La Navidad podríamos decir que es un poliedro con muchas facetas. Ante tamaña profusión y exuberancia de manifestaciones, tan distintas y algunas tan distantes, cada año he de hacer el ejercicio de volver a preguntarme: a ver, ¿qué celebramos en Navidad? Y, después de todo, es todo tan sencillo: Navidad es un niño. Y tan misterioso: Dios hecho niño.

A la Navidad se entra por la puerta de la sencillez, de la humildad, del asombro. Para vivir la Navidad hemos de convertirnos -desaprender, se dice ahora-, hemos de recuperar aquella mirada de niño -sin bucolismos-, tan ingenua como penetrante, para ir a lo esencial. Con razón dijiste, Señor, que el que no se haga como un niño no entrará en el Reino de los cielos.

Como la mirada de un niño mirando al Niño. Tan desvalido, tan torpe, tan desgarbado, tan gracioso. Como un niño cualquiera y, a la vez, como si fuera un niño cualquiera. San Juan nos remonta desde el pesebre hacia las alturas del Misterio: “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1), para volver a descender en barrena a nuestro mundo, nuestra realidad: “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). 

Mirar, contemplar, extasiarse, estarse ahí, maravillarse, perderse en el asombro del Misterio nunca comprendido, sin cansarse, gustando, saboreando, dejándose tomar por aquello que uno no es capaz de abarcar.

Con ese niño comienza el desposorio del Creador con su humanidad. Unidos en la misma carne, llamados a compartir una misma vida. ¡Dichoso consorcio de vida el que se nos ofrece! Nunca pudo pensar el hombre semejante campechanía. Tan maravilloso, que pueda resultar in-creíble. Pues es verdad, tan verdadero y tan real como aquel que contemplaron María, José, los pastores, los magos, y tantos otros.

Quizás Dios nunca dijo una palabra tan elocuente como ésta: un niño, el niño, para decirnos cómo es Él, y para decirnos cómo hemos de ser nosotros. Él, cercanía, abajamiento, entrega, obediencia del Hijo que -por amor- acepta la voluntad del Padre, iniciativa, salida a nuestro encuentro, desapropiación desde la libertad. Nosotros, criaturas, hijos, desvalidos, necesitados, acogedores, libres de prejuicios, de lastres del pasado, gozando del presente y confiados en el futuro, porque nos sabemos en buenas manos. Nosotros, llamados a mirar y a tratar a los otros como a ese niño: con el mismo respeto que al Dios de los cielos y con la misma ternura y cuidado que a esa criatura balbuciente. Y en esto, siempre somos aprendices.

Esto es lo que anunciaron los ángeles a los pastores, los que seguimos anunciando hoy: que nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

Paco Cabrero, delegado de Anuncio