A Dios ni se le puede comprar ni sobornar

Raúl Romero López
25 de noviembre de 2019

SALMO 50

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  1. El Dios de los dioses, el Señor, habla:
  2. convoca la tierra de oriente a occi
  3. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
  4. viene nuestro Dios, y no callará. Lo precede fuego voraz,

lo rodea tempestad violenta.

  1. Desde lo alto convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo:
  2. «Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio»,
  3. Proclame el cielo su justicia: Dios en persona va a juzgar.
  4. -«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte; Israel,

voy a dar testimonio contra ti -yo, Dios, tu Dios-.

  1. No te reprocho tus sacrificios,

pues siempre están tus holocaustos ante mí,

  1. Pero no aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños:

10 pues las fieras de la selva son mías,

y hay miles de bestias en mis montes.

11 Conozco todos los pájaros del cielo,

tengo a mano cuanto se agita en los campos.

  1. Si tuviera hambre, no te lo diría:

pues el orbe y cuanto lo llena es mío.

  1. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?
  2. Ofrece a Dios el sacrificio de tu confesión,

cumple tus votos al Altísimo,

  1. e invócame el día del peligro:

yo te libraré, y tú me darás gloria».

  1. -Dios dice al pecador:

«¿Por qué recitas mis preceptos,

y tienes siempre en la boca mi alianza,

  1. tú que detestas mi enseñanza,

y te echas a la espalda mis mandatos?

  1. Cuando ves un ladrón, corres con él,

te mezclas con los adúlteros;

  1. sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño;
  2. te sientas a hablar contra tu hermano,

deshonras al hijo de tu madre:

  1. esto haces, ¿y me voy a callar?

¿crees que soy como tú?

Te acusaré, te lo echaré en cara».

  1. Atención, los que olvidáis a Dios,

no sea que os destroce sin remedio;

  1. el que me ofrece acción de gracias,

ése me honra; al que sigue buen camino

le haré ver la salvación de Dios.

 

INTRODUCCIÓN

               Se trata de una teofanía majestuosa en la que Dios va a convocar a su pueblo para tener un careo con él. Y se realizará precisamente en Sión, la ciudad hermosa, la alegría de toda la tierra, aquella que constituye “el encanto de los  ojos y el tesoro de las almas” (Ez. 24,21). Los testigos de esta gran asamblea aparecen en todas las direcciones: en vertical, están los cielos y la tierra; y en horizontal el oriente y el occidente. El tema parece ser la revisión de las cláusulas de la Alianza que Dios ha hecho con el pueblo, es decir, el decálogo. “Se trataría de un periodo turbio, sin seguridad, en el que el pueblo reclama más sacrificios para hacerse favorable a Yavé. Y el salmista replica: más justicia” (E. Podechard). El salmista tiene una concepción exacta de la religión, un sentido agudo de lo que es Dios. Y diserta con plena autoridad.

  

REFLEXION-EXPLICACIÓN AL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

 El Dios de la Alianza tiene derecho a hablar y pedir cuentas al pueblo. (1-6)

Dios va a hablar. El cielo y la tierra hacen un gran silencio. En  otras ocasiones el mismo pueblo pedía a Moisés que no le hablara Dios (Ex 20,19). Pero ahora es Dios el que toma la iniciativa.

El cielo y la tierra no son seres divinos, sino testigos de Dios. «Imagen grandiosa y fuerte: Lo que al pueblo escogido no le sobrecoge… le afecta a la naturaleza, más dócil a las órdenes de Dios y más propicia para comprender sus pensamientos y  aprobar la sentencia que Él pronuncie» (L. Desnoyers).

Se alude al pacto de Dios con el pueblo en Ex 24, 4-8. Al final  todo el pueblo respondió: «Pondremos toda nuestra atención  en hacer lo que Dios nos ha ordenado» (v.7).  Los israelitas están unidos a Yavé por una Alianza solemne que exige de ellos santidad. «Yo soy el Señor, el que los hizo  salir de Egipto para ser su Dios. Por lo tanto vosotros  debéis  ser  santos porque yo soy santo» (Lev 11,45).

 

Dios habla a su pueblo con delicadeza y cariño. (v.7)

El pueblo debe escuchar a Dios. Es una de las leyes fundamentales (Dtn 5,1). Cuando el pueblo oye, escucha, entonces le obedece. La acusación se torna dulce, delicada. Le dice: «pueblo mío». Notemos que el juicio de Dios no es como el nuestro. Dios no actúa como juez, sino como parte, y convence a su pueblo en un careo. Si actuara como juez, una vez conocida la falta, debería castigar.

