Domingo 33, tiempo ordinario: 13 de noviembre de 2022

Raúl Romero López
7 de noviembre de 2022

“Mirad que nadie os engañe…”

INTRODUCCIÓN

“La curiosidad humana quisiera una información precisa sobre los plazos y las fechas del futuro. Son muchos los que se acercan a la Biblia buscando una información “científica” sobre los orígenes del mundo y del ser humano. No la encuentran. Pero son muchos también los que abren la Biblia buscando información sobre el fin del mundo y de la historia. No van a encontrarla. El lenguaje revelado no tiene esa finalidad. Nos expone el diálogo entre Dios y el hombre. ¡Nada más! Y ¡Nada menos! Las gentes piden “señales”. Pero las señales que ofrece Jesús no informan de cómo irá el mundo, sino que invitan a leer los acontecimientos de la historia de forma que nos ayuden a descubrir el propósito de Dios. Sólo el amor es la señal de Dios”. (José-Román Flecha)

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Malaquías 3,19-20ª.       2ª lectura: 2Tesalonicenses 3,7-12.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,5-19)

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.

Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”. Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Palabra del Señor

REFLEXIÓN

1.- ¡Qué pronto se hizo tarde! En tiempo en que se escribe este evangelio todos creen que el fin del mundo está cerca. Cuando se escribe este evangelio ha ocurrido algo trágico para el pueblo de Israel: la caída del Templo de Jerusalén, lugar donde todo judío tenía puesta su seguridad. Tan grave es este acontecimiento que lo interpretan como un aviso, una señal de que el fin del mundo ya estaba cerca. Esta convicción no sólo se hizo presente en el mundo judío, sino que los mismos cristianos estaban convencidos de ello. En la carta a los tesalonicenses que hemos leído en la segunda lectura, San Pablo interviene enérgicamente contra esos cristianos que, ante la llegada del fin del mundo, han dejado de trabajar. “El que no trabaja que no coma”. (2ª lectura). Aquí no se trata del que no tiene trabajo, sino del que no quiere trabajar. Y entonces, ¿en qué emplea su tiempo? “En no hacer nada”. Hay gente que no da golpe y se pasa el día criticando a los demás. A esas personas también hay que decirles: Y tú, además de no hacer nada, ¿qué haces? Uno de los más grandes crímenes de la vida es “matar el tiempo”.

2.- Precisamente el evangelista San Lucas abre una nueva brecha entre los cristianos. El mismo texto del evangelio de hoy nos dice: “no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida”. San Lucas escribe dos libros complementarios: El Evangelio y los Hechos de los apóstoles. En el evangelio se nos dice todo lo que Jesús dijo e hizo.  Pero esa preciosa vida no podía quedar enterrada en una tumba. Jesús resucitó y así el Padre dejó bien claro que su Hijo tenía razón. Una vida tan bella, tan sencilla, tan ejemplar, debería prolongarse en este mundo. Por eso, si el Evangelio es el “tiempo de Jesús”, los Hechos de los apóstoles son “el tiempo de la Iglesia”. La vida de Jesús hay que encarnarla en la vida de cada cristiano. No es tiempo de pensar en el “fin del mundo”, ni tampoco es tiempo de “quedarse mirando al cielo” contemplando a Jesús subir entre las nubes. Es tiempo de trabajar, de extender el reino de Dios, de hacer un mundo nuevo, es decir, de hombres y mujeres que “sigan el camino de Jesús”. Este mundo tiene que cambiar; pero no lo van a cambiar ni los sabios, ni los políticos. Lo cambiarán aquellos que tomen en serio el testamento de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mundo cambiará con una revolución: la revolución del corazón, la revolución del amor.

3.- Los tiempos de crisis pueden ser los mejores para la fe. Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto. Durante tres primeros siglos, la Iglesia fue perseguida. A esa época se le denomina la época de los mártires. Y de ella dijo Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. El Papa Francisco insiste en que la época que nos toca vivir está dando a la Iglesia más mártires que nunca. El Padre no abandona a esta Iglesia perseguida. El evangelio de hoy termina con esta promesa: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.  A los cristianos de hoy se nos pide “perseverar”. Un verbo que no está de moda. Esta época nuestra está marcada por el “cansancio”. Hay muchos matrimonios cansados; hay demasiados religiosos y sacerdotes cansados. El Papa del futuro no va a necesitar milagros para hacer santos. Bastará una pregunta: En esta Iglesia nuestra ¿Quién no se ha cansado? ¿Quién ha vivido su vocación con gozo e ilusión hasta el final? ¿Quién no ha perdido el amor primero? Ya esto bastará para hacerlo santo.

Después del Corona-virus, las cosas no pueden seguir igual. Es verdad que ha habido mucho sufrimiento y muchos han desaparecido en una terrible soledad. Pero ha habido mucha ternura, mucha solidaridad, mucha heroicidad, mucha santidad. Todas esas semillas tienen que dar fruto. Es cuestión de esperar y confiar. 

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy convencido de que Jesús no metió miedo a nadie y se pasó la vida animando, apoyando, transmitiendo ilusión y esperanza a todos? Entonces, ¿Por qué yo tengo miedo?

2.- ¿He pensado alguna vez en que la tarea del Espíritu Santo es conseguir de cada cristiano o cristiana un nuevo Cristo? Y esto, ¿a qué me compromete?

3.- ¿Me estoy cansando de ser cristiano? ¿Considero mi cristianismo como un peso, una carga heredada, un callejón sin salida? ¿Cómo salir de esta preocupante situación?

Este evangelio, en verso, suena así

Cuando llegue el fin del mundo,

Dios será el «Juez de la historia».

Reserva para sus hijos

una preciosa corona.

Es nuestra vida presente

una barca entre las olas.

Jesús anima a los suyos,

sentado, alegre, en la popa.

Tendrán que «dar testimonio»

con una fe fuerte y sólida.

Los perseguirán a muerte:

reyes, padres, Sinagoga.

Pero no pasarán miedo

ni sufrirán la derrota.

«El Señor lleva en sus alas

la salvación, la victoria».

Hoy, los creyentes, Señor,

lo tenemos «todo en contra».

Pasar de fe y religión,

ser ateo, está de moda.

Insaciables gavilanes

acechan a las palomas,

pero no tenemos miedo.

«Nuestra suerte está en tu copa».

Eres, Señor, nuestro alcázar,

nuestro apoyo, nuestra roca.

Contigo estamos salvados.

«A Ti, todo honor y gloria».

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

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