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Domingo 3º de Cuaresma: 3 de marzo de 2024

Raúl Romero López
26 de febrero de 2024

No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

INTRODUCCIÓN

“Jesús sube al Templo para destruir el Templo…Jesús, al subir hacia el Templo, es el Transfigurado de la montaña contra los escribas disecados en los pergaminos, el Mesías del nuevo Reino contra el usurpador del reino envilecido en las componendas y putrefacto en las infamias. Es el Evangelio frente a la Ley, el Futuro frente al Pasado, el Fuego del Amor frente a las cenizas de la Letra. Ha llegado el día del choque y del golpe”.

(Giovanni Papini)

TEXTOS BÍBLICOS

1ª lectura: Ex. 20, 1-17                      2ª lectura: 1Cor. 1, 22-25.

EVANGELIO

San Juan 2, 13-25:

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

REFLEXIÓN

El episodio del templo narrado por San Juan en este tercer Domingo de Cuaresma tiene aspectos distintos a los sinópticos que debemos tener en cuenta a la hora de descubrir la originalidad de este evangelista.

1.- San Juan pone la escena del Templo al comienzo de su ministerio, en el segundo capítulo. Parece más lógico ponerlo al final del ministerio, como hacen los sinópticos.  ¿Por qué Juan lo pone al principio? Quiere que aparezca como “programa de Jesús”. Juan quiere decirnos que Jesús viene a poner fin a las Instituciones de los Judíos por haberse quedado “viejas” “obsoletas”. Y, naturalmente, una de las instituciones más importante era el Gran Templo de Jerusalén, recién restaurado por el rey Herodes. Ese Templo ya no cumple sus fines, es más, se ha convertido en un mercado y en cueva de bandidos. Por eso el evangelista habla de “la fiesta de los judíos”. Se palpa ya una ruptura con los cristianos. El Templo no puede convertirse en un lugar de seguridad, donde se quiera comprar a Dios con sacrificios y limosnas. A Dios no se puede comprar con nada porque “no tiene precio”. Es pura “gratuidad”.  A la hora de avalar el comportamiento de Jesús en el Templo, los sinópticos citan a Is. 56, 7 donde se habla de «casa de oración y de sacrificios gratos a Dios”. Pero Juan ha preferido citar a Zacarías 14, 21 donde se dice que “aquel día no habrá comerciantes en el Templo de Yahvé”. 

2.- Destruid este Templo y en tres días lo levantaré. Ni los judíos, ni los discípulos de Jesús se dieron cuenta de la hondura de estas palabras. Todos creían que se trataba del templo material de Jerusalén. “Pero Él hablaba del templo de su cuerpo”. Los apóstoles, después de la Resurrección y el envío del Espíritu Santo, caen en la cuenta de la profundidad de las palabras de Jesús. En Juan la palabra “recuerdo” significa descubrir la profundidad de las palabras y los hechos de Jesús histórico por la fuerza del Espíritu Santo. Clave preciosa a la hora de hacer una buena exégesis de la Escritura. Sin el Espíritu no podemos comprender la Palabra de Dios. Por otra parte, el Cuerpo Resucitado de Jesús es el Nuevo Templo de Dios. Notemos algo importante: Mientras los sinópticos hablan del Templo como “casa de oración” San Juan ha interiorizado el tema y nos habla de “la casa de mi Padre”. Jesús ha tenido con el Padre unas relaciones íntimas, inefables, maravillosas. Es el Hijo amado del Padre en quien se ha complacido. Es el Hijo que sólo busca “hacer siempre lo que al Padre le agrada” (Jn. 8,29). El Padre es su “ABBA”. Es decir, su hogar, su lugar de delicias, su paraíso, su nido, su sueño. Por eso, el hablar de este Padre, el dar a conocer a este Padre, es “el celo que le devora por dentro”.  ¡Preciosa misión, capaz de llenar una vida!

3.- Nuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo” (1Cor. 6,19). Dentro de nosotros mismos, sin necesidad de salir fuera, nosotros tenemos un templo vivo donde habita Dios. Ahí debemos entrar para prolongar ese encuentro inefable y maravilloso de Jesús con el Padre. No ofrezcamos ahí ofrendas ni sacrificios materiales para comprar a Dios. Nosotros en este templo no buscamos los dones de Dios sino el Dios de los dones. Este Templo tiene dos puertas: una de entrada y otra de salida. La puerta de entrada es el amor gratuito y maravilloso de Dios, mi Padre, a quien intento agradar y complacer. La puerta de salida es ese mismo amor convertido en servicio y amor desinteresado a mis hermanos. Son las dos caras de la moneda. Cuando Gaudí diseña el templo de la Sagrada Familia, está pensando en la belleza de Dios que debe reflejarse en el Templo vivo de cada cristiano.

PREGUNTAS

1.- Jesús trae la novedad: nuevo vino, nuevo templo, nuevo pan, nueva vida. ¿Busco la novedad de Dios? ¿Por qué me aferro a lo viejo?

2.- ¿Soy consciente de que soy Templo vivo del Espíritu Santo?  Y esto ¿a qué me compromete?

3.– ¿Sé hacer síntesis de mi vida cristiana viviendo sólo para amar y servir a Dios y a mis hermanos?  ¿Sé que esto me va a hacer feliz?

Este evangelio, en verso, suena así:

Los judíos religiosos
ponían, Señor, su centro

sobre el pilar de la «Ley»

y sobre el culto del «Templo».

La Ley y el Templo, Señor,

debían servir al Pueblo

para ser fieles a Dios,

viviendo en amor fraterno.

Pero los Jefes del Pueblo,

por desgracia, convirtieron

la Ley en un «cumplimiento»
y el culto en mero «comercio».

Tú, Señor, te rebelaste
contra tan gran «sacrilegio».
Aquel infame «mercado»
rodó todo por el suelo.

No sirve una religión

de vanos actos externos.
Amor y misericordia

son el culto verdadero.

El mejor Templo, Señor,
es tu persona, tu «cuerpo»,
toda tu vida entregada

al Padre que está en el cielo.

Señor, que también nosotros
tengamos como alimento
adorar al Dios que habita

en los hermanos «pequeños».

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

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