 

Con Dios hay que jugar con limpieza y no caben sobornos. (V. 8-13)

Yavé no acusa a su pueblo de que le ofrezca sacrificios, sino  que rechaza severamente los efectos que pretenden  conseguirse al ofrecer sacrificios… Se espera que Yavé acepte el  animal; que reconozca el valor del sacrificio en sí, que  satisfaga su hambre, que disfrute con él como hacen los dioses  paganos.  Se pretende infundir fuerza en Yavé, causarle impresión, apaciguar su cólera y conseguir un estado de ánimo favorable. Una concepción pagana y mágica se ha deslizado en el actual  sistema sacrificial de Israel. En el salmo se rechaza  enérgicamente esta concepción. Yavé no necesita ofrendas de  animales. Dios no necesita de las cosas. Son todas suyas. Sí necesita del hombre: de su amor libre, de su adoración, de su alegría, de su acción de gracias. La religión nunca puede sustituir la fe. El sacrificio tiene por objeto participar al hombre de la bondad divina y no ofrecer a Dios cosas que las tiene propias.

 

No se puede confundir el culto con la magia (V.14-15)

El pecado de Israel consiste en que el pueblo ha olvidado (v.2)  la realidad mayestática de Dios. Como si Dios comiera carne  de animales o bebiera su sangre… No se trata de imitar los sacrificios paganos que los hacen «para alimentar a sus dioses y a sus muertos» (E. Dhorme). Se trata de sacrificios en honor de aquel que le ha dado la vida significada por la sangre y la grasa. El hombre restituye su  bien al Creador. Lejos de dar a Dios, el hombre recibe todo de  Él: la tierra, los animales, etc., para que usando de todo, pueda retornar a Él con sentimientos de alabanza y de acción de  gracias.  «Dios no necesita de las víctimas, pero sí, quiere que, a través  de ellas, el hombre confiese a su Dios» (Talmud).

El culto, sin empeñar la existencia, se reduce a magia. «Este es  el altar del corazón en el que se sacrifican las víctimas  interiores con el fuego de tu amor» (Belarmino).

 

No se puede honrar a Dios con los labios, cuando el corazón está lejos (V.16-17)

El pueblo pecador, además de ser hasta escrupuloso en el  culto, recita de memoria los mandamientos del decálogo. No para tenerlos presentes y practicarlos, sino para prescindir de ellos cuanto antes. Esa persona arroja tras sí (como mondas de una fruta) las palabras de Dios y no deja que esas palabras le guíen y le determinen. «Lo oye el imbécil y se burla y se lo echa a la espalda» (Sir 21,15).

 

No se puede sobornar a Dios dándole un culto vacío y viciado por la injusticia contra los hermanos. ¿Me voy a callar? (v, 18-21)

Este hombre de culto está dispuesto a recoger toda la basura de maldad que se encuentra por el camino. Notemos que los pecados contra los que Dios se irrita, van contra la caridad, contra los hermanos. Hay una difamación madurada, calculada, obstinada contra el hermano. Yavé no puede guardar silencio contra estos gestos hipócritas por parte de aquellos que se llaman sus socios. Dios es Dios y no hombre. Que se desplome el mundo de la mentira y de la falsedad allá donde el culto practica con mayor sutileza esa falsedad. Si Dios callara ante esas fechorías es que hubiera perdido – como ellos- el sentido moral. ¿Crees que soy como tú? Dios está empeñado que su imagen sea restaurada. El hombre ha viciado, ha empequeñecido la imagen de Dios.

Lo que realmente se opone en este salmo es un culto sin justicia a un culto con justicia. El pueblo cumple perfectamente todos los deberes culticos. En ese sentido no recibe ningún reproche. ¿Luego es inocente? De ninguna manera. Es pecador porque está procediendo injustamente contra el prójimo y esa injusticia está viciando el culto. Dios no acepta sacrificios del injusto. «Sacrificios de posesiones injustas son impuros’; (Qoh 34,18).

