Domingo XXVI, tiempo ordinario: 27 de septiembre de 2020

INTRODUCCIÓN

Para descubrir la profundidad del relato tenemos que recordar que ser hijo significaba hacer siempre la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre, el que imitaba perfectamente la figura del progenitor. Como consecuencia el que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. Preguntar: ¿Quién hizo la voluntad del padre?» es lo mismo que decir «¿Quién de los dos es verdadero Hijo?» (F. Marcos)

LECTURAS BÍBLICAS

1ª Lectura: Ez.18,25-28.   2ª Lectura: Fil. 2,1-11

EVANGELIO

Evangelio según san Mateo (21,28-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor.»  Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.» Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

REFLEXIÓN

Para ganar en claridad dividimos este evangelio en tres puntos:

1.– No sirven las palabras sin las obras. “No se puede edificar una casa sobre arena” (Mt. 7, 26-27).   En este mundo sobran palabras y faltan obras.

Jesús, que es muy comprensivo con todas las personas “hasta con los publicanos y las prostitutas”, es duro a la hora de enjuiciar a los vividores, a los que llevan doble vida, a los que con palabras bonitas dicen Sí y después es que No. En realidad, esas personas no tienen criterios, ni convicciones, son superficiales y se están engañando a sí mismas. Están construyendo su vida sobre la arena y el final de ellas va a ser un gran fracaso. Jesús nos dijo: “Yo soy la verdad” (Jn. 14,6). Jesús no sólo dice verdades sino que “es verdad”. Sus labios nunca se tuercen ante la mentira. Es coherente, es sincero, es fiel. Siempre cumple lo que dice. En Jesús la verdad nunca se separa de la persona. Los cristianos debemos vivir en la verdad, debemos desposarnos con la verdad y hacerla nuestra compañera de camino. El hombre que dice y no hace es un hombre roto, dividido, un hombre frustrado, un no-hombre. Y Dios quiere que todos nosotros nos realicemos como personas. La mentira, desde el punto de vista del evangelio, es la gran amenaza al ser humano.

2.- Tampoco sirven las obras para recrearnos en ellas. “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt. 6,3).

Jesús ya nos ha advertido que, en el juicio final, habrá muchos sustos. Llegarán algunos cargados de méritos, muy cumplidores de leyes y de normas, muy fieles a sus ayunos, sus ofrendas en el Templo, sus oraciones etc. Pero todo eso que “objetivamente” está bien hecho, lo han estropeado porque todo lo han hecho por pura complacencia, por puro orgullo, por creerse mejores que los demás. Todo lo han hecho pero no por amor a Dios ni a los hermanos sino por amor a ellos mismos. Ese comportamiento tampoco agrada a Dios y Jesús lo dejó bien reflejado en la parábola del fariseo y el publicano. Lo peor de este comportamiento es el endurecimiento del corazón, el cerrarse a la novedad de Dios y el pretender encerrar a Dios en sus esquemas religiosos. En cambio los pecadores que se abren a Dios y están dispuestos a cambiar de vida, tienen un puesto asignado en el reino de los cielos. Incluso Jesús se atrevió a decir algo muy gordo: “Los  publicanos y  las prostitutas os precederán”.

3.- Hay que obrar como Jesús: “Yo hago siempre lo que  al Padre le agrada” (Juan 8,29).

Jesús siempre evita el éxito y el aplauso. Y cuando lo buscan porque intentan hacerlo rey, él se retira (Jn. 6,15). Jesús no necesita de los aplausos de los hombres. Esto a él no le dice nada. Jesús vive del aplauso de su Padre Dios, del poder dar satisfacciones a Dios, de tener a su Padre siempre contento. Esto le llena, le satisface, le hace sentirse feliz. Jesús es feliz al comprobar que, con todo lo que él hace aquí en la tierra le hace disfrutar a su Padre en el cielo. Jesús llevaba siempre consigo “un paraíso interior”.  Por eso Jesús nos invita a vivir en la gratuidad, a no recibir recompensa de nadie sino de ese Padre maravilloso que ve en lo escondido. Él es nuestra recompensa. (Mr. 6, 6. 18). Sólo si yo me siento un regalo de Dios y vivo para agradarle, podré hacer de mi vida un regalo para los demás, y podré vivir para agradar a mis hermanos. 

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy convencido de que si mis obras no acompañan a mis palabras estoy viviendo del cuento?  ¿Y quiero seguir viviendo así?

2.- ¿Estoy pendiente de que hablen bien de mí, de que me valoren, de que me aplaudan? Y ¿a eso yo le llamo vida?

3.- ¿Me apasiona vivir sabiendo que el Padre disfruta conmigo?  ¿Me encanta dar a los demás un amor de pura gratuidad?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

A primera vista, el hijo

desobediente hace un “feo”

al padre, que, en aquel tiempo,

merecía gran respeto.

Pero, en la realidad,

este hijo corrigió el yerro

al presentarse en la viña

arrepentido y dispuesto

a trabajar, dando al padre

gusto, alegría y consuelo.

Sacerdotes y Letrados

así lo reconocieron.

Ellos son el segundo hijo

que, a la ley, un “sí” dijeron,

pero, al mensaje profético

de Juan, no se convirtieron.

En cambio las prostitutas

y publicanos son eco

del primer hijo que dijo

“no” a la Ley y al Dios eterno.

Pero, al escuchar a Juan,

con dolor se arrepintieron;

y ahora le dicen “SI”

a Jesús y a su Evangelio.

Siempre hay personas que “dicen”

y después carecen de “hechos”.

Hacer  es lo principal.

Hablar y no hacer es cuento.

El mensaje de Jesús

sirve  para todo tiempo;

pues  las obras son amores,

las palabras, flor del viento

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Oración mientras dura la pandemia.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del «coronavirus», consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre. Por JNS.  Amén.

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