Domingo 32, tiempo ordinario: 6 de noviembre de 2022

No es Dios de muertos, sino de vivos…

INTRODUCCIÓN

El tema de este domingo encaja muy bien en el comienzo del mes de noviembre dedicado a los difuntos. El evangelio de hoy nos habla del Dios de la vida. Y nos preguntamos ¿De qué vida se trata?  Porque nosotros distinguimos varias clases de vida: a) “vida vegetativa”. ¿Acaso seremos un vegetal?  NO. b) también tenemos “vida sensitiva”  propia de los animales. ¿Acaso seremos un caballo, un delfín, un águila? NO. c) ¿seguiremos teniendo “vida humana” encarnándonos en otra persona? Hay gente que así lo cree.   Nosotros decimos que NO. Entonces ¿llevaremos vida angelical, ya que el mismo texto del evangelio de  hoy nos dice que seremos como ángeles? ¿Dejaremos de ser hombres y mujeres? Decimos que NO. El evangelio dice “como ángeles” para significar que ellos están muy cerca de Dios y gozan ya de un amor exquisito, al cual estamos también llamados nosotros; pero no como “ángeles” sino como “seres humanos” que han sido redimidos por Cristo, “el Hombre perfecto”, que está por encima de los ángeles. 

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: 2Macabeos 7,1-2.9-14.      2ª lectura: 2Tesalonicenses 2-16-3,5

EVANGELIO

Lucas 20,27-38.

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y de descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

MEDITACIÓN-REFLEXION

1.- A Jesús le hacen preguntas superficiales,  incluso capciosas,  a las que no responde. Pero sí responde a las que deberían hacerle. A Jesús se le pregunta por la vida futura. ¿Qué pasará después de la muerte? Y los maridos que hayan tenido varias mujeres… ¿de cuál de ellas será marido? Esto es lo anecdótico. Jesús va a decir que no creamos que la otra vida vaya a ser una continuidad de ésta. Será algo nuevo y distinto. Lo que a Jesús le interesa decir con claridad es esto: “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”. A Dios no le va la muerte. A Dios le va la vida. Y apela a la Escritura admitida por todos ellos: “Es el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». Ante todo, Dios es nuestro Padre y la muerte no puede ir dejando a este Padre sin hijos.

2.- La gran pregunta existencial: ¿Y qué será de mí cuando yo me muera? Nos equivocamos siempre, como se equivocó Marta, la hermana de Lázaro, cuando nuestra mirada se dirige al cadáver: “huele mal”. La mirada de Jesús la dirige al cielo donde está Dios, nuestro Padre, “que nos ha amado tanto” (2ª lectura).  En cierta ocasión, los apóstoles estaban muy tristes porque Jesús les había dicho que lo iban a matar. Y Jesús les dice: “No perdáis la calma, me voy a prepararos sitio para que donde yo esté estéis también vosotros (Jn. 14,2-4). De hecho, Jesús murió abandonándose a las manos de Dios, su Padre: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23,46). Remedando al poeta Rilke podemos decir: “En esta vida todo cae: cae la lluvia, cae la tarde; caen los copos de nieve en invierno y las hojas secas en otoño; y nosotros también caemos. Pero hay Alguien que sostiene nuestras caídas: las manos anchas de nuestro Padre Dios”.  Impresionan las palabras del cuarto hijo de los Macabeos que aparecen en la primera lectura: “vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará”.

3.- Es muy difícil creer en el “más allá” si de alguna manera, ese más allá, no se hace presente en el “más acá”. El cristianismo nació en “Pascua” en ese “paso de la muerte a la vida”. Los primeros testigos de la Resurrección lo tuvieron muy claro. El Cristo Resucitado llevaba las señales del Cristo Crucificado. Para el apóstol San Juan no hubo crisis de identificación del Resucitado: “Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1Juan 3,14). Siempre que cumplimos el testamento de Jesús de “amarnos como Él nos ha amado” hacemos experiencia de la Resurrección. Los cielos nuevos y la nueva tierra irrumpen en una experiencia de amarnos en el Señor. La  misma Constitución de Liturgia, en el nº 8 nos dice:” En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte de aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios”. San Juan de la Cruz le pide a Dios: “Rompe la tela de este dulce encuentro” (Llama). Entre el cielo y la tierra hay una “tela transparente” donde ya se vislumbran los perfiles y contornos, aunque no se vea todavía el rostro de Dios. En este mundo no podemos ver a Dios, pero sí “transparentarlo”.

PREGUNTAS

1.- Dios es el Dios de la vida, de toda vida. ¿Sé agradecer a Dios este gran don? ¿Lo empleo en beneficio de los demás? ¿Me preocupa una vida malograda, estropeada por mi culpa?

2.- ¿Vivo la realidad de la muerte con miedo, con agobio, o me fío de mi Padre Dios?

3.- ¿Tengo experiencias fuertes de Dios que me facilitan mi fe en el más allá?

Este evangelio, en verso, suena así:

La certeza de morir

nos abre tristes heridas,

porque pensamos que todo,

con la muerte, se termina.

Mas nos llena de consuelo,

felicidad y alegría,

el que Jesús afirmara

la existencia de «otra vida».

Esta vida que vivimos

es un «punto de partida»

para llegar a la «otra»:

distinta y definitiva.

Nuestro Dios es Dios de vivos

y su amor es garantía

de vivir siempre felices

en su grata compañía.

Allí no habrá ya más luto,

ni dolor, ni muerte fría:

Todos juntos con el Padre

viviremos en familia.

Lo importante es que sembremos

«aquí» las buenas semillas

para recoger alegres,

en el cielo, las gavillas.

Danos, Señor, hoy, a todos

el Pan de la Eucaristía:

Quien lo come, ya no muere,

vive una vida divina.

(Compuso estos versos: José Javier Pérez Benedí)

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