 

Dios nunca desprecia un corazón roto y humillado. (v.23)

Honra a Dios el que ofrece el culto con los sentimientos interiores que Dios nos manda. Honra a Dios el que no hace del culto una especie de mercancía para comprar a Dios. Nunca hay que reducir la piedad a observancias rituales. Sin virtud intrínseca éstas no valen. El judío Montefiori escribirá: «La gracia de elección en la historia del judaísmo fue la destrucción del Templo que legó  como consecuencia necesaria el cese de los sacrificios de animales y de las funciones sacerdotales». San Justino habla de un sacrificio razonable que sustituye a los sacrificios rituales por la «contemplación odorante de la voluntad divina». Y Jesús de Nazaret, en una escena idílica, sentado junto al brocal del pozo de Jacob, dirá a la samaritana que «hay que adorar a Dios en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 Foucauld: “Lo que agrada a Dios es lo que lleva en sí algo del hombre. «La  gran enseñanza de este salmo es que hay que honrar a Dios no  con fasto material, sino con amor y con la plegaria que sale del  fondo del corazón»

 

  1. Claudel: «El corazón que está en el interior de la alabanza es lo que yo quiero»

 

  1. Rahner: “Cualquiera que sólo sirva el culto externo no tiene piedad en la Iglesia”

 

San Agustín: “Que yo entre en mí mismo donde encontraré lo que debo inmolar. Que yo vuelva a mí mismo y encontraré, para inmolar, una víctima de alabanza, y mi conciencia será tu altar…yo no he comprado lo que debo ofrecerte, pues Tú me lo has dado”.

 

ACTUALIZACIÓN.

Con frecuencia se oye decir que los que van a Misa son los peores. No puedo estar de acuerdo con esa frase porque no es verdad. Pero sí hay que aceptar que no hay demasiada diferencia en el sentido moral, entre los que van a Misa y los que no van.  Esto sí que es preocupante. Ese tema lo aborda el salmo de hoy. Jesús nos dice: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos no podéis entrar en el reino de los cielos (Mt.5,20).

La liturgia no puede ser un acto de fariseísmo al constatar el desajuste entre lo que celebramos y lo que vivimos. Un culto que no nos lleva a la vida, a la fraternidad, a la justicia, es culto vacío.

Si los que vamos a Misa fuéramos coherentes, nos pusiéramos a servir a los demás, no fuéramos corruptos, y, como Jesús, pasáramos por la vida “haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos”  (Hechos 10,38), nuestras Eucaristías estarían rebosantes, llenas de alegría, con fuerza contagiosa.

 

PREGUNTAS

1.- ¿Me preocupa el dar a Dios un culto alejado de la vida?

 

2.- ¿No me parece bonito el ir al templo a regalarle mi tiempo, a que Dios pase un rato agradable conmigo?

 

3.- ¿Por qué no cambiamos la ley en gracia, la obligación en devoción, la letra en espíritu y el culto en amor?

 

ORACIÓN.

El Dios de los dioses, el Señor, habla.

        Hoy quiero darte gracias, Señor, porque no eres un Dios mudo, como los ídolos, que tienen boca y no hablan. Tú has roto el silencio y nos has hablado desde la naturaleza, desde los patriarcas y profetas, desde tu propio Hijo Jesús, tu última y definitiva palabra para nosotros. Haz que tu palabra se haga vida en nosotros y no nos limitemos simplemente a escucharla.

 

¿Esto haces y me voy a callar?

Reconozco, Señor, que he obrado mal. He cometido muchos errores y pecados. Tú tienes derecho a enojarte conmigo; pero !por favor! No dejes nunca de mirarme. Yo reconozco mi pecado y te prometo que voy a cambiar. No me gusta la vida que estoy llevando. Quiero estar en paz contigo y con mi conciencia. Quiero disfrutar de la vida y de todo lo bueno que has puesto en ella, sintiendo tu presencia dentro de mí.

¿Crees que soy como tú?

Lejos de mí, Señor, el creer que Tú eres como yo. Yo soy rastrero, mezquino, egoísta. Tú eres el Santo de Dios. Y quiero agradecerte que no seas como yo. Yo soy una criatura y tú eres el Creador; yo soy como los demás, pero Tú eres el Otro, el Distinto. Haz que sepa respetar esa divina lejanía y ponerme de rodillas ante ti para adorarte.

Al que sigue buen camino le haré ver la salvación.

        Ver la salvación de Dios es ver a Dios en acción, es ver a Dios salvando. Yo quiero experimentar dentro de mí, lo bueno, lo grande, lo maravilloso que Tú eres. Yo no quiero hablar de ti por lo que me han dicho, por lo que he oído, sino por lo que he visto, he sentido, he palpado, he experimentado. Y, como María, quiero darte gracias por las maravillas que has hecho en mí.

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