Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XIX del tiempo ordinario.

No sé por qué las advertencias se me antojan amenazas. ¿Será por mi mala conciencia o por haber sido educado con la dureza de otros tiempos? Cuando escucho el evangelio de este domingo (Lc 12, 32-48) me siento incómodo con esa parábola del criado que, mientras espera que amo vuelva de la boda, se “tumba a la bartola” en lugar de poner la casa en orden…

-Este evangelio me pone nervioso -he dicho a Jesús en cuanto he tenido oportunidad-. Entre el criado holgazán y el ladrón sibilino, tengo la impresión de que nos estás regañando…

-Avisando, sí; pero sin amenazas ni enfados. ¿Recuerdas mis primeras palabras en esta ocasión? -me ha respondido después de tomar el primer sorbo de café-.

Al ver mi vacilación, ha sonreído y con calma me ha recordado sus palabras:

«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino». ¿Te parece una amenaza o una regañina?

-Bueno; la dureza de lo que sigue me ha hecho olvidar tus primeras palabras -he reconocido un poco abochornado-.

-¿Qué dureza? ¿La de recomendar que guardéis vuestro tesoro en los cielos, donde ni la polilla ni los ladrones lo pueden echar a perder? -ha replicado mirándome a los ojos-.

-¡No!, ¡no! -he dicho atropelladamente-. Me refería a los ejemplos del criado holgazán y del ladrón sibilino, en los que has insistido a continuación.

Como en otras ocasiones, cuando quiere aclararme algo, ha permanecido unos segundos en silencio, ha tomado otro sorbo de café y, poniendo su mano sobre mi brazo, ha continuado:

-Nos entenderemos mejor si nos tranquilizamos. Por de pronto, conviene que tengas en cuenta todas mis palabras: las que duelen, pero también las que consuelan. En segundo lugar, las parábolas no son más que parábolas o pequeñas historias, que a veces me invento, para ayudaros a pensar; de ningún modo pretendía que te vieras identificado con el criado holgazán. Y, como dice vuestro refranero: “el que avisa no es traidor”. ¿Es que no existe la tendencia a vivir despreocupados? Despreocupados de Dios y de vuestros hermanos…

-No sólo despreocupados; además, ansiosos por tener más, por vivir mejor y por tener éxito, como si el dinero, la salud y el prestigio social proporcionaran más felicidad que el amor, la fidelidad y la honradez. Tienes razón -he reconocido pensativo-. Ahora que se detectan tantas alergias alimentarias, nadie habla de la alergia a hacerse aquellas preguntas indispensables: ¿cómo he llegado a la vida?, ¿para qué estoy en este mundo?, ¿qué puedo esperar después de esa muerte que tanto me entristece?

-No sigas, que terminarás dándome la razón -me ha interrumpido sonriendo-. Vuestros padres en la fe tenían muy claro que en el origen de todas las cosas y, sobre todo, en vuestro origen como seres humanos, no está la nada, el azar o la casualidad, que son prácticamente lo mismo, sino una fuente de bondad a la que tú y yo llamamos Padre, una fuente de bondad que ama entrañablemente a sus criaturas y desea que sean felices. Pero, como seres dotados de inteligencia, voluntad y conciencia, que sois, no podéis ser felices si vosotros mismos no os implicáis para que la felicidad exista. ¿Me has comprendido?

-Sí, y te agradezco que nos hagas pensar en ello, aunque me haya molestado.

-Es que ahora tenéis la piel muy fina y cualquier cosa os produce un sarpullido -ha dicho en tono conciliador mientras nos acercábamos a la barra-.