Algunos informes sobre desigualdad vieron la luz con el comienzo del año. Informes que nuevamente ponen el dedo en la llaga sobre el modelo socio-económico que ha consolidado la sociedad de poscrisis. Un modelo que acentúa las desigualdades sociales y la precariedad, y aunque ya habían anidado entre nosotros en décadas anteriores, ahora se muestran con mayor descaro que al que hasta ahora habíamos estado acostumbrados, al menos aquí en nuestro país.
Informes sobre desigualdad social ha habido muchos y emitidos desde distintos ámbitos, pero cada vez más esos informes consolidan una tendencia que amenaza irremediable: “la desigualdad económica es un hecho generalizado y, hasta cierto punto, inevitable”. Esta es una afirmación que vierte el Informe sobre la Desigualdad Global 2018. (http://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-summary-spanish.pdf )
Este informe constata que la desigualdad se ha incrementado prácticamente en todas la regiones del mundo en décadas recientes, aunque a distintas velocidades. «El 1% de individuos con mayores ingresos a escala global, recibió el doble de ingresos que el 50% de individuos más pobres«, destacan los autores. Algunos de los factores que influyen en la dinámica de la desigualdad de los ingresos se encuentran en los contextos institucionales y políticos, y en las políticas fiscales nacionales. Factores sobre los que se puede intervenir, lo que nos lleva a pensar que la amenaza irremediable de la desigualdad se convierte también en reversible.
Si queremos poner el foco sobre España, podemos aludir al Informe de la OCDE sobre el bienestar, con el título “¿Cómo es la vida en España?», de noviembre 2017. (https://www.oecd.org/statistics/Better-Life-Initiative-country-note-Spain-in-Espagnol.pdf ) Dicho informe también reconoce que la diferencia entre los hogares ricos y pobres en España es cada vez mayor, hasta el punto de que el 20 % de las familias con mayor renta disponible es un 761 % mayor a la del 20 % más pobre, siendo España el país europeo con mayor desigualdad y el quinto país de la OCDE, sólo mejor que México, Chile, EEUU, Turquia e Israel.
También UGT, recientemente, ha denunciado con un informe sobre el mercado de trabajo en nuestra Comunidad Autónoma, que ha habido un trasvase de las rentas de los trabajadores en favor de los beneficios empresariales. Según este informe las primeras han caído en torno a 700 millones de euros y los excedentes de capital han crecido cerca de los 155 millones.
Uno de los factores clave en el aumento de la desigualdad se explica por la divergencia que se está dando en el interior de las rentas del trabajo. Entre los propios trabajadores se está ensanchando la brecha entre los que más ganan (directivos o trabajadores cualificados estables) y las retribuciones de los trabajadores medios o los más precarizados. En el caso español, para el conjunto de las empresas que forman parte del Ibex 35, el sueldo de los ejecutivos mejor pagados supera noventa veces el salario del empleado medio. Dado el elevado nivel de desempleo que todavía existe y la contención salarial a la que se está sometiendo a la mayoría de los trabajadores, el aumento de las remuneraciones de los miembros de los consejos de administración de las grandes empresas y de los equipos de alta dirección es un motivo de escándalo para la mayoría de la ciudadanía.
Por otro lado, la desigualdad conduce a un proceso por el cual las grandes empresas y los grupos de poder no sólo acumulan capital y riqueza, sino que también aumentan el poder de negociación y, sin embargo, los sectores más desfavorecidos y los trabajadores quedan sin poder y capacidad de reivindicación. Es evidente cómo, en España, los sindicatos se han debilitado perdiendo su representatividad y su fuerza de negociación. En cambio las empresas se fortalecen y presionan para obtener más beneficios para los accionistas. Muchas veces los beneficios empresariales se generan a costa de los beneficios de los trabajadores. En el futuro, se cierne otro riesgo que nuevamente da mayor poder a la empresa frente al trabajador, la automatización y la robotización.
Ante toda esta realidad Cáritas Barcelona publicó también, a comienzos de año, un informe titulado: “Vidas precarias, cuando la precariedad laboral lo invade todo”. Dicho informe pone de relieve la mirada de las personas que están viviendo, en su propia piel, situaciones de precariedad laboral y cómo impactan en su vida dichas situaciones. Estas personas se sienten invisibles, atrapadas, devaluadas, desprotegidas y explotadas. Y la mayoría de las veces sienten que su vida se rompe por todas partes. No pueden construir un proyecto vital, no pueden mantener una vivienda, no pueden construir su carrera profesional, se sienten sin identidad, la falta de estabilidad les destruye como persona, la angustia, ansiedad, depresión, … son precarios.
También el pasado mes de enero, nos encontramos con la negociación de la planta de OPEL, ahora del grupo PSA, en Figueruelas. Para hacer competitiva la planta los trabajadores deberían moderar sus salarios, considerar retribuciones variables y aumentar el tiempo de trabajo. En definitiva hacer competitiva la planta. Para ello parece que irremediablemente era necesario aplicar la receta ya conocida: incrementar beneficios a costa de reducir los costes laborales. Lo que no sabemos es el destino de esos beneficios y si, como hemos reflexionado a lo largo del artículo, servirán para incrementar la desigualdad entre los accionistas y los trabajadores que aceptaron las condiciones, ante la amenaza de traslado de la planta.
Volviendo al panorama general, lo que parece evidente es que la mejora en los datos del empleo está soportada por una creciente desigualdad social y una, cada vez mayor, precariedad laboral.
Por ello, no quiero acabar esta reflexión sin recordar que para la Doctrina Social de la Iglesia el trabajo, por el mero hecho de realizarlo personas, adquiere un valor ético y está vinculado a la dignidad de quien lo realiza. No es posible anteponer ningún otro factor del sistema económico en contra del trabajo. En este sentido el trabajo siempre tendrá una prioridad intrínseca al capital.
Pero además, junto al reconocimiento del valor intrínseco que tiene la propia actividad del trabajo, la Doctrina social de la Iglesia reconoce en la remuneración salarial el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones laborales. El salario justo es un instrumento eficaz de distribución de la renta que permite y favorece el bien común.
Al hilo de estas reflexiones vienen como anillo al dedo estas palabras del Papa Juan Pablo II: “la posesión de los medios de producción se vuelve ilegítima cuando o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su limitación, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral” (Centesimus annus, 43)