El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

INTRODUCCIÓN
Hubo un tiempo en que los primeros cristianos convivieron con los judíos en las comunidades. Pero, la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, marcó un antes y un después. El texto de este Domingo está reflejando sin duda el ambiente de persecución que los cristianos de esa comunidad están sufriendo por parte de «la sinagoga», y su expulsión de la misma, una vez destruida Jerusalén y reorganizado el judaísmo en Jamnia, en forma más estricta y excluyente que nunca, bajo inspiración y control farisaicos. Los cristianos también aprovecharon para recuperar la identidad y frescura del Evangelio.
LECTURAS DEL DÍA
1ª lectura: Mal. 1, 14b-2-2b. 8-10. 2ª Lectura: 1Tes. 2, 7b-9. 13.
EVANGELIO
San Mateo 23, 1-12:
“En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
MEDITACIÓN-REFLEXIÓN
«Vosotros, en cambio...» Aquí tenemos la clave del texto. La nueva comunidad no debe comportarse como los fariseos, sino desde la autenticidad. Esto es lo que quiere dejar claro Mateo. El mensaje central del evangelio consiste en abandonar todo intento de superioridad y entrar en una dinámica de servicio incondicional a los demás. Todo esto se consigue con la fraternidad. Pero no puede haber auténtica fraternidad sin igualdad.
1.– A nadie llaméis Padre. Sólo hay un Padre y éste es el que está en el cielo. En este mundo “damos y recibimos”. Se ha dicho que “nadie es tan pobre que no tenga algo que dar ni tan rico que no tenga algo que recibir”. El Padre del cielo da todo y se da del todo en la persona de su Hijo. Es nuestro auténtico Padre y quiere que todos sus hijos seamos iguales. En la Iglesia de Jesús no caben los complejos: ni el complejo de “superioridad” al creernos más que los demás; ni el de “inferioridad” al creernos menos que los demás. En una familia el miembro más sano ayuda al más enfermo y el más fuerte al más débil. No cabe el “poner cargas pesadas a nadie”. Pero sí cabe el ayudar al otro a llevar una carga que le pesa demasiado. A Jesús se le han dado muchos títulos, pero me gustaría añadir uno: Jesús el “quita pesos”. Por eso su carga siempre es ligera.
2.– A nadie llaméis Maestro. En esta vida todos somos maestros y discípulos. Todos aprendemos y enseñamos. Unos aprenden en las “Universidades” y otros en la “escuela de la vida”. Por eso “nadie es tan ignorante que no tenga nada que enseñar ni nadie es tan listo que no tenga mucho que aprender”. El verdadero Maestro es nuestro Señor. No Maestro de Universidad sino Maestro de Vida. Jesús no vino a enseñarnos matemáticas o geografía. Vino a enseñarnos a vivir. Con Jesús la vida tiene otro color y otro sabor. Y, sobre todo, vino a decirnos que esta vida es demasiado breve, demasiado limitada. “Como la flor del campo que aparece por la mañana y por la tarde se seca”. (salmo 103,15). Con su muerte y Resurrección nos da la esperanza cierta de una vida eterna y en plenitud. Todos somos discípulos de ese gran Maestro, pero discípulos con “sabor a vida”.
3.– A nadie llaméis “Señor”. Cuando a los primeros cristianos se les quería obligar a dar incienso al Señor-Emperador, nuestros cristianos decían que no conocían otro Señor sino el que murió en la Cruz y Resucitó. Y sirviendo a este Señor eran libres y estaban dispuestos a ir a la muerte antes de ser esclavos del Emperador. ¡Se acabaron los señores! Y más los señoritos, esos que, por el hecho de ser ricos, había que rendirles homenaje. Y todo esto ¿a qué va? ¿Qué nos quiere decir Jesús en este Evangelio? TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS.Esta es la gran fiesta de la vida, fiesta que la tenemos sin estrenar y, por consiguiente, sin disfrutar. A esto ha venido Jesús: a decirnos que tenemos un Padre maravilloso, a quien podemos llamar “Abbá”, es decir, “Papá”. Este buen Padre sólo disfruta cuando nos ve a todos unidos como hermanos. Esta es su gloria, es decir, su orgullo de Padre.
PREGUNTAS
1.- ¿Estoy orgulloso de tener un Padre tan maravilloso? ¿Me siento feliz como un niño, en dependencia gozosa de tal Padre?
2.- ¿Me gusta escuchar a la gente? ¿O me dedico a dar lecciones a los demás? ¿Me siento a gusto siendo discípulo del Maestro?
3.- ¿Disfruto de la fraternidad? ¿Me apasiona eso de no ser ni más que nadie ni menos que nadie?
Este evangelio, en verso, suena así:
Pero vosotros, en cambio,
no os hagáis llamar “maestro”
pues vuestro único Maestro
es Cristo, vuestro modelo.
Todo aquel que se enaltece,
será por Dios “humillado”
y todo aquel que se humilla,
será por Dios ensalzado.
Así resume Jesús
su crítica a los Letrados,
símbolo de los pastores
que esquilman a sus rebaños.
En vez de ofrecer al Pueblo
agua fresca, verdes prados,
sin mover ellos un dedo,
le cargan pesados fardos.
En todo lo que hacen, buscan
la ostentación y el boato,
reverencias por las calles,
primeros puestos, aplausos.
Hasta al mismo Dios del cielo
desplazan del escenario.
Ellos se creen Maestros,
Padres y Jefes, no hermanos.
Señor, al mirar la Iglesia,
vemos que nada ha cambiado:
Muchos queremos ser “jefes”,
pocos lavar pies y manos.
Arrepentidos, Señor,
te pedimos un regalo:
Una Iglesia humilde y pobre
de cristianos solidarios.
(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)