado un sinfín de cosas. Tantas tareas de esas que a diario llevamos adelante sin caer jamás en la osadía de anotar: esta semana me encontraré contigo cara a cara Padre bueno. Esa anotación está escrita, pero sólo la conoce Dios que es quien lleva nuestra agenda verdadera que nunca nos comunica y que sólo conocemos cuando llega. Es cierto que muchas veces decimos: “haremos tal cosa si Dios quiere”. Lo decimos, sin caer en la cuenta de la verdad que encierra esa expresión tan cristiana. Está indicando que la vida está en manos de Otro, que no la decidimos nosotros, ni nuestros los logros, ni las prisas ansiosas, ni las trampas y pecados. Sólo la decide Dios, con el que no siempre contamos dejándonos llevar por nuestros cálculos y medidas en un trozo de historia, la nuestra, que cabe solamente en lo que rodean nuestros brazos, otea nuestra mirada, recuerda selectivamente el ayer o sueña mirando nuestro incierto mañana.

Tantas veces Dios escoge caminos insospechados para venir a nuestro encuentro y decirnos algo. Acaso, ante nuestras sorderas pertinaces y nuestras distracciones fugitivas, Él escoge el silencio y la ausencia para venir a nuestro encuentro. Un silencio que nos deja mudos y una ausencia en la que parecemos huérfanos, como ahora nos encontramos nosotros ante un hecho tan incomprensible humanamente hablando. 

Es quizá en este momento cuando necesitamos que Javi nos preste aquellas muletas de las que nos habla en una de sus canciones: “Con madera de la cruz han hecho mis dos muletas las dos cargan con mi peso, yo las llevo, ellas me llevan. Con madera de la cruz han hecho mis dos muletas. No nacieron en la noche, aunque negras son por fuera, las dio a luz un resplandor a pesar de mis tristezas, pero por dentro son blancas y hacia el sol me llevan”. Necesitamos apoyarnos en las muletas de la fe y del consuelo mutuo, para dar alguna bocanada de esperanza que nos oxigene y que amortigüe el dolor que sentimos. Pero si tenemos la confianza filial, a pesar de no entender lo que nos ha pasado con la muerte de Javier, entonces nuestro corazón lleno de lágrimas se abre también a la esperanza que no defrauda.

Porque hay una santa rebeldía que nos grita en los adentros, esa que se hizo también grito y plegaria en el mismo Jesús cuando le llegó su implacable momento con el que abrió para siempre el callejón sin salida con el que nos acorrala la muerte. Una rebeldía que se hace rezo, poniendo así en nuestra mirada el consuelo de saber que por fuerte y duro que sea tener que escuchar la palabra muerte, ella no es la última que se escuchará sobre nuestra historia personal y comunitaria. Por eso el evangelio ha sido una ráfaga de consuelo. El Señor se nos manifiesta en lo inesperado para mostrarnos su triunfo definitivo: Resurrección es la última palabra que el Padre pronuncia después del silencio de tres días de la que sus apóstoles son testigos. Resurrección es también la palabra que nos alumbra paradójicamente en este momento. Es cierto que el dolor nos golpea por la ausencia de la persona a la que hemos querido y que ya no está. Y que cuanto mayor ha sido el amor que hemos compartido más profundo es nuestro dolor. Pero cuando la esperanza vaya mitigando el dolor, nos quedará el amor compartido como la mejor de las herencias. 

Damos gracias, querido Javi, por tu vida, por la impronta que tus manos sacerdotales y tu música han dejado en tantos. Ayer los presos de Daroca elevaban una oración agradecida por los ratos compartidos contigo. Damos gracias por tu cercanía a tantos hombres y mujeres de nuestros barrios en los que has servido y que han recibido tu palabra, amistad y compromiso para descubrir a Jesús. Y por estar cerca de los enfermos a quienes atendiste en la pastoral hospitalaria. Y por las hermanas concepcionistas a quienes cuidaste y protegiste hasta el final. Estoy convencido de que el Padre bueno te está acogiendo y te esta contando en su regazo toda tu vida para que con Él reconozcas los lances de tu biografía, en donde la última palabra no le corresponderá a nuestra debilidad, a nuestra confusión o pecado, sino a su misericordia, porque en el corazón de Dios no son las cosas trágicas las que se imponen, sino las cosas salvadas, perdonadas y redimidas. 

Javier, te ponemos en las manos de Santa María, la madre de los sacerdotes, para que te presente ante el Padre. Y hasta que nos volvamos a encontrar para nunca más separarnos, dejamos que los versos de tus canciones sigan acompañando nuestro camino: Al amor más sincero, al amor sin fronteras, al amor que dio su vida por amor, encontré un día cualquiera. Y a ese amor sin fronteras, ese amor más sincero, ese amor que dio su vida por amor, Le entregué mi vida entera. ¡Descansa en paz!