A veces, cuando un año termina y lo hemos pasado mal, decimos que se nos ha hecho largo. Este año, además de haberlo pasado mal, ha sido realmente más largo que otros: ha sido bisiesto, ha tenido un día más.
Porque, más que pasarlo mal, lo hemos pasado fatal. Aunque empezó muy normalito, como corresponde a todos los inicios de año, al llegar marzo todo se trastocó. Pasamos de salir alegremente a la calle a quedar confinados en casa; y si se salía, con mascarilla; de abrazar y besar a familiares y amigos a temblar si alguien se nos acercaba más de la cuenta. Toda precaución era poca.
Los datos que nos ofrecían eran confusos y muchas veces contradictorios. Las interminables conferencias de prensa del presidente del Gobierno, del ministro y del experto, no aclaraban mucho. Los medios de comunicación cumplían su función, pero era tanta la información que a muchos agobiaba, a otros asustaba y a los más cansaba.
Todo esto nos lleva a que hemos tenido que decir adiós a un sinfín de personas queridas y, lo más doloroso, sin poder decirles el último “te quiero”, especialmente a la mayoría de las personas mayores que tanto se lo merecían.
Y aunque lo más importante es la salud, no hay que olvidar a tantos trabajadores que tuvieron que quedarse en casa. Unos, los más afortunados, con un ERTE, los otros engrosando las filas del paro. Y no olvidemos a los pequeños autónomos que cerraron sus negocios, teniendo los mismos gastos, pero sin ingresos.
Se están dando manifestaciones y concentraciones de todo tipo: los hosteleros quieren trabajar; los de la nieve quieren ayudas al sector; los padres, alumnos y profesores de la escuela concertada protestan contra la ley Celaá, etc.
Se aprueban leyes sin el mínimo debate: la ley Celaá, la eutanasia, a los presupuestos generales no se les admitió ni una sola enmienda; así que todo se aprueba sin consenso. Por eso no es de extrañar que este año se nos haya hecho muy, pero que muy largo.
Pero como todas las crisis, esta también tiene su lado positivo. Por un lado, nos hemos dado cuenta de cuánto dependemos unos de otros, hasta de los que desarrollan el más humilde de los trabajos; de cuánto debemos a la generación que nos ha precedido; de cuánta gente desarrolla la solidaridad en momentos de necesidad; de cómo sacamos la creatividad para buscar soluciones a los problemas que nos afectan; de cómo las personas mayores, que hemos nacido demasiado pronto para luchar con la informática, hemos tenido que ponernos las pilas para conectarnos por videollamadas con nuestros seres queridos; cómo las organizaciones hemos seguido teniendo nuestras reuniones sin salir de casa, aprovechando las ventajas que nos ofrecen estas que seguimos llamando nuevas tecnologías; el WhatsApp ha inundado nuestros móviles con oraciones, saludos, chistes… y es que ha sido el modo de sentirnos vivos y conectados al mundo.
Hace un tiempo, cuando salimos del primer confinamiento, se hablaba de la Nueva Normalidad ¿Cómo será? ¿Seguiremos con nuestro estilo individualista, o seremos más sociables? ¿Valoraremos lo que tenemos, o seguiremos acumulando porque nunca tendremos suficiente? Ojalá hayamos aprendido la lección.
Ahora ya no se habla de nueva normalidad, sino de los brotes nuevos que están saliendo y que amenazan con extenderse a todo el mundo a pesar de las vacunas ¿Estaremos condenados a vivir siempre pendientes de la mascarilla?
Será cuestión de acostumbrarse y poner en marcha la imaginación para sacar provecho de las dificultades. Siempre se ha hecho así y siempre se hará con la ayuda de Dios del que acabamos de celebrar su nacimiento en Jesucristo, que ha venido para mostrarnos el camino por donde llegar al Padre.
Que su fuerza nos ayude a superar las dificultades que, sin duda, se nos presentarán el próximo año que va a comenzar.
¡¡¡Feliz 2021 para toda la humanidad!!!